La espiral de autodestrucción de Capote tras traicionar a la ‘jet set’
A punto de cumplirse 40 años de su prematura muerte, la serie ‘Feud: Capote vs. The Swans’ recuerda la pendiente de drogas y alcohol en la que cayó el escritor después de hacer lo único que jamás le perdonaría la alta sociedad neoyorquina: revelar sus miserias
Jean Murray Vanderbilt y Barbara Babe Paley, dos de los cisnes de Capote, con el escritor en 1957.
El día del funeral de Truman Capote (Nueva Orleans, 1924-Los Ángeles, 1984) se escenificaba en el icónico restaurante Mortimer’s de Nueva York la polarización de los dos mundos del autor de obras esenciales como A sangre fría o Desayuno en Tiffany’s: a un extremo del local, sus editores y los pocos amigos que le quedaban de la alta sociedad, con la que vivió sus días de gloria y de la que había sido expulsado; al otro, la fauna nocturna de Studio 54 y la Factory de Warhol, junto a la que se entregó a una espiral autodestructiva desde su decadencia social hasta su muerte el 25 de agosto de 1984, a un mes de cumplir los 60 años.
Ahora que está a punto de conmemorarse el 40 aniversario de su trágica pérdida, el productor Ryan Murphy (fantasioso retratista de los espantos de la vida moderna en American Horror Story o American Crime Story) y Gus Van Sant (que dirige seis de los ocho episodios) comandan Feud: Capote v. The Swans, que llega hoy a HBO Max. La miniserie retrata la traición del escritor (caracterizado por el actor Tom Hollander) a las que él llamaba sus cisnes, las damas de la alta sociedad neoyorquina que lo adoptaron como compañía, encarnadas en un casting de impacto que incluye a Naomi Watts, Diane Lane, Chloë Sevigny, Calista Flockhart y Demi Moore.

Truman Capote con Lee Radziwill, una de sus 'cisnes' (y una de las pocas que no le dejaron de hablar), en el Four Seasons de Nueva York en 1969.
El pistoletazo del suicidio social de Capote fue la publicación en 1975 en la revista Esquire del adelanto de la largamente anunciada novela Plegarias atendidas: un extracto titulado La Côte Basque 1965. El relato, que tomaba el nombre de uno de los restaurantes de cocina francesa más exquisitos de la Quinta Avenida donde se reunía la jet set, ahondaba sin disimulos en las miserias que había compartido con él su círculo de íntimas Babe Paley, Slim Keith, Gloria Vanderbilt, Lee Radziwill, Marella Agnelli y C. Z. Guest. Sus ácidas revelaciones sobre abuso de sustancias, agresiones, comentarios hirientes, infidelidades, un asesinato y hasta un encuentro sexual teñido por “una mancha de regla del tamaño de Brasil” distaban mucho de los elegantes eventos por los que habitualmente ocupaban las páginas de ecos de sociedad.
El episodio de la “descomunal regla”, por ejemplo, tenía como protagonistas a una amante y a William S. Paley, presidente del grupo mediático CBS y esposo de la socialite Babe Paley (en la serie, Naomi Watts), que toleraba elegantemente que su marido fuera un mujeriego. Paley había sido editora de moda en Vogue antes de aparcar su carrera y entregarse por completo al título oficioso de reina de Nueva York: una impecable pulcritud solo amenazada por La Côte basque 1965, y razón por la cual dejó de hablar a Capote para siempre. Murió tres años después, por un cáncer de pulmón, sin haberle perdonado. Capote no pudo olvidarlo: Paley era su cisne favorito y jamás se perdonó no haberse reconciliado con ella. Más tarde, el escritor interpretó la dureza de Paley con amarga lucidez en una entrevista concedida a la revista Playboy: “Al final los ricos permanecen juntos, pase lo que pase”.

La 'socialite' Ann Woodward.
Hubo otras historias trágicas. Ann Woodward (en la serie, Demi Moore) no llegó a ver el relato porque se suicidó tres días antes de su publicación. Hay quien señala que le habían enviado una copia por adelantado y que Woodward, una chica del espectáculo que hizo fortuna al casarse con un viejo millonario, se quitó la vida al saber que Capote había desenterrado en su relato la muerte accidental de aquel primer marido: ella lo confundió con un intruso y lo mató de un escopetazo en su propia casa. Algo por lo que en su momento había sido declarada inocente.
Y hay mucho más. Gloria Vanderbilt queda como una tonta vanidosa que ni reconoce a su primer marido cuando se le acerca en un almuerzo a saludarla. Solo Lee Radziwill (en la serie, Calista Flockhart), la hermana pequeña de Jackie Kennedy y una de las retratadas susurrando en esos salones, siguió hablándole, siempre guardando las distancias. La sosias de Slim Keith (en la serie, Diane Lane) se presenta como “una pija vulgar de vida alegre” del oeste americano casada con un aristócrata inglés que suelta chismes sobre las demás amigas en lujosos restaurantes al alter ego de Capote, un estafador literario y prostituto bisexual. En los mentideros se cuenta que fue ella quien lideró el veto social al escritor. Su amigo y biógrafo oficial Gerald Clarke le previno: “No les va a hacer ninguna gracia”. “Nah, son demasiado tontas, no van a saber ni quién es quién”, respondió el artífice del relato.
Pero no solo las protagonistas se reconocieron en la sátira. El resto del mundo, también. La salida a quioscos pilló al autor en California, rodando su debut como actor en la comedia negra Un cadáver a los postres (1976). Su final en la película, donde es asesinado con un cuchillo por la espalda, servía de gráfico vaticinio de lo que le esperaba a su vuelta en Nueva York. De la noche a la mañana se había convertido en un paria. El mecanismo que mueve los engranajes de la alta sociedad actuó como un reloj suizo: dejaron de llegarle invitaciones, no atendían sus llamadas, se cambiaban de mesa si coincidían en restaurantes.
“¿Qué esperaban?”
Capote llevaba concibiendo la que estaba llamada a ser su obra magna más de 15 años, ya anunció Plegarias atendidas tras el éxito de A sangre fría (1966). Para su novela en clave, acumulaba cuadernos y cuadernos con sus notas a raíz de todos esos encuentros de gente fabulosa en lugares fabulosos. Mientras entretenía a ese acaudalado mundo con su mordacidad, extraía toda la información necesaria. “No sé qué esperaban. Soy escritor. Ellos son mi material”, diría en su defensa. Proclama que vino a sumarse a otra más célebre que ha guiado los pasos de tantos cronistas desde entonces: “Nunca dejes que la verdad estropee una buena historia”.
Con los cisnes ejercía de asesor y confidente. En una sociedad donde la homosexualidad aún seguía criminalizada (en Nueva York, por ejemplo, no se despenalizó hasta 1980), Capote desafiaba la homofobia interiorizada de los maridos trascendiendo el clásico rol de paseador (walker, en inglés, es uno de los términos despectivos con los que se conocía a los amigos mariquitas que entretenían a las señoras). Como declaró a Vanity Fair la periodista Louise Grunwald, esposa del director de Time Henry Grunwald: “Nadie pisaba sus casas sin la aprobación de los maridos. Con su empatía y capacidad de escucha, Truman seducía a hombres y a mujeres”.

Liza Minnelli, Truman Capote y Steve Rubell, dueño de Studio 54, durante una fiesta en la discoteca neoyorquina.
Él les decía a sus esposas cómo arreglarse, qué ver, qué leer, a qué prestar atención, a quién ignorar. Trazaba un rumbo en sus agendas, otorgaba un sentido a sus aburridos días rodeadas de otra gente rica. Capote las acompañaba en sus almuerzos, en sus jets, en sus vacaciones en yate por Europa. Y acumulaba un capital aún más valioso que el que poseían todas ellas: sus intimidades. Una fortuna que le llevó a la ruina de un día para otro, cuando se sintieron traicionadas por sus revelaciones y aterradas, también, pensando en qué más destaparía el resto de la novela. En su defensa, el literato quiso justificarse ante Liz Smith, la gran dama del chisme, en la revista New York: “Quería probar que se puede hacer literatura del cotilleo”.
Bajito, redicho y con una voz estridente que le acompañó toda la vida, el sofisticado personaje que construyó de adulto jamás pudo con el niño que creció sintiéndose aislado y diferente en un pueblo perdido de Alabama. Le perseguía el complejo de chico pobre salido de los barrios blancos miserables del sur de EE UU. De su infancia decía recordar solo una amistad, con la que también se convertiría en escritora Harper Lee, que lo homenajeó basando en Capote la figura de uno de los niños de la novela Matar a un ruiseñor. Su padre biológico, Arch Persons, un negociante que vivía de pequeñas estafas, desapareció pronto del mapa. Criado por sus amorosas tías, nunca superó el abandono temporal en su niñez de su madre. Lillie Mae Faulk se marchó a probar suerte en Nueva York y lo recogió tras casarse de nuevo (Capote tomaría el apellido de su padrastro) para acabar suicidándose a los 49 años tras pasar distintas crisis por su alcoholismo. En la teleserie, su espectro lo interpreta la actriz fetiche de Ryan Murphy, Jessica Lange. Su progenitora le serviría a Capote de inspiración directa para la prostituta buscavidas de Desayuno en Tiffany’s (1958), un personaje a millas del glamour que se vendió en la película con Audrey Hepburn.
