La Ciudad de México pierde su color callejero: los puestos ambulantes ya no pueden llevar rótulos
La alcaldía Cuauhtémoc eliminó los dibujos de los pequeños negocios que formaban parte del paisaje urbano. Una red ciudadana sale en defensa de la identidad y del patrimonio cultural
Sucedió una mañana de mayo. De pronto los rótulos ya no estaban. Cuando Hugo Mendoza se quiso dar cuenta era demasiado tarde. Esos gráficos de colores vivos que señalaban los puestos callejeros de tacos, tortas, quesadillas, jugos, habían desaparecido bajo capas de pintura blanca con el escudo de la alcaldía Cuauhtémoc. Y con ellos, una parte de la identidad de la Ciudad de México que ya no se podría salvar, dice Mendoza en el sofá de su casa en la colonia de Santa María de la Ribera. Entonces se desencadenó un encendido debate sobre el espacio público, el derecho a la ciudad y la cultura popular.
Todo empezó con un comunicado y continuó con un video. A finales de abril, la alcaldía Cuauhtémoc informó en un documento de que empezaba una “jornada integral de mejoramiento del entorno urbano” destinada a que “los comerciantes en vía pública conserven siempre limpia su área de trabajo”. Fue una decisión unilateral. La traducción a la realidad fue la siguiente: los puestos callejeros, esa parte tan indispensable del paisaje urbano de Ciudad de México, fueron teñidos de blanco y marcados con el logo de la administración.
Pero en la decisión institucional se cruzó Mendoza (31 años). El joven, diseñador de profesión, gestiona una cuenta en Instagram llamada Pintura Fresca en la que llevaba un año registrando el valor artístico del rotulismo. Cuando presenció su desaparición, hizo un video que subió a su perfil, En él, preguntaba: “¿Qué le pasó a los rótulos en la Cuauhtémoc?”. Su duda se hizo viral.
—Para mí es una tradición tan importante como la lucha libre o los mariachis. Los rótulos son parte de la identidad y la cultura de la ciudad y del mexicano. Son valiosos cultural e históricamente: hablan de quiénes somos, de qué comemos, qué hacemos en la calle. Debería protegerse el rótulo como bien cultural.
“Entusiastas de los rótulos”
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Para combatir la medida, Mendoza creó Rechida: la Red Chilanga en Defensa del Arte y la Gráfica Popular, que cuenta con una veintena de personas y ha movilizado en apoyo a un par de cientos más. Yuriko Hiray (29 años), publicista, vieja amiga del diseñador y “entusiasta de los rótulos”, se unió a la plataforma: “Al ver una ciudad pintarrajeada de color blanco, uniformada, nos acerca más a estas ciudades súper planas, homologadas. Eso le quita bastante identidad, riqueza y lenguaje visual”.
El borrado de los rótulos es, además, un síntoma de otras cuestiones más graves, señala Hiray. “Este tipo de acciones responden a otras dinámicas como la gentrificación o la turistificación”. También la subida de las rentas o la “llegada masiva” de extranjeros de países adinerados que elevan los precios y encarecen la vida para la población local. Mendoza añade: “La acción de borrar los rótulos, además de impositiva y autoritaria, nos presenta otros problemas: los comerciantes en la calle no tienen realmente derecho ni voz”.
La mayoría de comerciantes no quieren dar su nombre por temor a tener problemas. Una pareja que regenta un puesto de comida, confiesa desde el anonimato que les obligaron a quitar los rótulos y varias banderas de distintos países con las que decoraban su local: “Son una mafia los de la alcaldía”. Todos los trabajadores consultados afirman que tuvieron que comprar ellos la pintura blanca, y que la administración solo añadió el logo, algo que los responsables de la Cuauhtémoc han negado a este periódico.
La alcaldía defiende que el objetivo es el mantenimiento de los puestos y que cuentan con el apoyo de los comerciantes. Un portavoz aseguró que : “Consideramos que lo que pasa es un ataque porque no somos de Morena [el partido del presidente, Andrés Manuel López Obrador]. Yo voy a comer porque veo un puesto lleno de gente, no me voy a fijar en los rótulos. Que diga tortas o tacos no es arte. No opino que se pierda parte de la identidad”. Una fuente del equipo de Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la capital (y también de Morena), explica que hay un vacío legal. Aunque entre las atribuciones de la alcaldía se incluye el ordenamiento del comercio en la vía pública, no hay una normativa en concreto sobre los colores. “Parte de la cultura popular es que cada quien rotulaba los negocios a su gusto”, sostiene.
El borrado de rótulos no es un problema exclusivo de la Cuauhtémoc: procesos similares están sucediendo en “Xochimilco con los colores de Morena”, apunta Hiray, Tlalpan o la Gustavo A. Madero. Sin embargo, la Cuauhtémoc es la primera ficha del dominó: la pieza clave que incendió el debate. No es la primera polémica en la que se ve envuelta su alcaldesa, Sandra Cuevas, integrante de Va por México, una coalición de ideologías: la derecha del PAN, el PRI y la izquierda del PRD.
El pasado marzo, Cuevas tuvo que disculparse públicamente por agredir a tres policías y pagar una indemnización de 30.000 pesos a cada uno. Fue primera plana de los medios locales cuando, en un acto festivo, lanzó pelotas con billetes de 500 pesos desde un balcón de la alcaldía, según los reporteros presentes en el momento. En otra ocasión, dijo: “Yo fui pobre y no me gustan los pobres. Quiero a la gente y se lo he dicho cuando camino por las colonias populares, tanto los quiero que no los quiero ver pobres y no les voy a venir a regalar, les voy a dar las herramientas para que crezcan”.
“Sandra Cuevas en repetidas ocasiones se ha visto involucrada en diversas políticas y declaraciones en las que ella misma ha expresado su aversión hacia la pobreza. Su idea de progreso es hacia lo que hacen los ricos, no hacia las culturas populares”, considera Hiray. “Se han eliminado estas manifestaciones culturales con la excusa de que se está ordenando y limpiando el espacio público, pero al mismo tiempo se conservan los objetos de publicidad corporativa”, coincide el historiador del arte Aldo Solano, que está realizando su doctorado sobre el espacio público en la Ciudad de México.
—Todos tenemos una estrecha relación con el espacio público. Depositamos sentimientos, emociones, le tenemos cariño a un edificio, recordamos algo agradable o desagradable que nos pasó en cierto lugar y llenamos de contenido estos sitios. Los rótulos forman parte de ese paisaje. La misma alcaldesa no está ganando políticamente, le salió el tiro por la culata. Yo creo que se trata de un ejercicio de poder sobre los vendedores. Nos habla de cómo el Gobierno local percibe el espacio público: como un soporte para su propaganda política, para publicitarse, y eso no debe de ser, nos pertenece a todos. La alcaldía debe de proporcionar el recurso para que se elaboren nuevos rótulos.
Sara y Antonio tuvieron que comprar una nueva sombrilla blanca para su puesto de tacos, por órdenes de la Alcaldía.
El puesto de periódicos de Rubén Romano en la Colonia Roma.
Colores en vías de extinción
Las calles que rodean la casa de Isaías Salgado (52 años), en Tepito, llevan su marca. Él es uno de los pocos artesanos que siguen dedicándose al rotulismo, un oficio de otra época que no puede competir con las nuevas tecnologías. Casi todos los gráficos de los establecimientos de la zona nacieron de su brocha, muestra en un paseo por el barrio. Empezó en el negocio hace 35 años como aprendiz de su tío y estudió dibujo publicitario. Crear imágenes de la nada es cosa de familia: uno de sus hijos es tatuador y en la sala de estar de su hogar, en una vecindad humilde, su nieto se afana por dar color a un cuaderno de dibujo.
—Muy mala onda de la alcaldesa [Sandra Cuevas]. Nos quita el trabajo a muchos, y ya somos pocos rotulistas. Es parte de la cultura, la gente lo aprecia. Aquí en esta colonia todos me quieren, quieren que les pinte sus negocios, les gusta el arte. Yo lo llamo arte, no cualquiera lo hace, te lo garantizo.
Es esa hora del día que los fotógrafos llaman “dorada” por la calidad de la luz. A unos kilómetros de Tepito, en la Roma Sur, Rubén Romano (53 años) recoge otro día más su puesto de periódicos. Su local es ya una anomalía: tiene un dibujo azul que ocupa toda la chapa, con una calavera blanca, rosa y morada que sonríe a los que se cruzan en su camino. Los representantes de la alcaldía vinieron hace semanas a decirle que tenía que borrarlo, pero él se resiste. “Me estoy haciendo el güey”, se justifica. Un disidente del color que conserva una pieza de museo: un puesto en riesgo de extinción.