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La aristócrata y el viejo Peter Pan

Lady Cynthia Asquith fue una cotizada ‘socialite’ y notable escritora, pero ha pasado a la historia como la pérfida secretaria de J. M. Barrie

Cuando J. M. Barrie, autor de Peter Pan, estaba a punto de morir, Peter Llewelyn Davies —uno de los hermanos que inspiraron la fábula del niño que no quería crecer— telefoneó a Cynthia Asquith, por la que no sentía ningún afecto, pero que llevaba dos décadas siendo secretaria y confidente de su “tío Jim”. Era 1937 y lady Asquith estaba en Cornualles, pero no dudó en conducir sola y de noche los alrededor de 350 kilómetros hasta Londres para acompañar en sus últimas horas al que llamaba “mi amante amo”. Barrie se refería a ella como “mi secretaria particular particular”. 

Lady Asquith retratada en 1914 por Edmund Dulac.La aristócrata y el viejo Peter Pan

Cuarenta años después, Nico Llewelyn Davies, hermano de Peter, le contó su versión de los hechos en una larga carta al biógrafo de Barrie, Andrew Birkin. Resumiendo: lady Asquith se dio prisa en llegar para convencer al médico de que inyectase heroína a Barrie y así “bombearle suficiente energía” para firmar un testamento que ella había manipulado previamente a su favor. La misiva define la llamada de Peter a la mujer 

como el “Error Más Grave de su Vida”. Ella heredó 10 veces más dinero que los hermanos —Barrie fue el primer autor de best sellers moderno, multimillonario y con estatus de celebrity— y recibió además los derechos de toda su obra, salvo los de Peter Pan, cedidos en 1929 al hospital infantil de Great Ormond Street.

“Y así ha quedado lady Cynthia Asquith para la historia, como la bruja que engañó al Barrie moribundo; apenas un apunte en la mayoría de las biografías del autor, aunque fue su asistente, cuidadora, amor platónico y musa durante dos décadas”, dice Silvia Herreros de Tejada, experta en Barrie y premio Lengua de Trapo por el ensayo Todos crecen menos Peter. Cuando esta filóloga madrileña recibió la prestigiosa beca de la biblioteca Beinecke para investigar los manuscritos del autor escocés posteriores a Peter Pan, viajó a la Universidad de Yale con una agenda oculta: saber más de esta “femme fatale de libro”. Seductora, manipuladora, mala madre —tenía un hijo autista internado, que murió un mes antes que Barrie, cuando ella llevaba cuatro años sin visitarlo—, no se parecía en nada a la otra protagonista de la vida de Barrie, su amiga Sylvia Llewelyn Davies, la pobre viuda que murió joven y le hizo tutor de sus hijos. “El arquetipo femenino clásico, la madre devota, la buena esposa”, señala la novelista. 

En Yale, Herreros de Tejada descubrió una relación tan profunda entre Barrie y Asquith que en vez de un paper académico inspiró su primera novela, una intriga literaria donde ficciona un retrato de lady Asquith más complejo que el fijado por la historia. La mano izquierda de Peter Pan (Espasa, 2017), que transcurre entre los albores del siglo XX y los del siglo XXI, donde dos profesores investigan las figuras de Barrie y Asquith. “Es una estupenda sitcom intelectual para repensar el amor y la mezcla de desprendimiento y mezquindad propia de las relaciones humanas”, según la escritora Marta Sanz. 

“Imaginarme como la secretaria de Barrie me provoca carcajadas y me divertirá hasta el mismísimo día de mi muerte”, escribió lady Asquith en su diario el 23 de junio de 1918, cuando el escritor le ofreció el puesto. Le daba risa pero, hija de los condes de Wemyss y nuera de un ex primer ministro, aristócrata venida a menos, tenía tres hijos pequeños y un marido en la guerra. Necesitaba el trabajo. 

Y Barrie necesitaba su glamour. Ella tenía 31 años (Barrie, 58) y era “una de las mujeres más fascinantes de su tiempo”, según el historiador lord David Cecil; al menos de Londres, una de las más cultas, ingeniosas y hermosas. Fue la inspiración de varios cuentos de D. H. Lawrence, que estuvo atormentadamente (cómo si no) enamorado de ella, y la dibujó en algunos rasgos de Lady Chatterley. “Hay algo en ella que me recuerda al mar”, escribió el poeta. “Es fría y tiene una pasión que, como la sal, quema y corroe”. Dueña de una portentosa melena pelirroja, Asquith fue retratada por el prerrafaelita Edward Burne-Jones y el oscuro posimpresionista Augustus John. También por John Singer Sargent, Edmund Dulac o el fotógrafo Cecil Beaton… Era la sofisticada dama que se codeaba con Churchill y los poetas Yeats o T. S. Eliot. 

La perfecta socialite lo había mamado desde niña. Sus padres eran miembros fundadores de The Souls, un grupo de intelectuales que buscaba el placer para huir de los convulsos tiempos que les había tocado vivir. Una suerte de Bloomsbury hedonista que inventaba charadas. En el pasatiempo Dar la noticia, dos jugadores dramatizaban la comunicación de la repentina muerte de un tercero. El resto tenía que adivinar quién era el difunto a partir de los comentarios. Las souls debían ser hermosas para inspirar a pintores y poetas; cultas para destacar en el arte de la buena conversación y libres para huir de la vulgar monogamia coleccionando amantes ilustres. Lady Asquith siguió estos postulados a pies juntillas. Fiel compañera de su esposo, mantuvieron siempre una relación abierta. 

Pero además de musa, escondida en su habitación, fingiendo que se encontraba mal para estar sola, Asquith escribía. “Pensaba con profundidad, pero hablaba con ligereza”, cuenta el novelista L. P. Hartley en el prólogo de los famosos diarios de ella. Escritos entre 1915 y 1918, los expertos los consideran “la historia del final de una era”. No en vano, acaban con el armisticio que zanjó la Primera Guerra Mundial. “Me estoy frotando los ojos ante la perspectiva de la paz”, escribe lady Asquith, seguido de la que es su cita más célebre: “[Es en la paz] cuando uno asume completamente que los muertos no están muertos tan solo durante la guerra”. 

Asquith también escribió novelas, biografías, artícu-los, obras teatrales e infantiles y populares relatos de fantasmas. Medio centenar de libros, todos descatalogados. En un piso cerca del Retiro, Herreros de Tejada, junto a su extensa bibliografía de Barrie, atesora varias de las obras de Cynthia (incluida la novela The Spring House, que le costó unos 200 dólares en Amazon). “Como escritora no la tomaban en serio”, dice la novelista. “Siempre se habla de las feministas que lucharon y lo consiguieron; Cynthia se sentía encorsetada por sus obligaciones y su estatus, pero se rebeló, trabajó, escribió. No pretendía trascender, la suya es una pequeña lucha feminista, un feminismo de segunda fila, tan importante como el otro”. 

“La necesidad de ganarte la vida es lo único que te protege de la gente”, escribió. “Pero los perros se comen los jirones de tiempo que te dejan los amigos, los niños y el servicio”. En esos jirones —los que le dejaban los amantes desairados, el empleador posesivo, el marido con estrés postraumático—, esta suerte de Wendy entre viejos Peter Pan profesionalizó su vida social convirtiéndose en una eficaz antóloga. Consiguió que sus finísimos amigos escribiesen cuentos de miedo para sus colecciones superventas. Hoy sería lo que llaman una networker: alguien que teje redes de influencia. Ser la musa camaleónica, la mediadora, la entregada a mayor gloria de los demás le pasó una factura emocional. “Me siento fluida más allá de la esperanza. Tan desdibujada”, se lee en una de sus novelas autobiográficas. “Una persona diferente según con quien esté, y nadie en absoluto cuando estoy sola”. 

Rompedora hasta el final, en 1957, con 70 años y tres antes de morir, lady Asquith se presentó a un pionero concurso televisivo. Su tema elegido fue Jane Austen, acertó todas las preguntas y se fue a casa con 1,600 libras de la época, arriba de 40,000 dólares de ahora. “Aunque no le hacían demasiada falta, gestionó bien el legado literario de Barrie”, cuenta Herreros de Tejada. ¿Y es cierto lo de la heroína y el testamento? “Probablemente”, se ríe la novelista. 

“Pero, mira, fue ella quien le sacó de sus depresiones, quien le inspiró, lo acompañó y aguantó sus manías durante sus últimos 20 años”. En La mano izquierda de Peter Pan la novelista incluso especula con que Asquith escribiera la obra tardía de su amante amo. “Eres una artista”, le decía Barrie en una carta. “Y yo soy tu obra maestra”. n

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Stanway, la mansión de la familia de lady Asquith en Gloucestershire.




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