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Juan Carlos I, una tragedia shakesperiana

A punto de cumplirse 10 años de la abdicación del rey emérito, las librerías se atiborran de libros sobre su auge y caída

Imagen de la boda del príncipe Juan Carlos y Sofía de Grecia en Atenas, el 14 de mayo de 1962.Juan Carlos I, una tragedia shakesperiana

Las grandes obras de la literatura siempre tienen algo de universal y de imperecedero y eso hace que muchas veces resulten inquietantemente premonitorias. Algo así pudo haber pensado William Shakespeare cuando, según las teorías de algunos historiadores y expertos, formó parte de la delegación inglesa que en 1605 viajó a tierras castellanas para firmar la paz entre Felipe III y Jacobo I. El Bardo de Avon habría pisado Valladolid justo el mismo año en el que estrenó El rey Lear, pieza teatral que narra una intrincada historia en la que el rey de Bretaña reparte en vida su reino entre sus tres hijas. Cordelia, el vástago menor, se niega a adular a su progenitor y este, en represalia, la deshereda. Finalmente, la hija díscola encontrará afecto en el rey de Francia, mientras que sus hermanas, que gozaban de la herencia anticipada, terminarán levantándose contra el padre.

La historia del padre traicionado por sus hijos resuena en la monarquía española como si el fantasma del rey Lear se hubiese quedado a vivir en Valladolid. Felipe IV se dedicó a desmontar la red de corruptelas tejidas durante el reinado de su padre; Carlos II cedió y perdió muchos de los territorios que su progenitor había atesorado; Alfonso XII se casó con la hija de uno de los grandes enemigos de su madre y reinó aceptando el destierro de Isabel II; Alfonso de Borbón y Battenberg desafió a Alfonso XIII y renunció al trono para poder casarse con una “plebeya”; y Juan Carlos I se convirtió en rey sin el beneplácito de don Juan. Y así llegamos hasta los tiempos de Felipe VI, a quien le toca lidiar con el exilio paterno, aparentemente voluntario pero indeseado en la intimidad por la Familia Real y el emérito.

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Firma de la abdicación del rey Juan Carlos, el 18 de junio de 2014.

Juan Carlos I vive su exilio en Nurai, una isla privada dubaití en medio del golfo Pérsico. En la isla hay 32 villas de lujo, un spa de categoría internacional, cinco restaurantes internacionales y un club de playa, pero ni una sola librería o biblioteca. No obstante, el entorno real asegura que el rey emérito lee mucho y que examina todas las historias en las que se habla sobre él. Así que seguramente esté al tanto de que, en vísperas del décimo aniversario de su abdicación, las librerías españolas están atiborradas de libros sobre su auge y caída. Heredarás mi reino. Del derrumbe de Juan Carlos I a la incertidumbre de Leonor (Ediciones B), de David López Canales, relata los episodios que llevaron al ex jefe del Estado al exilio; Todos lo sabían. Juan Carlos I y el silencio cómplice del poder (La Esfera de los Libros), de José García Abad, intenta explicar cómo el monarca pudo actuar durante tanto tiempo con impunidad y con la presunta complicidad de los poderes del Estado; Juan Carlos I, el rey en el desierto (La Esfera de los Libros), de Alejandro Entrambasaguas, narra con benevolencia y cortesanía cómo es su día a día en su destierro dorado, y King Corp. El imperio nunca contado de Juan Carlos I (Libros del K.O.), de José María Olmo y David Fernández, repasa todas las pruebas, indicios y acusaciones —unas probadas, otras no— sobre las rutas de dinero del inmenso conglomerado económico del monarca.

La vida del rey Juan Carlos sigue siendo una fuente inagotable de biografías, ensayos y análisis. ¿Por qué? La respuesta podría estar en las obras de William Shakespeare. Las hazañas y vilezas del rey emérito tienen los elementos de una tragedia shakesperiana, la fuerza de un drama isabelino que no nos cansamos de contar, de leer y de releer: un príncipe sin corona que sacrifica todo (incluido a su propio padre) para reinar y que, cegado por la codicia, termina perdiendo el trono y pasa sus últimos años de vida vagando por el desierto. “Hay una frase de Shakespeare que resume muy bien lo sucedido: ‘La corona ha devorado al que la lleva’; y otra que cuenta lo que sucede: ‘Inquieta yace la cabeza que lleva una corona”, reflexiona David López en Heredarás mi reino, haciendo un paralelismo entre Juan Carlos I y Enrique IV, pero también entre Felipe VI y el Enrique V shakesperiano, dos príncipes que, tras ser coronados, se percatan de que su nuevo traje, la majestad, no les sienta tan bien como pensaban.

Las similitudes entre la vida del rey emérito y la obra de Shakespeare van más allá de Enrique VI o El rey Lear. La codicia y la corrupción, elementos fundamentales en la tragedia de Macbeth, también están muy presentes en la trayectoria vital de Juan Carlos Borbón. Cuando el personaje de Malcolm describe los muchos vicios que le invalidan como rey, Macduff le explica que el gobernante no ha de ser un santo, sino una persona inteligente con la habilidad de ocultar sus pecados. “La intemperancia sin freno es tirana de la vida (…) mas no temáis tomar lo que es vuestro: en secreto podéis dar campo libre a los placeres pareciendo casto y así engañando al mundo (…) La codicia arraiga hondo y crece con raíces más perversas que la lujuria. Mas no temáis: Escocia es pródiga en recursos que colmarán vuestro deseo, y sólo en vuestras propias tierras”, le dice Macduff al soberano en su alegato, una defensa de la corrupción.

El rey emérito, como el Malcolm shakesperiano, tuvo muchos Macduff en su corte, consejeros que durante casi 40 años se habrían encargado de esconder sus vicios y corruptelas. “En la Transición el rey empieza a rodearse de nuevos ricos y empresarios que tenían dinero de verdad. Entonces él pierde interés en la vieja aristocracia del franquismo. Los condes o los marqueses tenían muchos palacios y tapices, pero no el suficiente cash para coger un avión privado e irse a París a pasar un fin de semana. Él siente la necesidad de ser el líder de esa nueva sociedad”, explica José María Olmo, coautor de King Corp. La obra de Olmo y Fernández indaga en cómo el jefe del Estado habría amasado su fortuna personal cerrando negocios entre el Estado español y empresas privadas y gobiernos extranjeros: de sus primeros acuerdos petroleros con las monarquías del golfo Pérsico, a finales de la década de 1970, a las tarjetas de crédito que le costeaba un millonario mexicano y los ocho millones de euros en vuelos privados pagados por una fundación opaca. “Seguir el dinero de Juan Carlos es como seguir las huellas que deja un león en la selva. Nos dan datos sobre cómo era él, un rey que no solo quería serlo sino también aparentarlo, un hombre con una enorme voracidad de viajar, gastar dinero y poseer mujeres”, continúa el periodista. Laurence Debray, biógrafa oficial del emérito, es más benévola. “Los valores han cambiado con el paso del tiempo en España y en el mundo, pero el rey es alguien que no ha mentido respecto a su personalidad. Nunca escondió que le gustaban las mujeres y la gente que hacía negocios. En los años ochenta eso no molestaba”, dijo la escritora francesa en 2022, durante la promoción de su libro Mi rey caído.

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El rey Juan Carlos y su hijo, el príncipe Felipe, en un partido de tenis en 1977.

Shakespeare decía en su Cuento de invierno que la autoridad es un terco oso al que a menudo se le conduce por la nariz con oro. Algo parecido habría ocurrido con el primer rey de la democracia. “Entendía que estaba haciendo ganar mucho dinero a mucha gente y no aceptaba que él no se llevara su parte.

Los excesos de Juan Carlos I fueron su perdición y lo llevaron a perder el trono que tanto le había costado conseguir. Entonces llegó el exilio, la peor pesadilla de Romeo Montesco. “El exilio me causa más miedo que la muerte. No me hable de exilio”, le dice el protagonista de la tragedia a Fray Lorenzo tras ser condenado al destierro por acabar con la vida de Teobaldo Capuleto. “Te ordena que dejes Verona; pero no te preocupes; el mundo es muy ancho”, le replica el fraile franciscano, su consejero. “Fuera de Verona no hay mundo, sino purgatorio, infierno y desesperación. Exiliarme de Verona es como exiliarme de la Tierra. Lo mismo me da que digas muerte que exilio. Te ruego que con un hacha de oro troces mi cabeza, y luego te carcajees del golpe mortal”, suplica el Romeo de Shakespeare.”.