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´Las cosas del fin del mundo´: esto ya lo había leído antes

Es la primera novela de la autora estadounidense Jenny Offill

Retrato de la autora Jenny Offill.´Las cosas del fin del mundo´: esto ya lo había leído antes

Unos años atrás, siguiendo el consejo de Georg Christoph Lichtenberg, cualquiera que tuviese dos pantalones vendía uno y compraba un ejemplar de Departamento de especulaciones, la primera novela de Jenny Offill publicada en español. Sucedió en 2016, es decir, no hace ni mucho ni poco, aunque —habituados como estamos a una sobreproducción editorial que reduce los libros a unas pocas semanas de vida, y a los lectores a un estado de histérica insatisfacción— puede parecer que sucedió hace siglos. Por entonces, la luz proveniente de la galaxia Offill era tan intensa que, cuatro años después, consiguió iluminar una segunda novela en español, la repetitiva y algo menos lograda Clima, en 2020.

Offill (Massachusetts, 1968) es editora y profesora de escritura creativa en las universidades de Syracuse y de Queens, y sus dos novelas evidenciaban algunos de los mayores males que afectan a la narrativa estadounidense y a la latinoamericana que surge de los departamentos de escritura creativa: la desconcertante, disuasoria repetición de temas y procedimientos narrativos y la instalación de la idea de que la fragmentación constituiría algún tipo de novedad literaria. Richard Brautigan y Renata Adler ya habían escrito novelas fragmentarias, sin embargo; y lo interesante de Las cosas del fin del mundo —publicada originalmente en 2000 como Last Things y recuperada ahora por una nueva editorial española, Lava— es que demuestra que Offill lo había hecho también, y mucho antes de Departamento de especulaciones.

Las cosas del fin del mundo tiene como narradora a una niña astuta y solitaria y como personajes a un padre que enseña química en la escuela y está ausente la mayor parte del tiempo, a una madre conservacionista que una vez vio un monstruo en un lago, a niños, a un tío de la narradora que tiene un programa infantil en la televisión y usa lentillas de colores, a un adolescente existencialista que hace de canguro y está obsesionado con el moho. En realidad, es la primera novela de la estadounidense, y, como es habitual en las primeras novelas, insinúa un talento nuevo pero inconsecuente, que sólo se manifestará en todo su esplendor en el futuro, aunque ya sin sorpresa. De hecho, lo asombroso es que no es inferior a Departamento de especulaciones: tiene escenas magníficas, buenas ideas, un personaje extraordinario —la madre— y pasajes seductores —como ese en el que ésta le dice a la hija que cuando nació tenía "todos los idiomas del mundo en la cabeza, esperando a cobrar forma" y que las palabras "se echaron a perder" en su cabeza, "como una pierna que no usaras nunca para caminar"; el lenguaje especular "ánnico" que le enseña a la hija y la habitación que pinta para ella con pintura fosforescente para resumir la historia del universo en un año—, pero también algo que hace que el lector crea haber leído todo esto antes, no sólo en Departamento de especulaciones, sino también en otros libros; ese algo consiste en que, como en ciertas películas, las escenas están bien, y también está bien el modo en que están narradas, pero el resultado final carece de orden y de propósito y se compone de una sucesión de pequeñas situaciones que simplemente son abandonadas cuando han perdido impulso.

Quizás Offill sea consciente de esta limitación suya: en Departamento de especulaciones, los alumnos de la narradora sostienen que "es buena profesora, pero se pierde demasiado en anécdotas". Y tal vez todo lo que haya que saber de este libro lo diga su portada, de las más sinceras que uno puede encontrar en librerías en este momento: un largavistas, un planeta, una caja de cerillas, un teléfono, un sombrero de corcho, un trozo de roca, una moneda de un céntimo flotando sobre un fondo sin brillo, disponibles para ser incorporados en un conjunto por la mirada del comprador, pero sólo si éste está dispuesto a hacer todo el trabajo, lo que incluye remontarse a un hype antiguo y a una luz antigua que en realidad nunca fue muy intensa. Y a veces, el lector, simplemente, prefiere no hacerlo.

 

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