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Homenaje a los trotamundos que construyen sueños

El fotógrafo Manuel Charlón combate el confinamiento con un libro en el que participan 88 cronistas de viajes con relatos sobre la esencia de descubrir mundo

Dice el cronista de viajes estadounidense Tim Cahill, fundador de la revista Outside, que un viaje se mide en amigos, no en kilómetros. Eso mismo debió de pensar el fotógrafo Manuel Charlón (Santander, 1963) cuando puso en marcha el libro Viajes en confinamiento, un proyecto personalísimo en el que ha involucrado a casi un centenar de antiguos compañeros de fatiga en sus múltiples escapadas por el mundo; plumillas con los que ha compartido durante tres décadas incontables horas de aviones, hoteles, comidas y ayunos prolongados en la realización de reportajes para distintas publicaciones, algunas ya desaparecidas.

El fotógrafo Manuel Charlón.Homenaje a los trotamundos que construyen sueños

El propósito inicial de Manuel Charlón era homenajear a la novela que mejor encarna el espíritu aventurero: La vuelta al mundo en 80 días, de Julio Verne. “Pero fui incapaz”, admite entre risas. Pero la cifra final de 88 fotografías, junto a sus respectivos textos, también tiene sentido para este veterano fotógrafo freelance porque ese fue el año en el que llegó a Madrid para trabajar en el ya desaparecido semanario El Globo. “Y el ocho tumbado es el infinito. Y es que los viajes pueden ser infinitos”, remata.

Este infatigable trotamundos, que vive a caballo entre Madrid y San Petersburgo, asegura que casi todos los viajes tienen salida y llegada en la literatura. Al menos para aquella generación que, como la suya y la de muchos de los que han participado en el proyecto, solo podían trasladarse a lugares exóticos a través de las lecturas de Verne, Salgari o Stevenson, “mientras emprendían el largo camino de la ciudad a la playa apretujados en un seiscientos sin cinturones de seguridad y cargado hasta los topes de familia y equipaje”.

Esa pulsión literaria queda reflejada en la mayoría de las crónicas que acompañan sus fotos, a excepción de Carlos Pascual, colaborador de El Viajero, para quien la música es un lugar más. “Ya antes de saber leer o haber subido al primer tren de mi vida había estado en un mercado persa, había cruzado las estepas del Asia Central con Borodin, había sufrido una tormenta espantosa en el Gran Cañón junto a Grofé, bailado en los Montes Apalaches jaleado por Aaron Copland y aspirado los pinos de Roma junto a Respighi”, escribe Pascual, que también recupera viejos recuerdos de infancia para apuntalar su pasión por la música clásica: “Si rigiera el mercadeo de cromos y chapas de cuando éramos chicos, cambiaría un Ave Verum de Mozart por tres Réquiem de Mozart y dos Pasiones de Bach. En cuanto a ópera, después de Puccini, todo lo que pueda venir son solo mignardises de sobremesa”.

Charlón guarda grandes recuerdos de todos los redactores con los que hizo piña, pero el primer reportaje siempre deja una huella imborrable en cualquier fotoperiodista. Y ese lo hizo con Gabriel Carreño Pérez para Le Figaro. Un viaje a los espesos bosques de Laponia tras el rastro de las pepitas de mayor pureza de toda Europa. 



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