Fama y prejuicio
En las novelas de Jane Austen, aparentemente de costumbres, hay espacio para tratar la esclavitud, los abusos sexuales, las teorías evolutivas y los derechos de las mujeres
Cabe pensar que la única “verdad universalmente reconocida” en torno a Jane Austen casi empieza y acaba en la famosa frase con la que arranca su novela Orgullo y Prejuicio, aquella irrefutable asunción de que “un hombre soltero con fortuna debe estar buscando una esposa”. En julio se cumplió el bicentenario de la muerte de la autora británica a los 41 años, una novelista cuya fama póstuma y entregados seguidores la convierten en una especie de estrella de rock literaria, un icono cultural que despierta agitadas pasiones.
Sus devotos lectores entablan con ella una peculiar intimidad, y sienten un extraño esnobismo o derecho de propiedad que podría resumirse en un “a mi Jane no me la toquen” o “esa pandilla de fans cursis realmente no entienden su obra”. El enconado debate sobre la “lectura correcta” de su obra, su abaratamiento o transformación en un producto pop y equivocadamente ligero, es algo tan clásico como los trajes de corte Imperio que lucen sus heroínas en las recurrentes adaptaciones cinematográficas y televisivas de sus seis libros. Ya dijo Virginia Woolf que “cualquiera que tenga la temeridad de escribir sobre Jane Austen es consciente de que hay 25 señores mayores residentes en la ciudad de Londres que se resienten ante cualquier matiz sobre su genio, como si fuera una afrenta a la castidad de sus tías”.
Su advertencia no ha sido muy tenida en cuenta. El chorro de estudios y libros sobre la vida, obra, milagros, estilo, costumbres, cocina o paisajes del universo de Austen ha sido y es imparable. Gran Bretaña imprime este año billetes de 10 libras con su rostro; Winchester, en cuya catedral está enterrada la escritora, acoge una gran exposición; y en español aparecen ediciones conmemorativas de sus novelas (Alianza y Penguin Classics), y por primera vez la colección completa de su correspondencia Cartas (dÉpoca Editorial) y sus escritos juveniles, Amor y Amistad (Alba).
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Pero lo cierto es que la brillante, doméstica y ocurrente Jane pronto se convirtió en carne de polémica. Citada como ejemplo por los parlamentarios conservadores en el siglo XIX en su defensa de las sanas tradiciones inglesas frente a la amenazadora modernización. Blandida como defensora de las mujeres por las sufragistas. Acusada de ser la creadora de estereotipos masculinos hiper heterosexuales. “¿Hay otros escritores que parezcan tan vulnerables a ser amados por tanta gente por los motivos equivocados?”, se lamentaba Henry James en 1905.
En Jane Austen, The Secret Radical (Jane Austen la secreta radical), la académica de Oxford Helena Kelly avanza su teoría sobre los motivos que se esconden tras la equivocada, inocua y popular visión de la novelista, antes de reclamar una lectura más profunda. Atención al contexto y al puro texto, advierte Kelly en el nuevo libro, aparecido también al calor del aniversario.
Nacida en diciembre de 1775 en el pequeño pueblo de Steventon en Hampshire, la séptima de ocho hijos de un pastor, Jane pasó cinco años en Bath y tres en Southampton, y salvo periodos vacacionales, y ocasionales visitas a parientes, residió la mayor parte de su vida en el condado donde nació. Nunca se casó. Entre finales de 1811 y 1815 publicó cuatro novelas (Sentido y sensiblidad, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park y Emma). Otras dos (Nothanger Abbey y Persuasión) salieron a finales de 1817 cinco meses después de su muerte, con un prólogo de su hermano en el que presentaba la primera nota biográfica. “Jane, según Henry, no se consideraba una autora, no tenía una alta opinión de su trabajo y nunca pensó que llegaría al gran público. Tras ceder a la presión de su familia, estaba muy sorprendida del éxito”, escribe Kelly. Quizá Henry trataba de disimular la necesidad de dinero y proteger a su hermana, de paso ocultó que el primer manuscrito que vendió nunca fue publicado.
Frente a su insistencia en que ella era una fiel seguidora de los principios de la iglesia, la académica repasa las tramas de sus novelas en las que los clérigos carecen de vocación, y esgrime el tiempo histórico en que fueron escritas. Austen nació cinco años después que el poeta romántico Wordsworth, un año antes de que arrancase la guerra de independencia en EU, y tenía 13 años cuando empezó la revolución francesa. Durante la mayor parte de su vida Gran Bretaña estaba en guerra, era una época de censura y vigilancia por parte del Estado. Las novelas de Austen —la única autora de este periodo que escribía sobre su tiempo de forma realista— son tan revolucionarias como los textos por los que Thomas Paine fue perseguido, sostiene la ensayista, pero han sido escritas con tanto arte que a menos que el lector esté buscando en el lugar correcto no lo verá. “Jane no era un genio que se movía por inspiración sin pensar; era una artista que se comparaba a sí misma con un pintor de miniaturas; en su trabajo cada pincelada, cada palabra, cada nombre de cada personaje, cada verso citado importa”, escribe Kelly, antes adentrarse en cómo en sus novelas, aparentemente de costumbres, hay espacio para tratar la esclavitud, los abusos sexuales, las teorías evolutivas y los derechos de las mujeres. Los dramas livianos en fabulosos salones esconden mucho más de lo que parece.
Quizá la afirmación más extrema de Kelly sea que “las novelas de Jane no son románticas”, algo que enfurecería a millones de fans. Ellas y ellos son los Janeites, término inventado por George Saintsbury en 1894 y al que E M Foster confesaba estar adscrito (y por lo tanto ser “un poco imbécil”).
La estadounidense Deborah Yaffe se acerca a este fenómeno en Among the Janeites: A Journey Through The World of Jane Austen Fandom (entre Janeites: un viaje por el mundo de los fans de Jane Austen).
“Hubo un tiempo en el que declararte fan de Austen significaba que tenías un gusto refinado, la habilidad de disfrutar de una ironía mordaz, y de la caracterización sutil de los personajes. Hoy, probablemente, signifique que te ponen británicos apuestos en pantalones de montar a caballo”, escribe esta periodista, cuya investigación la lleva a clubs de fans, a bailes de época o a un pueblo donde una mujer superó una ruptura matrimonial escribiendo secuelas a las novelas de Jane.
En The Making of Jane Austen (la gestación de Jane Austen), la profesora de la Universidad de Arizona Devoney Looser se refiere a las hermanas Hill —la escritora Constance y la ilustradora Ellen— como dos insignes y visionarias Janeites que marcaron senda. En 1902 su libro Jane Austen: her homes and friends (Jane Austen: sus hogares y amigos) narraba una ruta de peregrinaje por los escenarios de la vida y la obra de Austen. Y aunque a finales de la década de 1860 un sobrino de Jane empezó a reunir material de sus familiares y escribió Memorias de Jane Austen, —surgió entonces el apelativo tía Jane, y Austen mutó en una especie de tía universal en el mundo anglosajón— fueron las Hill quienes delimitaron el camino de la compulsiva obsesión por acercarse a la escritora de Orgullo y Prejuicio. “La invención de Jane Austen ha sido y continúa siendo una extravangaza bizarra, sin precedente social, ni literario, ni histórico”, apunta Looser.
Lo cierto es que cuatro años después de su muerte, Jane Austen ya era situada a la altura de Shakespeare por Richard Whateley, arzobispo de Dublin. “Su talento para la observación”, causó y causa sensación. También su extraordinario uso del diálogo. James Wood el crítico de The New Yorker la señala como gran maestra y pionera del discurso libre indirecto. Pero es en la veta teatral donde profundiza Paula Byrne en la edición ampliada de The Genius of Jane Austen (el genio de Jane Austen) que acaba de salir.
Encuentra en la pasión de Austen por el teatro la clave para entender su obra. Jane a lo largo de toda su vida participó en producciones y montajes teatrales privados, y acudía con frecuencia a ver obras. “La visión popular que se tiene de ella es que era una novelista solo interesada en romances y casamientos. Está claro que el matrimonio es el punto y final tradicional de las comedias, pero lo que realmente interesa a Austen son los malentendidos y encuentros incongruentes que ocurren por el camino no el final feliz”, escribe.
Las interpretaciones, obsesiones y pasiones por el mundo de Austen parecen no terminar nunca. Buena causa para celebrar. Porque como se advierte en Emma: “Rara, muy rara vez la verdad completa forma parte de un intercambio; rara vez algo no acaba un poco disfrazado o un poco confundido”.
Sobre su obra...
Por Luis Magrinyà
Ciertas indicaciones se han dado de que Emma (1816) es la primer novela de formación de la literatura inglesa, aun considerando que su protagonista no es para nada de origen burgués ni para nada un joven, sino una joven. En todo caso, apenas hay heroína que no goce con naturalidad del privilegio masculino de aprender algo de uno mismo y de abrazar el “cultivo armonioso” de su naturaleza en el curso de una accidentada trayectoria. Es cierto que Elinor Dashwood, en Juicio y sentimiento (1811), y Anne Elliot, en Persuasión (1816, publicada póstumamente en 1818), vienen ya aprendidas de casa; pero Elinor, además de luchar angustiosamente por guardar la compostura que le impide decir lo que su corazón grita, tiene que vigilar la locuacidad romántica de su alborotada hermana Marianne; y Anne bastante tiene con empezar la novela ya habiendo reconocido sus errores y en el trance de descubrir el hasta entonces desconocido derecho a una segunda oportunidad.
En las otras grandes novelas de la autora, el aprendizaje está claro: Catherine Morland, en La abadía de Northanger (1798-1803, publicada póstumamente en 1818), aprende a las malas que el mayor misterio gótico que encierra el caserón donde ha sido invitada es que la han confundido con una rica, siendo ella una pobretona, por lo cual es inmediatamente expulsada; la célebre pareja de Orgullo y prejuicio (1813), Elizabeth Bennet y el señor Darcy, tienen que aprender trabajosamente a domar, juntos y cada uno por su lado, al terrible par de monstruos del título; la virtuosa, trémula y falsa devota Fanny Price de Mansfield Park (1814) es devuelta a la pobreza en uno de los capítulos más lúcidos y brutales jamás escritos por Jane Austen, y allí, horrorizada, aprende, como buena marxista avant la lettre, que su virtud es una licencia dependiente de la fortuna (de su educación en casa de unos parientes ricos, generosos y esclavistas) y que no resistiría las condiciones materiales en que viven sus padres y sus hermanos; y la protagonista de Emma (1816), una heroína que, confesaba su autora, “solo me gustará a mí”, la entrometida, jactanciosa, manipuladora y casi siempre equivocada Emma…, debe aprender, en fin, que hay que aprender.
Emma es tan reinezuela, hace tantas barbaridades, compromete el bienestar y la alegría de tanta gente y se empeña tanto —encima— en educar a quienes están por debajo de su “rango” que probablemente en una narración del siglo XX habría sido confinada al terror y decapitada a mitad de historia, o habría sido el personaje que, en una comedia o melodrama, queda al final sola y en ridícu-lo con gran ovación del público. En 1995 su actualización cinematográfica, Clueless, en los colegios y centros comerciales de Beverly Hills permitía augurar alguna tipología, más complicada en su recepción, del siglo XXI: la “posibilidad de actuar demasiado a su arbitrio personal y cierta tendencia a pensar demasiado bien de sí misma” no despiertan hoy únicamente antipatía, y una chica parecida a Emma podría muy bien ser una celebrity de Instagram o YouTube con muchos más seguidores que detractores.