El mítico día en que Peter Hujar retrató a Allen Ginsberg
En invierno de 1974, la escritora Linda Rosenkrantz pidió al fotógrafo americano que le contase todo lo que hacía en una jornada. De aquella conversación surgió el último libro dedicado al trágico artista
Murió en la pobreza, víctima del sida y sin conocer la fama. Sin embargo, Peter Hujar (Nueva Jersey, 1934-Nueva York, 1987) es hoy una leyenda. Una figura trágica, rodeada de misterio, cuya infalible mirada contribuyó a definir una era; la creativa escena artística del bajo Manhattan en los años setenta y ochenta. Sin duda, el autor era carismático, alto y apuesto —aunque él nunca se lo creyó—. Adusto y severo para muchos, divertido y cálido para otros. Promiscuo y siempre sin blanca, todos los que le trataron coinciden en describir el irresistible encanto de oírlo hablar.
Aquella conversación grabada permaneció entre los archivos personales de Rosenkrantz durante 40 años hasta que fue donada a la Biblioteca y Museo Morgan de Nueva York. Allí la descubrieron los editores de Magic Hour Press, quienes propusieron a la escritora transcribirla en una publicación: Peter Hujar’s Day. Se trata de un libro pequeño pero rotundo, preciso, lleno y sobre todo sonoro, donde la voz del artista atrapa desde la primera línea al lector; no solo lee sino que escucha. Y aún sabiendo que nada excepcional va a ocurrir, se mantiene hambriento de detalles, en busca de conocer las particularidades cotidianas —no siempre banales— que ocupan el día del artista. Una narración salpicada de sorna que arropa con su íntima calidez.
El relato comienza a las nueve de la mañana, cuando una llamada de teléfono despierta al fotógrafo, que no había oído el despertador. Es Jacqueline de Mornay, la sofisticada redactora jefa de la revista Elle, a punto de llegar al apartamento del 189 de la Segunda Avenida esquina con la Calle Segunda, justo encima del Eden Theatre, hoy conocido como la sala de cine Village East. Precavido el artista, dejará la cama bien hecha fantaseando con la idea de ser seducido. “Sería fantástico, justo por la mañana, muy francés”. Pero lejos de deshacer su cama la francesa partirá con los retratos destinados a ilustrar un reportaje de cuatro páginas de Lauren Hutton. Sin tan siquiera pactar con el fotógrafo sus honorarios. La memoria del fotógrafo “es visual; su ritmo deliberado y pausado; su tono auténtico y preciso. Y si usted está leyendo por diversión, continúe”, escribe Stephen Koch, escritor, historiador y amigo del fotógrafo, en el prólogo del libro. “El supuestamente taciturno Hujar emerge como un buen chismoso e hipnótico narrador de historias”. Orgulloso al tiempo que modesto, Hujar nunca alardeó de sus contactos. Sin embargo, en el transcurso de menos de veinticuatro horas tendremos noticias de Susan Sontag (quien escribiría el prólogo de Portraits in Life and Death, el único libro publicado por el artista en vida) de Vince Aletti, de Fran Lebowitz, de Paul Thek, de Tuli Kupferberg, de Janet Flanner, de William Burroughs, de Christopher Makos, y otros muchos protagonistas del demimonde del Lower East End.
Es la figura de Allen Ginsberg, entonces un símbolo de la vieja bohemia, la que más protagonismo cobra en el relato. El poeta beat vivía a dos manzanas de la casa de fotógrafo, en la parte más sórdida y peligrosa del barrio. Zona que conseguía intimidar al joven fotógrafo y a la que se dirige con el fin de retratar al artista para The New York Times. Una sesión poco grata que duró dos horas, durante la cual el icónico autor se mostrará indiferente ante el joven artista —a quien confundirá con un defensor de su odiado Establishment—. Displicente, posará al lado de un incendiado edificio donde en su día estuvo la librería Peace Eye, centro cultural de reunión de pacifistas y del grupo The Fugs, antes de continuar con sus cánticos litúrgicos en posición de loto. “Y realmente pensé, ciertamente no puedo interrumpir a Dios”, se explayaba el fotógrafo con Rosenkrantz.