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El final de la era del hielo

El peligro inminente que la crisis climática supone para el Ártico y para los pueblos que siguen viviendo en él se plasma en una avalancha de libros

Knud Rasmussen, un explorador nacido en 1879 en la costa oeste de Groenlandia, emprendió hace un siglo un viaje en busca de una idea, pese a que tenía bastantes posibilidades de no sobrevivir a su expedición. Rasmussen recorrió todo el norte del continente americano y, desde Alaska, saltó a Siberia: una aventura de 18.000 kilómetros durante la que buscó costumbres, historias y tradiciones comunes en todos los pueblos que habitaban aquel inmenso mundo helado. Blanca Ortiz Ostalé, traductora y editora del libro de Rasmussen Mitos y leyendas inuit, que publicó recientemente Siruela, escribe: “Fue una hazaña cultural que demostró su teoría de que todos los inuits, desde Groenlandia hasta Siberia, eran un solo pueblo que, en la noche de los tiempos, había migrado siguiendo esa misma ruta que él había recorrido, pero en sentido inverso”.

Una embarcación tradicional inuit para la caza de ballenas, en una imagen de la exposición del British Museum.Kiliii YuyanEl final de la era del hielo

El final de la era del hielo representa un punto de no retorno para la cultura inuit. Pero se alza sobre todo como una insoslayable advertencia de lo que va a ocurrir en el resto del mundo: una transformación radical de los hábitats que nos rodean, que repercutirá en todos los aspectos de la vida cotidiana en las próximas décadas. Ellos lo sufrirán primero. “Si en 80 años el hielo desaparece del Ártico, como predicen la mayoría de los climatólogos, ¿qué ocurrirá con esos modos de vida, con esos habitantes del Ártico que reivindican, como ha expresado la activista inuit Sheila Watt-Cloutier, ‘el derecho al frío’?”, escriben Amber Lincoln, Jago Cooper y Peter Loovers en el catálogo de la exposición del British. Los pueblos del norte se dividen en 40 culturas principales, que se distribuyen en ocho naciones —Rusia, EE UU, Canadá, Groenlandia (Dinamarca), Noruega, Suecia, Finlandia e Islandia— y que agrupan a unas 400.000 personas.

Litografía ‘Nunavut Qajanartuk’ (Nuestra bella tierra) de Kenojuak Ashevak (1927–2013), artista inuit.Reproduced with the permission of Dorset Fine Arts.

Diferentes libros recientes se hacen eco, desde el ensayo, los viajes, la novela o el cómic, del deshielo y de lo que representa para este planeta, desde el último trabajo del dibujante y reportero Joe Sacco, Un tributo a la tierra (Reservoir Books), hasta el citado volumen que recoge leyendas inuits o un maravilloso recorrido por la historia del frío —Cuando los inviernos eran inviernos. Historia de una estación (Acantilado), de Bendt Brunner—, pasando por la novela de humor Rompamos el hielo (Seix Barral), de David Safier, o ensayos como La biblioteca del hielo. Un viaje literario por el frío (Ático de los Libros), de Nancy Campbell; Un tiempo más salvaje. Apuntes desde los confines de los hielos y los siglos (Errata Naturae), de William E. Glassley; Hielo. Viaje por el continente que desaparece (Gatopardo), de Marco Tedesco y Alberto Flores d’Arcais, y 500 años de frío. La gran aventura del Ártico (Crítica), de Javier Peláez.

“Me temo que el Ártico, tal y como lo conocemos y como ha sido durante miles de años, está tocando a su fin, y con él sus ecosistemas, incluido el ecosistema humano de los inuits”, explica el climatólogo italiano Marco Tedesco. “Recordemos también que su escritura es bastante reciente. Los inuits tenían mucha cultura, pero la transmitían oralmente. La pérdida de la cultura inuit es un síntoma de una actitud del ser humano que tiende a destruir lo que no puede controlar, arrasando con todo lo que se pone en su camino. Es triste, pero es un hecho”.

Cultura inuit

La exposición del British Museum no solo lamenta la amenaza que se cierne sobre los pueblos del norte, sino que también celebra su inmenso ingenio y su capacidad para sobrevivir en un entorno en el que todo puede convertirse en una trampa mortal. Signo de los tiempos, la muestra ha tenido una existencia muy accidentada: su inauguración estaba prevista para la primavera y se retrasó hasta el 22 de octubre. Ahora el museo ha cerrado por el confinamiento parcial en el Reino Unido, aunque está previsto que vuelva a abrir en diciembre. Sin embargo, el catálogo, Artic. Culture and Climate (Thames & Hudson), es un magnífico compendio ilustrado del arte y los modos de vida de los pueblos del Ártico, desde la prehistoria hasta sus creadores contemporáneos. Porque la cultura inuit sigue viva y se ha adaptado a un mundo cambiante: los temas se mantienen —por ejemplo, la profunda relación con los animales—, pero las nuevas formas de expresión están abiertas a todo tipo de influencias.

Pero el cambio climático no es lo único que amenaza el modo de vida de estos pueblos. Cuando viajó al norte de Canadá para dibujar Un tributo a la tierra, Joe Sacco no solo buscaba el efecto que el cambio climático tiene sobre aquellos que lo viven en primera línea, sino que también quería investigar los desmanes de las grandes compañías mineras y petroleras. Describe localidades perdidas que parecen pueblos del Viejo Oeste, azotados por el alcoholismo y con muchos jóvenes que se mueven en una peligrosa tierra de nadie porque ya no pertenecen a su cultura tradicional, pero tampoco son capaces de adaptarse a la nueva.

Pieles, petróleo y ballenas

El Ártico ha sido una obsesión de las potencias occidentales desde la era de los descubrimientos por dos motivos: primero, para encontrar un paso que permitiese llegar desde Occidente a Asia mucho más rápidamente; segundo, por la minería, el petróleo, la pesca y las pieles. Además de viajes desastrosos, como el de Franklin, y de todo tipo de aventuras insensatas, el periodista Javier Peláez describe en 500 años de frío el motivo que movió a muchos exploradores a entrar en el terreno infinito del hielo. “En el Ártico no se ha dado esa búsqueda romántica que ha podido impulsar otras grandes exploraciones”, explica. “El motivo era económico hasta finales del siglo XIX. Luego hubo un sentimiento nacionalista, sobre todo entre suecos y noruegos. Pero la mayoría de las expediciones tenían un objetivo comercial o económico”.

En todos estos libros, el hielo, la nieve, el frío son seres vivos. Impacta cuando Javier Peláez describe todos los sonidos y crujidos de la madera de los barcos conforme se adentraban en los mares helados. Marco Tedesco explica así la sensación que produce pasar una noche sobre la tierra helada: “Causa mucha impresión dormir sobre algo tan poderoso como el hielo. Me imagino el hielo como un elefante que puede destruirnos en un abrir y cerrar de ojos y que ha tardado miles y miles de años en configurarse. En comparación, nosotros somos tan diminutos en el espacio y en el tiempo…”.

En cierta medida, la historia de la humanidad consiste en aprender a convivir con el frío. “Los inviernos invitan a detenerse, a repasar las cosas una vez más, o tal vez solo a concentrarse en lo esencial. El invierno muestra nuestras limitaciones y nos revela lo vulnerables que somos”, escribe el ensayista alemán Bernd Brunner en Cuando los inviernos eran inviernos. Describe los salvajes fríos de la Pequeña Edad de Hielo, que congeló el hemisferio occidental entre los siglos XV y XVIII. Relata por ejemplo el invierno entre 1708 y 1709, tal vez el más frío de la historia: “La fauna salvaje se congelaba, las aves pequeñas morían por millones. Se cuenta que las crestas de los gallos se helaban y caían al suelo; los árboles, incluso los robles, por lo general muy resistentes, reventaban literalmente”. Al igual que muchos científicos, explica que la crisis climática que padecemos no hará que los inviernos sean menos fríos, sino más imprevisibles: puede hacer mucho más calor en agosto y mucho más frío en febrero. Sin embargo, el Ártico es una excepción. Allí el calentamiento es una constante.

El antropólogo Peter Loovers, uno de los comisarios de la exposición del British, explica: “De mi trabajo de campo con los gwich’in en Canadá aprendí que, desde los años cuarenta, los sueños proféticos de los ancianos advierten sobre una gran transformación en el mundo”. “Aunque hablar de su final puede ser demasiado fuerte, el cambio climático pone a prueba las estrategias que los pueblos del norte han utilizado para sobrevivir durante milenios”. Lo que para una parte del planeta es el futuro, para ellos es el presente. Y, si no se frena, el gran deshielo provocará un efecto en cascada en todo el planeta. Después de su viaje a Groenlandia para escribir Un tiempo más salvaje, el geólogo William E. Glassley concluye: “Las vidas que allí se viven —las de todas las especies— merecen nuestro reconocimiento y nuestro respeto; la tierra, nuestro asombro, nuestras artes, nuestros sueños”. Un sueño que, ahora, está a punto de romperse.

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