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El cómic entroniza a las disidentes

Las vidas de mujeres que rompieron las convenciones sociales a través de la literatura, al arte o del compromiso político se convierten en biografías gráficas

Entre Angela Davis y Annemarie Schwarzenbach hay más que un continente de distancia. Las separa también una clase social y una piel que condicionó sus trayectorias. Comparten, sin embargo, una manera de vivir a la contra: una desde la lucha por los derechos civiles de los negros en EE UU y otra desde la batalla diaria por hacerse a sí misma contra todas las convenciones y todos los clichés. 

Viñeta de ‘Miss Davis’, el cómic sobre la vida de Angela Davis de Sybille Titeux de la Croix y Amazing AmézianeEl cómic entroniza a las disidentes

Personalidades divergentes aunque unidas por la búsqueda de algo que estaba en los márgenes, que han atrapado el interés de autores de cómic tan dispares como ellas mismas y que han llevado sus vidas a obras gráficas publicadas en los últimos meses. 

“De Annemarie, al segundo de conocerla, me atrajo su magnetismo y su actitud en sus retratos fotográficos, fue una disidente de género, sexual, y política. Se cuestionó sus privilegios de clase y su blanquitud: era muy consciente de la opresión racial y la explotación de la clase obrera”, explica la dibujante Susanna Martín, coautora de Annemarie (Norma) junto a la guionista María Castrejón.

La suiza fue muchas cosas, una perseguidora infatigable del placer, del talento, del exotismo, de la transformación social. Fotógrafa, escritora, viajera y periodista, Schwarzenbach nació en 1908 en una familia suiza adinerada y conservadora. Ella fue diferente desde la infancia y acabaría encarnando ese prototipo de mujer rompedora de los años treinta que a menudo acababa mal porque sus pulsiones interiores no encontraban acomodo en el mundo real.

Annemarie Schwarzenbach desató demasiadas revoluciones para deglutir en una sola vida: la sexual (el lesbianismo), la política (estaba en las antípodas del nazismo de su familia), la social (el feminismo). Aunque fue diagnosticada de esquizofrenia, Castrejón cree que hoy en día le habrían atribuido un trastorno límite de la personalidad. “Cumple muchos de sus ítems: la adicción a la morfina y al alcohol, los intentos de suicidio y sus pensamientos continuos de muerte, la sucesión de parejas, la sensación de vacío, vivir situaciones de peligro, poner su cuerpo al límite, ataques de ira, la relación tóxica con su madre y ese clamoroso sentimiento de justicia”, señala la guionista, que considera que aún hoy se la ve empañada tras un velo romántico. “Los demás la adoran como a un ídolo, pero no llegan a ver del todo la persona que es”, añade.

Más de siete años le dedicó al proyecto la dibujante Susanna Martín, que emplea acuarelas, lápices y tinta en el cómic, donde los colores tienen su propio código anímico, como los rojos, magentas y violáceos de las crisis de la escritora.

La publicación de Miss Davis (Flow Press) tiene el don de la oportunidad, aunque sus autores, los franceses Sybille Titeux de la Croix y Amazing Ameziane, se embarcaron en la biografía mucho antes de que EE UU se adentrase en una nueva oleada de protestas contra el racismo. No deja de ser paradójico que sean dos autores europeos, a instancias de una editorial europea, quienes se lanzan a contar los años más crudos de una de las activistas americanas más demonizadas. Angela Davis, que nació en 1944 en una opresora Alabama, encarnó como nadie la polarización de la sociedad estadounidense en cuestiones raciales, que lo mismo la consideró una peligrosa terrorista que la reverenció como un icono de la lucha de los Panteras Negras en los setenta.

La primera pérdida cercana que sufrió Angela Davis fue la de sus antiguas compañeras de colegio. Cynthia Morris Wesley y otras cuatro jóvenes murieron en 1963 mientras asistían a un oficio religioso en la iglesia baptista de la calle 16 de Birmingham, donde todas habían nacido y donde las tensiones raciales se dirimían con balas y bombas. Davis estaba entonces en Biarritz, en una de las escalas que realizó en Europa mientras estudiaba Literatura francesa en la Sorbona y Filosofía con Adorno en Alemania. Cuando regresó se matriculó como alumna de Marcuse en San Diego y se implicó en los movimientos antirracistas que defendían una posición más radical frente al sistema que marginaba a la gente según su color. 



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