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El arte alemán que precedió a la llegada de los nazis

El Centro Pompidou dedica una gran muestra a la Alemania de entreguerras, encabezada por la llamada nueva objetividad, estilo pictórico que aspiraba a reflejar la realidad social

El arte nunca sale indemne de las trincheras. Al terminar la Primera Guerra Mundial, la pintura alemana se alejó de los excesos del expresionismo para adoptar un estilo más frío, distante y austero, que aspiraba a reflejar la realidad social tras el final de la contienda bélica. El movimiento, bautizado como “nueva objetividad” en una exposición inaugurada en Mannheim en 1925, apostó por una figuración estoica que rozaba lo inexpresivo, posible reflejo de la cultura de la vergüenza que surgió en Alemania después de su derrota. El arte se llenó de retratos de personajes resignados y con la mirada vacía, perdidos en medio del paisaje absurdo y dislocado provocado por la guerra.

‘An die Schönheit (Selbstbildnis)’ (A la belleza, autorretrato), obra de Otto Dix de 1922.El arte alemán que precedió a la llegada de los nazis

Pese a que los nazis llevaran el movimiento a la hoguera, tildaran a sus artífices de “bolcheviques culturales” y forzaran al exilio a sus mayores pintores, como George Grosz o Max Beckmann, algunos de sus rasgos estilísticos pervivieron. La depuración del expresionismo que llevó a cabo esta escuela parece dialogar con las tesis de Adolf Loos sobre la “inmoralidad” del ornamento. Sin ir más lejos, el cartel de la muestra seminal de 1925 estaba ilustrado con un inexplicable edificio de estilo neoclásico, que tanta fortuna tendría pocos años después. Algunos de sus integrantes siguieron trabajando bajo el nuevo régimen, como Christian Schad, pese a que nunca lo apoyara abiertamente, mientras que Weiner Peiner, incluido en esa primera exposición, se convirtió en un artista admirado por los nazis: uno de sus paisajes rurales, depositarios de las esencias alemanas, fue entregado a Hitler como obsequio cuando llegó al poder. Con todo, la mayor parte de sus integrantes pertenecían a su ala izquierda, que aspiraba a reflejar la pobreza y la exclusión que la industrialización galopante habían provocado en el país. La muestra refleja la fascinación por el productivismo fordista tras la inyección de capital estadounidense en la posguerra alemana, que enriqueció a las mismas empresas que luego financiarían la campaña electoral de Hitler sin rechistar. Pero también deja lugar a los perdedores de ese sistema, obreros, mendigos, gitanos y otros parias que en algunos cuadros abandonan la masa anónima y expresan algo parecido a un desconsuelo.

La exposición sostiene que, en la pintura de los años veinte, todo se convirtió en naturaleza muerta, incluidos los humanos. El hombre se transformó en mera arquitectura, en un frágil edificio que ya no estaba a salvo de las bombas ni de los derribos, como esos barrios antiguos arrasados durante la primera ola del racionalismo en ciudades como Fráncfort o Colonia. A partir de entonces, el ser humano será un objeto intercambiable y desechable, igual que las piezas de los muebles desmontables de Marcel Breuer. En el arte de la época, la personalidad o la psicología del modelo ya no tienen importancia. Solo cuenta su profesión y su categoría social. Los artistas se pondrán a clasificar la población como si fueran entomólogos. El mejor ejemplo es el del fotógrafo August Sander, que ocupa un espacio central en la muestra, como si protagonizara una antológica propia dentro de la exposición.que Goebbels no vio venir.



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