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‘Maddi y las fronteras’

La Edurne Portela literaturiza la biografía de María Josefa Sansberro, una mujer que ayudó a ciudadanos europeos a huir de los nazis

En 2020 murió en Francia el último superviviente español de los campos de concentración. Se llamaba Juan Romero Romero. No puede descartarse que exista algún otro republicano que estuviera allí y aún viva, pero no consta en los censos que las entidades memoriales han podido elaborar durante décadas.

María Josefa Sansberro, Maddi, en una imagen sin datar con su prima.‘Maddi y las fronteras’

  • La propuesta que Jorge Semprún planteó en alguna de sus novelas de Buchenwald, y que ya generó controversia, era la ficcionalización de dicha experiencia. La novela no puede ni debe persuadir de la misma manera que el testimonio, aunque la diferencia entre uno y otro discurso no es de grado de veracidad ni de intensidad.

Son discursos distintos que impactan de distinta manera en el receptor y en los dos casos pueden ser formas culturales de resistencia ética y política. La novela Maddi y las fronteras, que es un conmovedor despliegue de sensibilidad, lo evidencia.

En el epílogo donde explica cuál ha sido su operación literaria, Edurne Portela es clara: ha querido “activar una memoria antifascista”.

BIOGRAFÍA

María Josefa Sansberro Maddi no pudo testimoniar su experiencia. La Historia se cruzó en la vida de esta mujer anónima, ella se comprometió para cambiarla y su biografía, como la de tantas mujeres de la historia en minúscula, la devoró el olvido. Nacida en 1895 en la ciudad guipuzcoana de Oiartzun, murió el 13 de noviembre de 1944 en el campo de Sachsenhausen.

Tras divorciarse de su marido, en 1929 empezó a regentar un hotel a las afueras de una pequeña localidad del País Vasco francés. Esta hija de los caseríos se convertiría en una mujer de frontera.

Si primero parece que practicó un cierto contrabando de baja intensidad, ya en la Guerra Civil participó en redes de evasión. Con el hotel ocupado por las tropas alemanas, redobló el riesgo y montó diversas redes de evasión de ciudadanos europeos que huían de los nazis. Y la Gestapo la detuvo y la destrozó.

Tras su muerte el niño que nació en el hotel y que ella adoptó se preocupó de reivindicar su memoria como integrante de la Resistencia: se le otorgó a título póstumo el grado de subteniente y agente P2, una medalla de reconocimiento certificada por una carta del Presidente Eisenhower.

Los historiadores que dieron con los datos para reconstruir su biografía le propusieron a Portela que literaturizase su vida. No escribir Historia ni historia, sino imaginarla a ella desde dentro. El salto del documento a la novela es arriesgado, porque la invención podría no ser verosímil, pero la narradora que va mostrando su peripecia adulta, sin apenas integrar el mundo exterior a su propia vivencia, transmite auténtica verdad.

Un tipo de verdad al que difícilmente puede acceder el testimonio, siempre centrado en la relación traumática con los otros, mientras que aquí buceamos permanentemente en una intimidad tensionada por la herida de la que viene en su vida anterior al hotel y la lucha por resistir. Hasta que desfallece, perdiendo incluso el control sobre el propio pensamiento. Esa tensión está en el tono y se contempla de manera desnuda en los soliloquios de Maddi al rezar y al ir perdiendo la fe cuando el dolor se convierte en su centro vital tras las torturas.

Esos capítulos agónicos, donde resuena la tradición de la literatura concentracionaria y en especial El largo viaje, desembocan en un final que el lector conoce desde la primera página. Pero ese final no es la clave. Lo esencial es haber llegado allí sintiendo como ella, sintiendo que ella vivió así.



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