Dudas existenciales: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Desde el origen de los tiempos, las cuestiones relativas a la procedencia y la dirección reflejan algunas de las dudas existenciales que inquietan a la humanidad.
Actualmente geoposicionarse es fácil, puesto que la mayoría de los teléfonos móviles o vehículos traen un GPS que, interpretando la señal que reciben de diferentes satélites, son capaces de localizarnos de forma inequívoca sobre el globo terráqueo y ayudarnos a calcular nuestra ruta. No obstante, antes de que existieran los satélites, también era posible orientarse. Con una brújula sabían dónde estaba el Norte.
Si no tenían brújula, ni un imán que les permitiera magnetizar una barrita de hierro y fabricar una, podían recurrir al Sol, que sale más o menos por el Este y se pone más o menos por el Oeste, y en el hemisferio norte a mediodía está en el Sur, y en el hemisferio sur, en el Norte. Un método más preciso es usar un reloj analógico. Si se alínea la saeta pequeña con el Sol, la bisectriz del ángulo (la línea imaginaria que lo parte por la mitad) que forma con las 12:00 indica el Sur en el hemisferio norte y el Norte en el hemisferio sur.
De noche, la orientación se basa en buscar la Estrella Polar, que es una estrella bastante modesta (de segunda magnitud), que no destaca especialmente, pero se sitúa sobre el polo norte celeste. Por ello, el resto de astros parecen girar a su alrededor en el transcurso de la noche. La forma más fácil de encontrarla es localizar la Osa Mayor y seguir la línea imaginaria que trazan las dos estrellas del extremo del carro. La Estrella Polar se encuentra a cinco veces la distancia entre las dos estrellas de la Osa Mayor.
En el hemisferio sur resulta más complicado, puesto que no hay ninguna estrella cuya posición coincida con el polo sur celeste, pero es posible. Hay que localizar la constelación llamada Cruz del Sur, que tiene forma de cometa, y encontrar un punto imaginario que está a 4.5 veces la distancia del mástil mayor. Estas formas de orientarse tienen fecha de caducidad, debido al movimiento del sistema solar alrededor del centro de la galaxia y al de las propias estrellas. Por ejemplo, en la época de esplendor del Antiguo Egipto, la Estrella Polar no señalaba el Norte, por lo que se piensa que para alinear sus monumentos con este punto cardinal utilizaban la línea marcada por las estrellas Mizar, Kochab y Zeta Ursae Minoris. Como esta alineación fue cambiando, se pueden datar muchos monumentos en función de su desviación respecto del Norte real.
Orientarnos, por tanto, es fácil. Pero ¿y saber dónde estamos? Para determinar la latitud se utilizaba un instrumento llamado sextante, que servía para calcular el ángulo del Sol respecto del horizonte. Sabiendo esto y la hora del día, se podía calcular esta coordenada, que depende de la distancia entre el ecuador y el polo.
Y ahora viene el gran problema. Para posicionarse hace falta conocer la latitud y longitud, es decir, paralelos y meridianos. Tenemos una coordenada, pero ¿cómo sabemos la otra? Aquí nos encontramos con la dificultad añadida de que se trata de una coordenada sin base geográfica, sino por convenio. Por eso, el cálculo de la longitud obligó a desarrollar una tecnología específica: los relojes mecánicos. Saber la hora es relativamente sencillo.
Durante el día podemos mirar la sombra de un objeto, y por la noche, alinear una plomada respecto a la Estrella Polar y ver qué estrellas han pasado y cuáles no. Pero si tenemos un reloj mecánico, podemos sincronizarlo a la hora de Greenwich o a la de nuestro punto de partida, y la diferencia respecto a la hora solar que midamos nos indicará en qué longitud estamos. De hecho, los relojes mecánicos fueron diseñados para ser los GPS de la época de las grandes exploraciones.
A la conquista del Sol
- Los vikingos dominaron el Atlántico norte hace mil años en unas condiciones en las que orientarse siguiendo el Sol o las estrellas era muy complicado, dado que allí la mayoría de los días el cielo está nublado.
- Algunos historiadores han especulado con que pudieron utilizar una “piedra solar” hecha de minerales como el espato de Islandia o la cordierita. Estos materiales tienen una propiedad llamada birrefringencia, que permite polarizar la luz y así calcular la posición del Sol aunque las nubes lo impidan.