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Cuando los vikingos conquistaron Sicilia

Las gestas de los normandos y el milagro cultural que supuso su reino en la mayor isla del Mediterráneo centran dos ensayos del historiador John Julius Norwich

En el año 1046 llegó a la península itálica un joven normando que, en palabras del historiador inglés John Julius Norwich (1929-2018), conquistó la gloria, fundó su propia dinastía y, en las décadas siguientes, “sacudiría los cimientos de la cristiandad, dictaría el destino de uno de los papas más influyentes de la historia [Gregorio VII] y provocaría que los tronos imperiales tanto de Oriente como de Occidente temblaran al oír su nombre”. Se trataba de Roberto de Hauteville, más conocido como Guiscardo (astuto), que nació alrededor de 1015 en Coutances, Francia, y murió cuatro décadas después de su llegada al sur de Italia, en 1089, con los títulos de duque de Apulia, Calabria y Sicilia.

El papa Nicolás II nombra duque a Roberto de Hauteville en 1059, en una ilustración de la Nuova cronica, de Giovanni Villani.Cuando los vikingos conquistaron Sicilia

“Todo el mundo conoce la historia de los normandos como vikingos que se asientan en el norte de Francia, o su implicación en las cruzadas, y también la invasión de Inglaterra, aunque solo sea por las películas, pero sorprende el desconocimiento existente sobre su presencia en Sicilia”, destaca el editor de Ático de los Libros, Joan Eloi Roca, sobre la importancia tanto de unos ensayos publicados originalmente en inglés en 1967 y 1970 como sobre la de su autor, un gran divulgador de quien el sello literario se ha propuesto editar toda su obra, incluyendo su famosa trilogía sobre Bizancio.

“Lo que empieza como una epopeya militar, con gestas militares y diplomáticas, acaba con un milagro cultural y económico”, asegura Roca. Un milagro que convirtió a base de alianzas y disputas con bizantinos, lombardos y sarracenos, al reino de Sicilia en el tercer Estado más grande de Europa en el siglo XII, por delante incluso de Inglaterra. Una epopeya que seguiría en el olvido, salvo quizá para un reducido número de historiadores, si no fuera por la pasión de Norwich.

Los normandos en Sicilia arranca en la península itálica con un episodio extraño narrado de distintas maneras por diferentes historiadores antiguos. Unos peregrinos normandos de regreso de Tierra Santa en el año 1015 visitan en Apulia (en la costa este italiana, en el Adriático) un viejo santuario, el del Monte Sant’Angelo. Allí les contacta un noble lombardo de Bari, llamado Meles, que ya había encabezado una rebelión contra el Imperio bizantino de Oriente, que mantenía un difícil equilibrio de poder en la península frente al Sacro Imperio de Occidente. Meles les pidió que les ayudaran en su lucha contra los griegos para consolidar un Estado independiente. El caso es que a partir de 1017 comenzaron a arribar a la región multitud de normandos desde Francia en busca de fortuna en una tierra rica y fértil.

La presencia normanda, primero como mercenarios que se ponían a las órdenes de quien mejor les pagara, gracias a sus excelentes aptitudes para la guerra, se consolidó en las siguientes décadas, pero el verdadero punto de inflexión ocurrió a partir de 1046, con la llegada de Roberto de Hauteville, que Norwich califica como “el más sorprendente aventurero militar entre Julio César y Nápoles”. 

El Guiscardo, tras consolidarse en el sur de Italia, conquistó en 1071 la isla mediterránea, entonces dominada por los sarracenos.



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