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Chris Reynolds, la viñeta como inquietante lugar mental

Se publican por primera vez en español los cómics del galés Chris Reynolds, autor de culto que, entre mediados de los años ochenta y los primeros noventa, creó un extraño mundo en su revista autoeditada ‘Mauretania Comics’

A veces pasa. A veces el alumno rescata al maestro. El maestro ni siquiera sabe que es un maestro. Ha estado escribiendo o, en este caso, ha estado dibujando sus historias desde hace un tiempo sin tener la sensación de que importaban demasiado. Pero lo hacían. Alguien las había encontrado y las había convertido en aquello que le decía que lo que estaba a su vez tenía un sentido. Eran un pequeño tesoro escondido. Y entonces ese otro alguien se hizo famoso, y empezó a decir que buena parte de lo que el mundo estaba viendo se lo debía a un artista que había pasado lamentablemente desapercibido. Ocurrió en el caso de John Fante. Charles Bukowski no hizo otra cosa que intentar seguir sus pasos. Y cuando se hizo famoso, hizo famoso a un Fante entonces ya moribundo. No es exactamente eso lo que ha pasado con Seth y Chris Reynolds, pero es algo parecido.

Viñeta de ‘Este era el lugar’, de Chris Reynolds.Chris Reynolds, la viñeta como inquietante lugar mental

Luego se diluyó en el tiempo. Desapareció, de alguna forma. Pero ya había cautivado a Seth, que empezó a buscar hasta la última de las publicaciones en las que colaboró, o que editó él mismo. Seth coleccionó sus cómics durante años. No supo cómo dar con él. Le parecía francamente trágico que hubiera tirado la toalla. Pero entendía a la vez que lo hubiera hecho. Porque la vida de historietista, dice, no ofrece recompensa a la altura de tan “ardua tarea”. Lo cuenta en el prólogo de la recopilación que acabó impulsando y que incluye todo lo que consiguió reunir. Recopilación que en España publica Libros Walden y que lleva por título Este era el lugar, y cuyo subtítulo —Historias misteriosas sobre tiempos y lugares— deja claro en qué consiste lo que hace Reynolds.

¿Y qué hace Reynolds? Por ejemplo, coloca a un tipo llamado Monitor a trabajar en una cafetería en un pueblo solitario. El pueblo es tan solitario que no parece que nadie entre en la cafetería. Un día, ese tipo recibe una carta. La carta es de alguien que le ha legado la casa que ve desde la cafetería. Era la antigua casa de unos amigos de sus padres. Por dentro, la casa es extraña. El mundo es misterioso, se dice. Monitor es el personaje central de su obra. Es también extraño, está siempre fuera de lugar. Viste una especie de traje de astronauta. “Casi la concepción que tiene un niño de un traje espacial”, dice Seth.

Una metamorfosis

Aunque la pintura nunca ha sido lo suyo. Quiere que el lector se quede. Que no se limite a mirarle y a seguir su camino. Y lo que consigue, con esa aparente sencillez suya, capaz de concentrar altísimas dosis de extrañeza ante lo cotidiano, es encerrarlo en otro mundo que podría tener algo de distópico por lo extraordinariamente fuera del mundo que parece. “Nunca he querido parecer demasiado distópico. Aunque reconozco que me gusta que lo que hago tenga una atmósfera en cierto sentido distópica. Pero no hay tremendismo, las cosas siempre acaban bien”, confesaba en esa entrevista, en la que también se mostraba sorprendido por la forma en la que Seth había entendido su obra. “Eso es, pensé cuando leí su artículo. Y no tenía ni idea”, confesó.

Seth señala que los temas de su obra tienen siempre que ver con la fascinación por el lugar, con la persistencia y el misterio de la memoria, con cierta preocupación por los efectos del diseño, y con el poder de la intuición. También dice que todo lo que el protagonista de la historieta observa, le lleva a una transformación. Que la transformación, la metamorfosis, por pequeña que sea —y casi siempre es una transformación espiritual— parece el fin de todo lo que ha escrito y dibujado. “Sus personajes creen que es el instinto y no la razón lo que mueve el mundo”, escribe Seth. Y Reynolds se muestra de acuerdo. Que lo que describe resulte absurdo hasta cierto punto —jugando más con el ceño fruncido que con la sonrisa— también tiene una intención. La de dejarlo todo en suspenso. Acercarse a un potentísimo alejamiento en el que pasado, presente y futuro conviven inevitablemente.



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