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‘Un caballero a la deriva’

La lúcida y prodigiosa historia de Herbert Clyde Lewis explora tres vías narrativas para contar la desesperación de un formal neoyorquino que lucha por sobrevivir tras caer al agua

Esta novela excepcional me ha recordado un relato de Sir Winston Churchill titulado Hombre al agua. Ambos comienzan de la misma manera: un pasajero de un barco (en el primero, un transatlántico, en el segundo, un mixto de carga y pasaje) cae accidentalmente al mar y allí se queda flotando mientras el barco se aleja sin que nadie se percate del suceso. El relato, breve, termina con la aparición de una aleta de tiburón; la novela, en cambio, se convierte en una pièce de résistance literaria que no dudo en calificar de pequeña obra maestra, aunque el Premio Nobel de Literatura se lo llevase el eminente político inglés.

Un crucero entra al puerto de Nueva York junto a la Estatua de la Libertad, en una imagen sin fecha.‘Un caballero a la deriva’

El caballero neoyorquino, una vez que consigue librarse de la succión de las aspas del barco como primera y coherente providencia, queda en medio del océano viendo alejarse al Arabella. Como es un hombre de orden, metódico y bien educado, se dispone a evaluar su situación y tomar las decisiones pertinentes.

En este punto de la historia, el autor abre tres frentes narrativos diferentes: el primero muestra los pensamientos del náufrago a medida que transcurre el tiempo; el segundo expone, por medio de los recuerdos del personaje y la información del narrador, su modo de vida antes del viaje; el tercero enseña al resto del pasaje que poco a poco empieza a echar de menos a Standish. El punto fuerte de Lewis es el admirable entrelazamiento de estas tres vías de la narración con las que consigue crear una tensión dramática y de suspense que implica al lector de tal modo que hace casi imposible abandonar la lectura de la novela hasta su formidable final.

El náufrago, en un momento en que empieza a flaquear, piensa que lo normal sería empezar a volverse loco en su situación, pero “era una persona cuerda y sumamente infeliz. Llegó a la conclusión de que, dado que era un hombre tan educado y formal, no podía volverse loco. No era propio de él perder el control; sin gran dificultad, comprendió, estaba tomando nota de su dolor, de la misma manera en que solía observar cómo la bolsa subía y bajaba en el teletipo de su despacho”.

Después, poco a poco, el mar le va despojando de sus emblemas de caballero. El asunto de esta novela es la soledad y, más concretamente, el desamparo que acompaña a la soledad absoluta; y él está flotando en medio del océano Pacífico, un acomodado banquero neoyorquino de los años cuarenta en una situación insólita, un caballero al que nunca podría sucederle algo semejante. Ahí reside la emocionante singularidad de esa historia, en el desamparo extremo de un hombre de orden y su progresivo y doloroso encuentro consigo mismo en una soledad inesperada y total. Pocas veces se ha escrito sobre el desamparo de un ser humano con la intensidad e inteligencia con que lo hace este relato.

Herbert Clyde Lewis era hijo de padres judíos originarios de Rusia. Trabajó como periodista en el New York Journal y esta fue su primera novela, trabajó como guionista en Hollywood y entró en la lista negra del macartismo por sus actividades políticas. De vuelta a Nueva York colaboró como editor de la revista Time. Cargado de deudas y alcoholizado, falleció a los 41 años en 1950. Demos gracias al autor por habernos entregado esta historia lúcida y prodigiosa.

 

 

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