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Buceadores de la Segunda Guerra Mundial

El escritor Arturo Pérez-Reverte presenta ‘El italiano’, una novela sobre los osados ataques de los torpedos tripulados de la Decima Flottiglia Mas a la base británica

Nada menos que la real (con algunas licencias) de los osados ataques a la base naval británica de Gibraltar por parte de los buceadores de combate italianos con sus torpedos tripulados durante la Segunda Guerra Mundial, una de las grandes aventuras de la contienda, a la altura de la de los comandos británicos en canoa (los famosos “héroes en cáscaras de nuez”), la liberación de Mussolini del Gran Sasso por Skorzeny y los paracaidistas alemanes, el empotramiento del HMS Campbeltown en la esclusa de Saint-Nazaire o la fuga de Colditz. Arturo Pérez-Reverte, creador de Alatriste, de Falcó, de Coy, y de tantos otros personajes aventureros, narra ahora en El italiano, las hazañas bélicas de la legendaria Decima Flottiglia Mas (Motoscafi Armati Siluranti), los “diablos del mar“ del príncipe negro, Junio Valerio Borghese, su líder. Eran una unidad de élite de nuotatori d’assalto, antecedentes italianos de los Navy Seals estadounidenses, que subidos en sus inestables y peligrosos maiali, “cerdos”, el apelativo que daban a sus transportes y armas, los Siluro a Lenta Corsa (SLC), torpedos tripulados, se infiltraron en los puertos británicos del Mediterráneo para hundir los buques de guerra aliados.

El escritor Arturo Pérez Reverte, con la bahía de Algeciras de fondo, durante la presentación en Gibraltar de su novela ‘El italiano’.Buceadores de la Segunda Guerra Mundial

“Por ahí vinieron”, explica señalando al mar Arturo Pérez-Reverte en las vertiginosas alturas del peñón de Gibraltar, donde esta mañana ha presentado su novela. Indica Algeciras, al otro lado. “En el segundo dique que veis a lo lejos estaba anclado el Olterra, su caballo de Troya, el buque italiano supuestamente en reparación que escondía la base de los maiali y de donde salían los del grupo Orsa Maggiore, por una trampilla para ir a atacar el puerto”. Hundieron 14 buques aliados, murieron muchos nuotatori d’assalto. Todo eso, con gran detalle —”he novelado, pero el material, cada acción, es real”—, sale en su libro.

Un mono, un gran macho alfa (uno de los 300 típicos macacos de Berberia o monas de Gibraltar que campan a sus anchas en las alturas de la colonia), ha dejado de arrastrar el jersey de un periodista y parece escuchar atentamente al escritor, como hacemos todos. Inmóvil, abajo en el puerto, puede verse una corbeta británica que, contagiada del hálito de Pérez-Reverte, quizá sueña con La Batalla del Río de la Plata o Hundid el Bismarck. “Venían en sus torpedos con asientos, con el agua por el pecho, y al llegar al muelle de Gibraltar se sumergían para pasar las redes de defensa y atacar y hundir los barcos amarrados. Imaginad lo que era aquello, atravesar ese espacio de mar sucio y peligroso, de noche, con el frío, y el enemigo esperando”. La novela recrea magistralmente, con detalles escalofriantes, esa tremenda peripecia. “Tenías que ser de una pasta muy especial, la aventura de los buceadores italianos, gente muy templada, es el triunfo del individuo frente al aparato militar. Su gran baza era que hacían cosas que los británicos no podían ni imaginar. Es la suya una hazaña espectacular que asombra, y de mi asombro salió la novela”. Eran jóvenes, “de pizza y pasta con la mamma”, pero, describe Pérez-Reverte, la ordalía de sus acciones hacía que al recuperar sus cuerpos ahogados o devastados por las cargas de profundidad caseras, al levantarles las máscaras, los rostros parecieran insólitamente mayores.

El escritor conoce la historia de esos hombres audaces desde niño. “Mi padre me llevó al cine a los 11 años a ver Su mejor enemigo (1961), con David Niven y Alberto Sordi. Y al salir me dijo: ‘No creas que los italianos eran todos como Sordi en la película, también hicieron cosas muy valientes”, y me contó lo de la X Mas. Siempre he querido escribir esa historia y he ido acumulando documentación, he visto algún maiale en museos en La Spezia y Venecia; la novela se ha ido gestando durante años en mi cabeza. Un novelista es lo que lee, lo que recuerda y lo que imagina”. El escritor menciona entre sus lecturas del tema el libro clásico de Luis de la Sierra (el autor de Titanes azules) Buques suicidas (Juventud, 1958), donde muchos conocimos la odisea de los maiali, y recomienda el moderno Los raids de la Décima Flotilla Mas, de Esteban Pérez Bolívar (Platea, 2017). También recuerda la película El enemigo silencioso (1958), sobre los ataques de los torpedos tripulados a Gibraltar, y el viejo cuchillo de un buzo italiano que le enseñó una vez un amigo periodista gibraltareño, Eddie Campello, homenajeado curiosamente en un personaje de la novela.

A Pérez-Reverte no le preocupa el detalle de que sus buzos protagonistas defendieran el régimen de Mussolini. De hecho recuerda que su jefe, Borghese, fue “un fascista siniestro” y parte de la X Mas, reconvertida en unidad terrestre cazapartisanos al dividirse Italia tras el armisticio en 1943, siguió fiel al Duce y cometió atrocidades sin cuento. Es cierto que el personaje del título es un patriota, pero con poco afecto al régimen, aunque uno de los mejores secundarios (y de los más simpáticos) en una trama rica en ellos, el binomio del protagonista, es un fascista completo, de los de Faccetta nera. “No soy de blancos y negros, en mis novelas las líneas que dividen a los buenos y malos son artificiales. 

Es una novela muy revertiana, con mis códigos. Mis héroes no son de una pieza y pueden ser de cualquier bando. No le niego al héroe su lado oscuro. Todos los héroes son ambiguos. Y si alguien no lo entiende, que se vaya al diablo”.

En todo caso, Pérez-Reverte considera “un acto de justicia devolverles la dignidad” a los buzos de la X Mas y de paso a los combatientes italianos de la Segunda Guerra Mundial, tan denostados y menospreciados, sobre todo por los anglosajones. Recuerda que también hay en su novela personajes nobles y dignos entre los británicos (y algún torturador), como su jefe de buceadores o el capitán del barco que hunde el protagonista y que lo saluda con admiración (una escena real, que se produjo en otro escenario). Aprovecha el escritor para deplorar “la terrible tendencia muy española de no reconocerles a los enemigos políticos el valor”. 

Y remacha: “Se puede reconocer que Franco fue un valeroso comandante de la Legión sin que ello suponga negar que fue un dictador siniestro”. Reflexiona que “hasta el peor canalla tiene aspectos interesantes, a veces incluso son más interesantes los personajes ambiguos que los héroes planos como el Leslie de La carrera del siglo”. Reconoce Pérez-Reverte que el de El italiano, con su recuerdo de la X Mas, es un tema que puede resultar poco políticamente correcto hoy en Italia y tiene curiosidad por ver cómo se reacciona allí cuando se publique la novela.

No es raro que la novela suene muy auténtica en las escenas de guerra submarina porque, recuerda Pérez-Reverte, él conoce de primera mano el buceo de combate, incluso ha nadado en una ocasión con los Seals. “Es un territorio muy mío. Hice un curso de entrenamiento militar con la Armada y he sido buzo, he sacado ánforas. Cuando hablo del horror del mar en las inmersiones nocturnas, del avanzar a ciegas, la desorientación, los sonidos bajo el agua, utilizo mi experiencia personal”.

El novelista, con el que realizamos hoy un recorrido panorámico para localizar escenarios de la historia, visitando la O’Haras Battery, cuyo largo cañón gris apunta al mar como el dedo de Pérez-Reverte, señala de nuevo, ahora hacia la derecha. “Por ahí está la playa donde la protagonista encuentra al buceador italiano tendido en la arena al principio de la historia. Como muchas de mis novelas, El italiano arranca de una imagen: el hombre exhausto con traje de goma arrojado por el mar, una mujer en la playa, un barco ardiendo en la distancia”. Elena Arbués, mujer con gran cultura clásica (su librería se llama Circe), identifica su encuentro con el italiano desfallecido en la arena con el episodio de Ulises arribado medio ahogado a la costa de los feacios y de Nausícaa. Y hace del buceador italiano, el suboficial Teseo Lombardi, envuelto en caucho, su héroe y su amor. Él es “ese hombre con el que sueñan las mujeres mientras sus maridos duermen”, establece rotundo Pérez-Reverte, un tipo guapo, de una pieza, sencillo, honesto, inocente, limpio (“hasta su sudor olía a limpio”, dice ella). “No es un héroe típico mío, que tienen sangre en las uñas y en la memoria, es primitivo, sin tallar, puro, no maleado, incluso ingenuo, no habla, no lee”. Es la protagonista la que lo hace en realidad un héroe con su mirada adiestrada en las lecturas, en Homero, en Tucídides, en Jenofonte, en Virgilio. “Y al final ella será más atrevida, heroica, aventurera, que él”.

Del hecho de haber escrito una historia de amor, dice: “No suelo hacerlas, cuando hay amor en mis novelas es amargo como la vida. Aquí en cambio es romántico: el amor vence literalmente a la vida, es una historia de amor de verdad, no desgastado, en su faceta inicial”. Hay escenas narradas desde una insólita perspectiva muy femenina, con descripciones muy entusiastas del cuerpo masculino. “¿Qué si me ha costado meterme en ese punto de vista? Me he planteado una mujer real, en la que puede reconocerse cualquier mujer inteligente y lúcida”.

Teseo y Helena. “Todos los nombres tienen connotaciones, claro; él es el que entra en el laberinto del mar y la guerra, pero es cierto que hubo un Teseo real en los buzos italianos, Teseo Tesei, uno de los fundadores de la X Mas, muerto en el épico ataque a Malta en 1941”.

En la novela, continúa Pérez-Reverte, está “el Mediterráneo como patria cultural, el lugar del que proceden los héroes que se quedaron en nuestra cabeza, mi historia es una reivindicación de esos héroes y un homenaje al Mediterráneo clásico, a la memoria cultural de nuestro mar”. Y está Gibraltar, que le fascina: “Esto es una frontera y en las fronteras pasan cosas, y tienen una gran riqueza de personajes y situaciones”, dice, golpeando con el zapato brillante sobre el suelo, un gruyere de 52 kilómetros de túneles y “un palimpsesto de historias y hazañas” (luego en la comida recordará la de la fugaz toma de las alturas del peñón por españoles durante el asedio de la colonia).

En cuanto al narrador, el novelista experiodista que rastrea la historia, Pérez-Reverte afirma que es un personaje más y no es él. “La gente a veces olvida que soy un novelista y no tengo la obligación de decir la verdad, podría mentir y sería legítimo”. Preguntado por si siente nostalgia de su vida de reportero de guerra al ver las actuales imágenes de Afganistán responde clavando una mirada conradiana en el mar festoneado de petroleros y portacontenedores. “No, tengo nostalgia de mi juventud”.



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