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‘El problema de Bill Gates’: contra el hombre más rico del mundo

El libro de Tim Schwab arremete contra el magnate y filántropo estadounidense, a quien presenta como alguien desagradable en el trato cuyas obras benéficas responden en realidad a una operación de poder

El cofundador de Microsoft, Bill Gates, retratado en abril de 1993 en Seattle, EE UU.‘El problema de Bill Gates’: contra el hombre más rico del mundo

Cuando Clinton se estrenó en la Casa Blanca, se dijo que los chinos querían ver a Bill cuanto antes, pero no a Bill Clinton sino a Bill Gates. Corrían los finales años noventa, todavía internet era menor de edad y no había estallado la burbuja digital de principios de este siglo. Ese personaje tan deseado por el creciente imperio asiático es ahora descrito en El problema de Bill Gates como “un hostigador, mandón y grosero, un hervidero de pasiones que estalla a la menor ocasión” y, según declara al autor un antiguo empleado suyo, “un gilipollas total en su trato con la gente” el 70 por ciento de su tiempo. Aunque durante el resto, parecía “un empollón empedernido, divertido y superinteligente”

También en los noventa sucedió el conflicto entre Microsoft y el navegador Netscape, hoy desaparecido, que desafió lo que abiertamente ya se describía como prácticas monopolísticas del primero. Gates fue investigado y acusado en el Congreso por esas prácticas aunque finalmente ganó la batalla. Sin embargo el caso afectó a su reputación y dimitió en el año 2000 como primer ejecutivo de su empresa. A partir de ahí emprendió una ampliación de la fundación que había establecido con su mujer y a la que ha dedicado sus principales esfuerzos en las dos últimas décadas. En 2006, la Fundación Bill y Melinda Gates recibió el Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional.

Con 100.000 millones de dólares de fortuna personal y decenas de miles de millones más en su fundación privada, Gates figura desde hace décadas como uno de los hombres más ricos del mundo, y la fundación como la entidad más generosa de su especie. Está especializada sobre todo en ayudas a la salud, a la educación y a la alimentación infantil, con gran presencia en África y la India, entre otras regiones del otrora llamado tercer mundo. Schwab, colaborador de The Nation, mítico semanario de la izquierda estadounidense, ha llevado a cabo una prolija investigación para denunciar lo que en realidad ya se sabía: que las fundaciones americanas, como las españolas, son en gran medida una vía para eludir impuestos por parte de los multimillonarios. A fin de demostrarlo ha indagado hasta la extenuación las cuentas y procedimientos de la de Bill Gates, los fracasos y eventuales éxitos de sus políticas filantrópicas, y llega a la conclusión de que bajo esa máscara de ayuda a los necesitados se esconde en realidad una operación de poder. Es despiadado en sus críticas, aunque acertado en sus análisis sobre la desigualdad creciente en el mundo. No obstante su literatura recuerda demasiado a las soflamas ideológicas de los indignados franceses o los podemitas españoles. Absorbido por la retórica revolucionaria se lamenta de que la Fundación Gates haya guardado “un silencio sepulcral” sobre movimientos como Occupy Wall Street o Black Lives Matter, que exigen un cambio social frente “al exceso de riqueza y la mentalidad de salvador blanco que impulsa la labor filantrópica de Bill Gates”. No deja de atribuirle algunas buenas intenciones, pero su crítica es inmisericorde, en algunos casos procaz, mientras la ausencia de soluciones para los problemas que denuncia, fuera de las llamadas al buenismo, resulta frustrante.

Sus capacidades como periodista de investigación se ven así ensombrecidas por una militancia un poco naíf contra el capitalismo creativo que Gates promueve y un evidente propósito de desprestigiar no solo su obra sino sobre todo su persona. La demandas que hace de transparencia y las acusaciones de oscuridad se ven deslucidas por el propio autor en las páginas que dedica a la relaciones de Gates con Jeffrey Epstein, el famoso alcahuete y delincuente, corruptor de menores al servicio de la jet set internacional. Gates ha explicado hasta la saciedad los encuentros y entrevistas con él y en ningún caso se ha demostrado otro tipo de relaciones que las comerciales o algunas confusas gestiones para que le concedieran el Nobel de la paz. Pero Schwab se plantea textualmente, sin prueba alguna, la posibilidad de que “la conexión entre los dos hombres pudiera tener algo que ver con las principales actividades de Epstein: la gratificación sexual y el ejercicio del poder”. La obra está plagada de este tipo de opiniones y conjeturas, en perjuicio de un análisis más serio sobre los errores cometidos por Gates en la gestión de su fundación, los problemas de blindar la propiedad intelectual de las vacunas en manos de las industrias farmacéuticas y, en definitiva, sobre el poder objetivo que las grandes tecnológicas tienen en la sociedad global.