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4.3 pulgadas

Paso por donde está Claudia, la asistente de la oficina donde trabajo y la veo con la mirada perdida en el limbo y hablando sola. Mi primer pensamiento es: “ya la perdimos. Ya decía yo que no era normal que todo se le olvidara”.

4.3 pulgadas

Pero no, ya observándola más de cerca veo que lo que pasa es que está hablando con alguien a través del “manos libres” del último teléfono novedoso que se compró.

Otro día veo que por el borde de la manga de su blusa entra lo que me pareció una especie de manguerita blanca. Pensé que era alguna sonda que tenía que traer permanentemente para aplicarle algún medicamento, pero tampoco. Eran unos audífonos que salían de su último reloj novedoso que se compró y que se puso por debajo de la manga para llevarlos hasta sus oídos y escuchar música. Así que ni loca, ni enferma, pero de que se le olvidan las cosas, eso que ni que. Habrá que buscar otra razón para ello.

Pero bueno, el punto al que quiero llegar es el de la evolución tan acelerada de los llamados “gadgets” o dispositivos electrónicos, que ya son todas unas computadoras ambulantes. En mi juventud primera –ya voy como en la cuarta– los teléfonos sólo servían para hablar y los relojes sólo para dar la hora. Hoy en día tanto unos como otros han evolucionado.

Agréguenle a esto la llegada de otros aparatos como las famosas “tablets”, smartphones, “blackberries”, etcétera y entonces resulta que tenemos al alcance de la mano y en un tamaño minúsculo que antes era inconcebible, una conexión inmediata con el Internet y de ahí al mundo, de manera que accedemos a tal exceso de información que como dijo Germán Dehesa, “en media mañana podemos conocer más noticias desgraciadas que las que recibió en toda su vida el santo Job”.

A mi me parece fabulosa la capacidad de comunicación con el mundo que estos aparatos nos permiten. Sólo habría algo que me preocuparía: que esa capacidad de comunicación con el mundo reduzca mi capacidad de comunicación con el “mono” que tengo al lado y que esa pantalla tan absorbente reduzca el tiempo que tengo para observar y apreciar la vida.

Me ha tocado ver y seguramente a muchos de ustedes también, a un grupo de personas juntas enfrascadas cada una en su “gadget”, “hablando” con algún amigo lejano a través de Facebook o jugando alguno de los muchos juegos que estos aparatos ofrecen. Si se me permitiera una sugerencia, les diría: disfruten en el momento de la compañía de sus amigos ahí presentes. Hablen con ellos, jueguen con ellos, diviértanse con ellos. No limiten la riqueza de la convivencia frente a frente. El Facebook siempre estará ahí. Y los jueguitos pues hasta en el baño los pueden jugar –nomás no se tarden mucho, sobre todo si a alguien “ya le anda” por entrar–.

Me ha tocado ver y seguramente a muchos de ustedes también, a una persona hablando con otra mientras su mirada –y sus dedos– están atrapados en el gadget. Si se me permitiera otra sugerencia, les diría: cuando hablen con una persona mírenla a los ojos, observen su lenguaje no verbal, eso incrementa nuestra capacidad de comprensión y de empatía. Y la otra persona sentirá que es más importante que la pantalla.

Cuidemos también que esa absorbente pantalla no nos distraiga de apreciar y disfrutar el encanto de la vida cotidiana. Si estuvieran en el mar ¿qué preferirían? ¿Ver directamente el mar o poner entre este y nuestros ojos el teléfono –que también es cámara de video– para ver el mar a través de la pantalla?

Bueno, de manera semejante la vida nos pone enfrente todos los días un mar de posibilidades para observar, aprender y disfrutar: gente que lleva tras de si una historia que contar; niños que juegan y nos transmiten optimismo; obras de la naturaleza que nos hablan del amor de Dios; libros que inspiran el alma. No permitamos que la magnificencia de la vida quede reducida a 4.3 pulgadas por muy “touchscreen” que sea.

Esa sería mi única recomendación en cuanto al uso de estos aparatos. De ahí en fuera, úsenlos, disfrútenlos y sáquenles provecho. Ah y si quieren saber cuál es el último artilugio de estos que ha salido, pregúntenle a Claudia. De seguro ella ya lo compró.




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