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150 años sin Dickens

Los escritores Javier Marías, Jonathan Coe, Salman Rushdie analizan el influjo del autor inglés, fallecido hace un siglo y medio

Javier Marías

150 años sin Dickens

Empecé a leer a Dickens en la infancia, tal vez me estrené con Historia de dos ciudades y seguí con Oliver Twist y David Copperfield (Cuento de Navidad siempre me aburrió). Nunca he dejado de frecuentarlo, y, ya adulto, conocí Casa desolada, acaso su mejor novela. Creo que si su obra pervive es por lo que perviven cuantas lo logran, desde Cervantes, Shakespeare y Sterne a Proust y Faulkner: era un extraordinario estilista, y sus textos, bajo su apariencia melodramática o humorística, contienen una profundidad que aún nos hace pensar y nos revela lo que ignorábamos que quizá intuíamos. Parecen entretenimiento y lo son; parecen historias adictivas mientras uno las lee, y lo son; parecen realistas y hasta costumbristas en ocasiones, y lo son, pero en escasa medida, porque la realidad que presentan es una realidad estilizada y rayana en lo inverosímil, como demuestran los propios nombres de sus personajes. Su realidad jamás es plana, porque no la ofrece en bruto, sino destilada.

Junto a estas virtudes pasajeras, posee las más duraderas: Dickens escribe maravillosamente, y eso, hoy tan desdeñado o relegado, es lo único que perdura a través de los tiempos. A muchos de sus contemporáneos, autores de folletines, no hay ya quien los resista. A él sí, porque cada página suya encierra hallazgos estilísticos de primera magnitud. La prueba es que no resulta fácil leerlo en inglés si no se tiene un conocimiento cabal de esa lengua; la prueba es que las traducciones rara vez consiguen estar a su altura, lo mismo que ocurre con las de Conrad, James y Faulkner. Hasta su obra más cómica, “ligera” y cervantina, Los papeles del Club Pickwick, monumento al humor y al buen humor, está plagada de sorprendentes aciertos literarios. En cuanto a su profundidad, baste volver a citar unos párrafos a los que recurrí al final de mi última novela publicada, Berta Isla. “Toda criatura humana está destinada a constituir un profundo secreto y misterio para todas las otras. 

Cuando llego a una gran ciudad de noche, cada una de esas casas arracimadas lóbregamente encierra su propio secreto; cada habitación en cada una de ellas encierra su propio secreto.

Jonathan Coe

“Sentía horror ante la perspectiva de aburrir a su público, lo que explica muchas cosas en nuestra literatura... y en nuestra política”

Mi introducción a Dickens llegó a través del cine, cuando descubrí un fragmento del comienzo de la magnífica adaptación que David Lean hizo de Grandes esperanzas en un programa infantil en la televisión. La imagen de Magwitch, el convicto que se apodera del joven Pip, en ese cementerio cubierto de niebla, me persiguió durante muchos años. Cuando leí a Dickens por primera vez, de adolescente, no lo asociaba con el arduo trabajo de leer a un autor clásico. En mi mente, ya asociaba su trabajo con el misterio, el suspense y la emoción.

Muchos lo consideran ahora como el gran novelista inglés (supongo que solo Jane Austen lo desafiaría por esa corona, pero no puedo evitar pensar que, en comparación, su lienzo es más reducido). Dickens contiene alguna de las contradicciones de la cultura inglesa. Por un lado, encarna esa crítica social compasiva que representa lo mejor de nuestra nación. Por el otro, lo grotesco de sus personajes, su humor y su disposición a usar los tropos de la ficción detectivesca sugieren que sentía horror ante la perspectiva de aburrir a su público, y eso me parece significativo. Hay que recordar que el público inglés nunca escuchará, confiará o perdonará a las personas que los aburran, incluso si son genios en todos los demás aspecto. Eso explica muchas cosas en nuestra literatura... y en nuestra política, por otra parte.

Salman Rushdie

“En sus novelas hay arzobispos y asesinos, tenderos y putas, nada queda fuera de su alcance”

Dickens [me ha influido] más que nadie. Últimamente hay una polémica acerca de si el arte de contar historias es algo distinto de la literatura… Para mí son cosas inseparables. Todo es lenguaje. Cuando abro un libro quiero que me cuenten una historia, ver cómo los personajes se mueven por el mundo. Dickens entiende mejor que nadie la función narrativa de las historias, por eso es capaz de desplegar tantos planos narrativos que se entrecruzan sin jamás confundir al lector. 

Es la misma técnica que utilizan las series de televisión hoy. Solo que Dickens ya lo hacía en el siglo XIX. En sus novelas hay arzobispos y asesinos, tenderos y putas, nada queda fuera de su alcance.



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