Editoriales > ANÁLISIS

Un presidente de extrema izquierda

Su mandato fue el vórtice del legado revolucionario y de la primera Constitución social y humanista del siglo XX.

Su vida estuvo marcada siempre por el éxito. De carácter extrovertido, con una gran personalidad, más bien parecía un actor de Hollywood que presidente de una nación del Tercer Mundo. Las crónicas de la época decían de él que era: “gran orador, de personalidad carismática, apasionado por las mujeres y aficionado a los coches de carrera” y que con un continuado esfuerzo al frente de las instituciones del país, renovó la esperanza en la Revolución Mexicana y en el futuro promisorio del México del siglo XX.

Ganó las elecciones presidenciales de 1958 compitiendo con el abanderado del PAN, Luis H. Álvarez. Durante su mandato se levantó una ola de posiciones políticas extremistas, por lo que Adolfo López Mateos precisó: “En realidad ustedes conocen cuál es el origen de nuestra Constitución, que emanó de una Revolución típicamente popular y revolucionaria, que aspiraba a otorgar a los mexicanos garantías para tener mejores niveles de vida en todos los órdenes, a una mejor educación, a la salubridad, a la dignidad humana. En ese sentido nuestra Constitución es, de hecho, una Constitución de origen popular de izquierda, en el sentido que se le quiere dar a la palabra izquierda en México. Ahora, mi gobierno es, dentro de la Constitución, de extrema izquierda”. ¡De izquierda, sí; pero dentro de la Constitución!

Un presidente de extrema izquierda

Su mandato fue el vórtice del legado revolucionario y de la primera Constitución social y humanista del siglo XX. Don Adolfo López Mateos, a quien tanto debe la frontera de México con los Estados Unidos y de manera muy especial la ciudad de Reynosa, fue un gran presidente; nada fue igual después de su mandato. Como Lázaro Cárdenas, recuperó para los mexicanos una de las industrias estratégicas más importantes, al nacionalizar la electricidad y llevarla al texto constitucional para que fuera irreversible.

Fue entonces cuando pronunció uno de sus más brillantes discursos, que en la parte medular dice: “Sólo un traidor entrega su país a los extranjeros; los mexicanos podemos hacer todo mejor que cualquier otro país. Cuando un gobernante extranjero me pregunta si hay posibilidad de entrar al negocio de los energéticos o a la electricidad, le respondo que apenas estamos independizándonos de las invasiones extranjeras que nos vaciaron el país... Industrializar el país no implica subastar nuestros recursos”.

Importante es señalar que en 1962 decretó la integración de la industria automotriz, obligándola a incorporar un 60% de partes nacionales en los automotores producidos aquí. En general la producción industrial creció en 51.9%. En PEMEX, la capacidad de refinación subió a 578 mil barriles diarios, 211 mil más que al iniciar el sexenio. La red de carreteras creció 20 137 km y las vías férreas se ampliaron 321 km. Las exportaciones aumentaron 32% y las importaciones en 9.8%, reduciendo el déficit comercial.

Hijo y marido de maestras, tuvo especial sensibilidad para la educación popular. Emprendió el Plan de Once años para elevar el nivel de la educación y aumentar la distribución de desayunos gratuitos a los niños de primaria. Trascendente fue la creación de la Comisión Nacional de los Libros de Texto Gratuito, el 12 de febrero de 1959, para dar cumplimiento al Artículo Tercero de la Constitución que dispone la gratuidad de la educación. Los abogados, la industria editorial, el clero, los empresarios, acaudillados por el PAN pusieron el grito en el cielo; pero, no hubo marcha atrás con ese gran avance.

En el plano internacional, México sostuvo una política independiente de la pugna entre Estados Unidos y la Unión Soviética, que logró para México un importante y respetado lugar dentro del concierto mundial de las naciones, por sus principios de respeto a la autodeterminación y no intervención en los asuntos internos de los pueblos. Fiel a estos principios, el 30 de enero de 1962, México fue el único país que se abstuvo de votar a favor de la expulsión de Cuba de la Organización de Estados Americanos.

La muerte de este gran patriota que jamás ocupó la residencia presidencial de Los Pinos, fue también anecdótica y extraordinaria. Cuando terminó su periodo de gobierno, su sucesor, don Gustavo Díaz Ordaz, lo nombró presidente del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos de México 68; pero, ya no pudo tomar posesión. Como consecuencia de siete aneurismas cerebrales que gradualmente le hicieron perder el control de su cuerpo, el 31 de mayo de 1967, quedó inconsciente por una hemorragia cerebral; siguió viviendo más de dos años en estado vegetativo, hasta las 4:30 horas de la madrugada del 22 de septiembre de 1969.

Dijo durante la última entrevista con el periodista César Silva Rojas; “La vida, a los hombres públicos, nos retira a los 65 años de edad; a mí, César, la muerte me reclama a los 56”.