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Stuart Mill y la mujer

Más conocido por sus obras de economía, filosofía y política, John Stuart Mill, nacido en Londres, el 20 de mayo de 1806, fue un firme defensor de los derechos de la mujer, de las minoría y de los trabajadores. Acucioso pensador y prolífico escritor, llegó a dar a la imprenta más de 40 volúmenes de temas diversos en los que fue pionero y luego profesor en prestigiadas instituciones en Londres, Hungría y los Estados Unidos. 

En 1869, publicó La esclavitud de la mujer, obra en la que diserta sobre las desventajas de la mujer en prácticamente todos los campos de la actividad humana, no obstante haber demostrado tener aptitudes y capacidades para cualquier empresa, aún las más extraordinarias, poniendo como ejemplo a las reinas Isabel I y Victoria de Inglaterra y a Juana de Arco, la joven campesina francesa que guió al Ejército francés en la Guerra de los Cien Años. Su argumentación, novedosa y sorpresiva, viene a resultar imbatible.

Stuart Mill y la mujer

No se quedó en el terreno puramente especulativo, como diputado hizo campaña en favor los derechos de las mujeres y luego fue presidente de la Sociedad Nacional para el Sufragio de las Mujeres. Aseguraba enfático que: “Bajo cualquier condición, y dentro de cualquier límite, los hombres son admitidos al sufragio; por tanto, no existe ni una sombra de justificación para no admitir a las mujeres bajo el mismo derecho”. ¡Orale!

Así, Mill luchó por la educación femenina basándose en varios argumentos. El primero fue el hecho de que las mujeres fuesen las encargadas de los cuidados de los niños y de su tutela. La idea era que, en tanto era la mujer la encargada de la instrucción de los infantes (tanto chicos como chicas) hasta que tuviesen edad de entrar en las escuelas (típicamente solo los chicos), los niños recibían una educación defectuosa, pues las propias madres carecían de educación. La única forma, decía Mill, en que una mujer puede criar a sus hijos de manera adecuada era estando educada ella misma.

Casi blasfema se consideró su opinión de que la mujer debe entrar en la sociedad como parte de la mano de obra. Mill preconiza que podrían considerarse al fin seres humanos y añadirse a la masa de disposiciones mentales disponibles para los más altos servicios de la humanidad. Lo que Mill dice aquí es que la humanidad solo puede recibir beneficios de la educación de la mujer, pues sumando sus capacidades a las ya presentes, toda ayuda a la raza humana se vuelve más fácil. Por último arguye que los maridos también recibirían beneficios si sus esposas fuesen educadas, pues estarían versadas en negocios y otras labores tales que podrían ser de ayuda en las decisiones. Hasta entonces, la mujer tenía una sola alternativa: ser atractiva para el matrimonio. 

Stuart  Mill escribió así su The Negro Question en 1850, como respuesta a un discurso  de Carlyle. En primer término, negó cualquier determinismo biológico a priori: “los seres humanos, cualesquiera fuese su raza, no se hallaban predestinados a servir a otros”.  El fatalismo de Carlyle le  parecía insostenible, sin base en la biología ni en la ciencia, ni mucho menos en cualquier estudio sociológico o histórico, como intentaba  demostrar con el estrafalario supuesto de los egipcios. Para Stuart Mill, pues, el combate con la esclavitud no ha dado por concluida la senda del progreso: deben  quedar eliminadas lo antes posible, asimismo, aquellos tipos de sujeción demasiado  parecidos. Señalaría luego que no resultaba aceptable siquiera un pacto para venderse 

como esclavo. La libertad le pareció a Mill un bien inalienable, lo cual le condujo a elogiarla más que sus antecesores utilitaristas; una opinión que le convierte, de esta forma, en uno de los progenitores de los derechos morales y la autonomía personal modernas.

 Además, Mill promovió la democracia económica en lugar del capitalismo, en la forma de sustituir las empresas capitalistas por cooperativas de trabajadores. Dice al respecto: “Sin embargo, se espera que la forma de asociación, que si la humanidad continúa mejorando, predomine, no es lo que puede existir entre un capitalista como jefe y un pueblo sin voz en la administración, sino la asociación de los trabajadores mismos en términos de igualdad, que poseen colectivamente el capital con el que llevan a cabo sus operaciones, y trabajan bajo gerentes elegidos y removibles por sí mismos”.

Como se ve, nada nuevo hay bajo el sol.