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Ni estadocentrismo ni mercadocentrismo

Los principales derrotados en este cotejo histórico han sido los falsos líderes políticos desgobernantes

El Papa Francisco en reciente carta a los movimientos populares titulada " A un Ejército Invisible" envió este mensaje: "Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los problemas de la humanidad..." ( 12/04/20).

La pandemia del Covid-19 ha tenido la capacidad de desquiciar, en unos cuantos días, muchas estructuras de poder económico, político y hasta cultural. Frente al invisible pero letal microorganismo muchas instituciones han exhibido su pequeñez.

Ni estadocentrismo ni mercadocentrismo

Los principales derrotados en este cotejo histórico han sido los falsos líderes políticos desgobernantes: los que no han volteado a ver el rostro concreto de los seres humanos y la angustia de sus comunidades; los que han optado por gestionar la tragedia con egoísmo narcisista ocupados en acrecentar su poder, deleitándose en  su propia voz y afanados en cosechar votos en campos de muerte, de ruina económica y empobrecimiento masivo en ciernes.

Pocos son los jefes de estado que han actuado como auténticos estadistas frente a la pandemia y sus desafíos. Se exceptúan las mujeres gobernantes, las que han demostrado mejor desempeño, reivindicado la función política.

En medio de esta crisis moral en los liderazgos políticos y a la vista de los destrozos causados por la pandemia, agravados por la pésima actuación aquellos, surge ahora  la diarrea de planes para la etapa post Covid-19.

Se desparraman desde alturas palaciegas una pestilente cascada de propósitos desmesurados y grandilocuentes —otra vez para deleite y autosatisfacción autocrática— sustentados en ideologías y modelos socioeconómicos probadamente fracasados.

Nada que ver con el arte del buen gobierno sustentado en la virtud de la prudencia política. Ésta, por cierto, no es una categoría religiosa o timorata, es, sobre todo, una metodología para alcanzar racionalmente fines concretos de bien común; de eso trata la práctica de buena política.

Tal método sigue tres pasos:

1.- Ver la realidad; sin prejuicios e ideas preconcebidas, para ello se requieren herramientas científicas de investigación y el concurso de verdaderos expertos en varias disciplinas y con diversos puntos de vista. Escuchar exclusivamente a los camaradas de cenáculo político de pertenencia y al coro adulador que siempre medra en torno al supuesto líder pervierte el ejercicio. 

2.- Juzgar; observada la realidad hay que valorar los problemas a resolver a la luz  de los objetivos superiores de la política: salvaguardar la dignidad de todos y cada uno de los miembros de la comunidad, justicia, equidad, libertad, democracia, entre otros.

3.- Actuar; diseñar la política pública con la mejor técnica, modulada por el binomio de orden social: a) solidaridad, garantizar derechos: la promoción preferencial de los más débiles; b) subsidiariedad: generar oportunidades; aplicar tanta sociedad como sea posible y solo tanto Estado como sea necesario. Que el ente superior no sustituya lo que por naturaleza  puede y debe hacer el menor; trátese de personas, instituciones y niveles de gobierno.

La prudencia política exige además dos condiciones de gobernanza: auténtico diálogo y participación plural en todo el proceso generador de desarrollo social con crecimiento económico.

La proclamada nueva normalidad, si de verdad quiere ser nueva, debe desechar al Estado y al mercado como categorías absolutas para reconstruirse. Ese es el verdadero desafío de nuestros días. Exige cambio cultural y reconversión política.