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Mi raza, así

Si vieras que a veces pienso que de verdad ha llegado mi última oportunidad.

Si vieras que a veces pienso que de verdad ha llegado mi última oportunidad. Si vieras como me indigna y me enfurece saber que no obstante mis reclamaciones permanentes, los decesos irremediables de mis iguales, la disentería incurable de nuestros hijos… Ni siquiera eso, decía, parece atraer un poco de tu atención, un poco de tu compromiso, un poco de tu arrepentimiento.

Es verdaderamente grosero observar como nos utilizas como moneda de cambio para obtener un número de votos mayor, para darte unos buenos y sabrosos baños de pureza ante los medios electrónicos expresando tu consternación, revelando tu sensibilidad por las causas más nobles.

Mi raza, así

Grosero, eso es. El calificativo es quizá inapropiado, tímido, timorato, pero tú comprenderás que a nosotros no nos enseñan a ofender para crecer, no nos enseñan a atacar para colmarnos de bienestar material desangrando al patrimonio nacional. No. A nosotros, nos enseñan las tradiciones de nuestros ancestros que se basan en solidaridad, paz y fraternidad. A nosotros nos enseñan que la felicidad está en cualquier sitio, menos en un auto del año, menos en una cuenta bancaria.

¡Escucha! Mi raza es así, camarada, no lo olvides. Lo siento, somos ladinos, verás. Creemos en chamanes, en los milagros de la naturaleza, y convocamos al sol, a la luna…, veneramos todo lo que produce el vientre de nuestra tierra. Así somos. Necios por linaje, y nos resistimos a vivir dentro de esa peregrina y estúpida parafernalia de la modernidad a la que tú aspiras, de la que tanto disfrutas, a la que tanto le debes en esa aberrante carrera política a la que restaste todos los escrúpulos que quizá, alguna vez, en tus sueños de juventud, tuviste, poseíste o acariciaste.

Quizá esta sí es mi última oportunidad. Sabemos que alrededor de cincuenta millones de mexicanos viven en la pobreza.  La gran mayoría de ellos son indígenas, como yo. Descendientes de hombres y mujeres, mexicanos cabales, de los que heredamos nuestra tierra, nuestras manos ajadas, nuestra piel morena tan ajena para ti.  Culturas centenarias que han estado aquí, con sus dialectos y costumbres, sus rebozos y listones, su tesón por sobrevivir, su desesperación por no extinguirse.

Quizá sea la última oportunidad, te digo, pues somos denostados.  La política, en todas sus facetas e ideologías, nos incluye en sus discursos y nos confiere un lastimero tratamiento de inválidos, de animales exóticos en cautiverio. Los curas, los pastores y las guías espirituales de cuanta religión se inventa y se constituye día con día, nos utilizan como carne de cañón para manejar los volúmenes adecuados de seguidores, para generar el múltiplo de fieles conveniente que garantice la rentabilidad de sus diversas negociaciones. Explotan nuestra ingenuidad e ignorancia para obligarnos a jalar el gatillo en contra de otro que, como nosotros, no encuentra ya un espacio para existir.

El resto, pues ya sabes, empeñados, cada vez con mayor necedad y estupidez en intentar que seres de culturas distintas a la de ellos se parezcan a su modelo, se asemejen más al prototipo de los hombres blancos que sin rigor, irremediable e insensiblemente, se conforman con navegar en las aguas del consumismo, el pragmatismo y la frivolidad. Hombres blancos que se asoman por acá, solamente cuando existen pruebas fidedignas de riqueza en los subsuelos, de abundancia de maderas preciosas o de la seguridad de obtener una buena fotografía junto a un ser curioso que viste multicolor.

Quizá sea la última oportunidad, y tú la gastarás encabezando un acto televisado repartiendo despensas o letrinas en mi comunidad. Y nosotros, giraremos y daremos la espalda para seguir ocupándonos de nuestras miserias, de nuestra desesperación, mientras el hombre blanco se mantiene inmerso en la frivolidad de los escándalos que soezmente protagonizan aquellos designados por sufragio para defendernos; inmerso en los escándalos que solamente sirven para seguir administrando una encomienda post moderna.

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