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Locuaz decisión

Sí, comunicarse. Un ejercicio aparentemente automático de los seres humanos. Comunicarse y transmitir mensajes precisos que sean recibidos con claridad por un interlocutor.  Comunicarse, en fin, para que atendiendo al significado de las palabras, encuentren los hombres y las mujeres coincidencias que reconozcan como una plataforma sobre la cual dirimirán sus divergencias e intenten evolucionar.

Comunicarse siempre, pero una acción tan básica ha sido reducida al intercambio escandaloso de epítetos y descalificaciones, a la oposición de otras ideas para ganar popularidad; para hacerse del liderazgo en los Estados Unidos pero en México, España, Inglaterra también. El arte de hilvanar sofismas alrededor del Brexit, de la endemoniada amenaza de los migrantes mexicanos o de quien reza a Alá.

Locuaz decisión

A cada golpe verbal -progresivamente disparatado-, es más claro que cada quien transita por su vereda, con su rumbo, a su aire.  Pero la mala -o nula- comunicación, divide y trae consigo la funesta condición de la atomización de nuestros núcleos sociales que corean el discurso sin reflexionar o informarse de su verdadero significado o ausencia total del mismo. ¡Que muera quien tenga que morir! ¡Sí! ¡Hurra! Corea la manada irreflexiva, cada vez más lapidaria.

Nuestra voz retiembla en la estratósfera de la soberbia y ni siquiera quien moviliza a las masas sabe a ciencia cierta hacia dónde nos dirigimos. Tome por ejemplo a Trump, con la distancia de su grotesca personalidad.

Grita y vocifera, miente con la divisa de ese morbo que mueve a masas a exigir la cabeza de quien él señale, con el espejismo de las soluciones simplistas de quien no alcanza a comprender siquiera el problema que se plantea. La audacia del millonario que te explota, que burla a la justicia, totalmente irreverente, pero que a pesar de profundizar tu desgracia con ello, le otorgas un halo redentor como de antihéroe de la televisión.

Pero, ¿cómo comunicarnos si tenemos resentimientos casi milenarios que, sensibles en las entrañas, o en el acervo político y económico, según el caso, no nos permiten trabajar seriamente en lo que a todos beneficia? ¿Cómo comunicarnos, si sordos tomamos un viaje cotidiano cuyo destino es nuestro interés personal o el de nuestro proyecto? La satisfacción efímera pero inmediata.

La revancha, el placer malsano de ver fracasar al vecino como desquite, la urgente necesidad de vociferar contra un demonio predilecto a quien atribuir la desgracia de nuestra crisis existencial. Una ventana de oportunidad para lucir, ser vistos y temidos, aun cuando sabemos que, egoístas, excluimos al beneficio común a manos de quien nos pretende manejar como ovejas, sin siquiera conocer el oficio del pastor.

En una sociedad todos los días hay que negociar.  Pero una negociación no implica confrontación sino la búsqueda de convergencia de intereses. Alármate de quien te lo proponga, alármate de Trump. Para destacar no es necesario destruir al adversario, lo que se requiere es simplemente aprender a sumar o celebrar, obnubilados, la inercia colectiva de irnos todos por el retrete.

En este planeta últimamente invertimos más tiempo en descalificarnos los unos a los otros, para protagonizar una aventura pírrica con satisfacciones imaginarias.  Los carnívoros, los veganos, los hispanos, los afroamericanos, los que leen la Torá, el Corán o el Nuevo Testamento.

 La apuesta de un discurso como el de Trump encuentra su caldo de cultivo en ese hecho. Quizá para él es una especie de reto simpaticón, como organizar un reality show, un Miss Universo a costa de tu futuro, algo como lo que en su dimensión fue el famoso Fox para México: la colocación de un producto denominado presidente sin propósito, sin proyecto, sin plataforma.

Ganar para probar que se puede, porque es demasiado débil y perturbada la opinión pública, porque somos fácilmente manejables, porque la crispación social ha llegado a su punto más álgido y por ello vulnerable. Ganar por cumplir ese reto sin saber para qué se quiere, sin que le importe un pepino qué sigue después para ti, con el caos que se anticipa en los años por venir.

 Como evitar caer al abismo de la manera más perversa posible, es decir, con el endoso de la voluntad popular. De bruces o de trompa o de cabeza al vacío, riéndonos sardónicamente de nuestra locuaz decisión, mientras viajamos vertiginosamente al averno.

Quizá pudiéramos ser más lúcidos para reconocer que la suma de bullies no nos hará fuertes. Quizá, discriminados y discriminadores, descalificados y descalificadores, líderes y seguidores, pudiéramos asomar un poco la cabeza para darnos cuenta a tiempo que abdicar nuestro libre albedrío en cualquier loco intransigente e ignorante, jamás evitará nuestra miseria, nuestro riesgo de perder el sentido de la lucha diaria, de ser aniquilado por la metralla del odio o que alguien nos llame fucking brownie, bad hombres, y menos en nuestra propia casa que es también California, Nuevo México, Arizona, Texas y el resto de la Unión Americana.

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