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Historia en ‘Cuerdas’

A mi amigo Gabriel Guerra Castellanos

Hace algún tiempo atrás, antes de conocer la problemática autoral, y especialmente económica que importaba para Pedro Solís su exhibición indiscriminada, llegó a mi atención “Cuerdas” de una manera peculiar: recomendada por niños: “tienes que ver esto, nos encantó" (verbatim).

Historia en ‘Cuerdas’

Comienzo con un mea culpa laica, pues confieso que había visto el cortometraje en Youtube, o sea la versión desautorizada del autor y la que le importaba ser vulnerado en sus derechos autorales y patrimoniales. La honestidad es incriminatoria, aunque ineludible. 

En mi descarga alego un concepto de temporalidad que no me exime de ser coparticipe del consumo de un producto que, de adolecer de la autorización para su exhibición por el titular de la obra como se ha manifestado por parte de Pedro Solís, es absolutamente ilegal.

Si por un momento aisláramos el tema de distribución desautorizada y las cuentas pendientes del Estado de Derecho y las políticas públicas con los autores aquí y en muchas otras jurisdicciones -pues muy probablemente tampoco existieron esas consideraciones en la conciencia de los cientos de miles de personas que vieron el cortometraje-, y me fuese permitido solamente referirme al caso más de fondo, pues yo me aproximaría un poco más al origen del documento y su muy probable efecto social.

Ante la amable convocatoria de Regina Santiago Núñez por esas épocas a reflexionar al respecto, revisé un poco por aquí y por allá tropezando con algunas entrevistas y un pequeño documental realizados en torno al autor, su familia y el centro de rehabilitación en Guadalajara, España. Lo que sospechaba, las evidencias son contundentes.

En mi opinión no hay duda, más allá de la forma en la que esta historia se deba de contar, es imprescindible que se cuente, no importa qué tiempo haya pasado desde que sucedió o desde que le dieron a Solís el Premio Goya por su obra. Es una historia de valor, comprensión, amor y, sobre todo, vinculación. Anticipo que ese es el móvil último de Pedro Solís.

¿Acaso no es una necesidad apremiante que los niños crezcan sin prejuicios y con el alma sin contaminar para vincularse de tú a tú con cualquier corazón tan vibrante como el suyo capaz de sentir y reír y llorar tanto como ellos? ¿Acaso no debemos mucho del pesar colectivo a la frivolidad y el distanciamiento que imponemos en los modelos educativos actuales -si es que así se pueden llamar-? ¿No es claro que la vorágine de la modernidad exacerba nuestras diferencias y acrecienta distancias en vez de ayudarnos a identificar las coincidencias, desplazando normalmente a los más vulnerables?

Me parece que se evidencia con esta historia en “Cuerdas” de dos niños de alma nívea, el fracaso de nuestros procesos de desarrollo humano modernistas que apelan al individualismo, a la falta de consideración por los demás. 

El fracaso de los que hemos sido padres en las recientes generaciones. Nuestras inexcusables omisiones que luchan contra el sentido gregario humano a no ser por reuniones sociales de mucha exposición y altos excesos; que privilegian la riqueza material a toda costa -incluyendo a costa de los escrúpulos-, como valor aspiracional y profundizan el odio entre los seres que presentamos una característica u otra: pigmento en la piel, parálisis cerebral, VIH, padre militar, beca en colegio particular, fervor por un Dios, o no; hermano taxista...

Yo deseo lo mejor para Pedro, sus dos hijos y la madre de sus hijos. Y deseo lo mejor para que la magia de la historia en su humanidad pueda tocar la consciencia individual y colectiva para renovar esa forma de convivencia en la que lo que predomine sea la persona y no nuestras diferencias específicas. Yo deseo lo mejor, aunque ya estuvo bueno de deseos pues es hora de cambiar las circunstancias para que todos tengamos un lugar en esta aldea tan jodida que habitamos.

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