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La cola del Diablo

Que posteriormente, mediante tratamiento psicológico de un profesional, logró descubrir a los otros

El asalto violento de la sede de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, ubicada en la calle de Cuba en el centro de la Ciudad de México, por un grupo de mujeres enardecidas y provocadoras, tiene la marca indeleble de los poderes fácticos cuyos intereses se han visto afectados por el cambio de régimen y el empeño por hacer de México un país de leyes y de justicia. Reclaman, ¡quién lo dijera!, justicia y alto a la violencia en contra de las mujeres utilizando, precisamente, la violencia, el reto y el hostigamiento.

La naturaleza misma de los hechos desacredita cualquier posibilidad de legitimar los reclamos de estas señoras que se han venido comportando como el peor de los energúmenos de la barbarie, haciendo gala de absurdas bravatas y desafíos propios de una cantina de mala muerte. Como para muestra basta un botón, habría que tomar el ejemplo de la Sra. Marcela Alemán, quien asegura que su hija fue violada en el colegio al que asistía, en 2017, cuando tenía 4 años de edad y que no hay a la fecha un solo detenido. 

La cola del Diablo

Marcela penetró en el recinto junto con otras quince mujeres acompañadas, muy curiosamente, por importantes medios de comunicación que dieron cuenta de cada detalle del asalto, incluyendo la denuncia pública de que los trabajadores de la CNDH se alimentaban de ‘cortes fines de carne de res, como el chamberete (que se usa para caldo) y bisteces’. Ya dentro, se ató una silla y asegura que ahí permanecerá hasta que se haga justicia y los los violadores de su hija, ya identificados, sean detenidos.

A ver: Narra esta madre que, a los siete meses de que su hija ingresó al colegio particular Luis Gonzalo Urbina, de la ciudad de San Luis Potosí, notó que la niña tenía un comportamiento extraño, que se ‘hacía’ en los calzones y se quejaba de dolores en sus partes íntimas, por lo que inició una averiguación por su cuenta, logrando que la pequeña confesara que dos maestras ‘le pegaban’, enseñando dónde. Que posteriormente, mediante tratamiento psicológico de un profesional, logró descubrir a los otros.

Ya con todos los elementos probatorios en la mano, incluyendo un certificado médico en el que se tipificó un desgarre anal provocado tanto por hombres como por mujeres, en contra de la pequeña, se presentó a la Agencia del Ministerio Público en San Luis Potosí, exigiendo justicia; al ver que nada ocurría y que el colegio particular seguía funcionando como si nada, acudió a la Comisión Estatal de Derechos Humanos en SLP, con resultados iguales: nadie prestó atención a su caso.

Luego de casi tres años de luchar por justicia, acudió a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en la Ciudad de México, donde se abrió un expediente y está en proceso una investigación, misma que fue obstruida por la toma de las instalaciones y el desalojo de todos los enseres, incluyendo las carpetas de trabajo. Como dice que ya está cansada de que nadie atienda su queja, decidió, junto con otras mujeres venidas de distintos lugares del país, asumir la responsabilidad de tomar por asalto la sede.

Piporro era una persona de gran humor. Una vez contó el chiste de aquel que buscaba debajo de un poste de luz un peso que se le había perdido (un peso de aquellas monedas grandes de plata con la efigie del generalísimo Morelos). Uno de tanto que se había unido a la búsqueda preguntó: “¿Está seguro que aquí lo perdió?”. A lo que respondió: “No, lo perdí allá; pero como está muy oscuro, mejor lo busco aquí”. Con todo el respeto que merece su drama, doña Marcela está haciendo como el del cuento

Toda la enjundia y hasta la altanería que ha mostrado con las autoridades nacionales, que le han tenido todas las consideraciones posibles, debió mostrarlas con el agente del Ministerio Público de San Luis Potosí, con las autoridades judiciales, con el gobierno del Estado, con la Comisión Estatal de Derechos Humanos, no con quienes van a conocer del caso a toro pasado, cuando quizá ya se haya dado una resolución judicial, buena o mala. Buscar quién se la pague y no quien se la hizo, demuestra otra cosa. 

El resto de las ‘demandas’ de las señoras van por el mismo estilo y echan de ver propósitos distintos a los que se hacen públicos. Yessenia Zamudio, madre de María de Jesús Jaimes Zamudio, del Frente Nacional Ni una Menos, víctima de feminicidio en 2016, dijo: “A mí su pinche cuadrito me viene valiendo madres. Si el señor dice que somos groseras, pues lo que sí es una grosería es que a ese señor le duela más un puto cuadro, que aparte es réplica, que la vida de nuestras hijas, de sus ciudadanas y ciudadanos”. ¿Hasta hoy se acuerda de su hija? ¿Cuándo la CNDH estaba en otras manos, sí le hicieron justicia?