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En busca del Gatopardo

Don Giuseppe Tomasi di Lampedusa nació en Palermo, Sicilia, el 23 de diciembre de 1896 y se hizo famoso por su novela El Gatopardo un año después de muerto, en 1957. Este escritor italiano, autor de dos únicas novelas, ambientadas en la Unificación italiana legó al mundo el concepto de gatopardismo, y el adjetivo lampedusiano, ha pasado a definir el cinismo con el que los partidarios del Antiguo Régimen se amoldaron al triunfo inevitable de la revolución, para su propio beneficio.

Señalado como un hombre taciturno, bien pudo Tomasi haber escrito su obra a partir de lo que en este momento es conocido como la Cuarta Transformación en México, que pretende borrar los horrores del capitalismo salvaje que tanta miseria y abandono ha creado en los vastos territorios del Anáhuac. Hasta el personaje central Fabrizio de Salina no puede escapar de la comparación con Salinas, el autor de la debacle que ha provocado la tan aberrante acumulación de la riqueza.

En busca del Gatopardo

En uno de sus párrafos magistrales, señala el autor, que: “Pero el sobrino, que enfoca su propio telescopio hacia las cosas de esta tierra, se enrola como voluntario en el ejército garibaldino con un plan muy preciso: “Si no nos ponemos de su parte (le dice al príncipe), ésos serían capaces de proclamar la república. Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”.

Al inicio del nuevo régimen, que pretende la auténtica democratización política, económica y social, las fuerzas del antiguo régimen han iniciado un movimiento envolvente en el que, por una parte, se manifiestan dispuestos al cambio con tal de permanecer dentro de los centros de poder y, por el otro, están empujando con los instrumentos de presión que crearon al paso del tiempo para ser los arietes con los que derribar los sueños de los muchos que aspiran a la justicia social.

Algunos panegiristas suponen que, al atribuirle esas palabras a uno de sus antepasados, el autor había observado que los cambios solo eran relativos y aparentes; que el último reducto ya no podía ser otro que el de la aristocracia del espíritu, contra la cual no hay reformas ni revoluciones sociales que puedan afectarla profundamente. Su fortaleza moral le permite ver la caída de la propia casa con sensualidad lírica, con ironía y autoironía, La verdadera Historia, parece decir, está dentro de cada uno como un valor estrictamente individual e inalienable. Como El Gatopardo su libro de cuentos y memorias, Racconti, fue publicado tres años después de la muerte del autor, cuando la famosa novela era muy conocida ya en casi todo el mundo y llevaba veinte ediciones.

Al referirse a la aristocracia del espíritu, entonces como ahora, hace referencia a la auténtica nobleza, que no puede tasarse con el tanto por ciento y que va más allá de cuanto tienes y quién eres; para posarse en el luminoso campo del qué haces. Ser o tener valen poco frente al quehacer.

Al final, Salina sabe que todos sus afanes han sido vanos: “Tan odioso. Con su doble dosis de sangre Màlvica, con los instintos regalones, con sus tendencias hacia una elegancia burguesa. Era inútil esforzarse en creer lo contrario, el último Salina era él, el gigante desmirriado que ahora agonizaba en el balcón de un hotel. Porque el significado de un noble linaje se halla todo en las tradiciones, es decir en los recuerdos vitales, y él era el último en poseer recuerdos insólitos, distintos de los de las otras familias. Fabrizietto tendría recuerdos triviales, iguales a los de sus compañeros de colegio, recuerdos de meriendas económicas, de bromas pesadas a los profesores, de caballos adquiridos pensando más en el precio que en su valor, y el sentido del nombre se transformaría en pompa vacía siempre amargada por el acicate de que otros pudieran tener más pompa que él. Se desarrollaría la caza al matrimonio rico cuando ésta se convierte en una routine habitual y no en una aventura audaz y predatoria como había sido la de Tancredi. Los tapices de Donnafugata, los almendrales de Ragattisi, incluso, quién sabe, la fuente de Anfitrite, correrían la grotesca suerte de ser metamorfoseados en terrinas de foie gras, digeridas en seguida, en mujercillas de ba-ta-clan más frágiles que sus afeites, como aquellas añosas y esfumadas cosas que en realidad eran. Y de él quedaría sólo el recuerdo de un viejo y colérico abuelo que había muerto en una tarde de julio, precisamente a tiempo para impedir al chico que fuera a tomar baños a Livorno. Él mismo había dicho que los Salina serían siempre los Salina. Se había equivocado. El último era él. Después de todo, ese Garibaldi, ese barbudo Vulcano había vencido”.

Muy poco le bastó a Giuseppe Tomasi di Lampedusa para pasar a la historia y retratar a la casta que no reconoce la majestad del espíritu humano.