Editoriales > ANÁLISIS

El drama de la migración

Quienes abandonan las zonas de confort en los países de Centroamérica y el Caribe, y se adentran en las calles de las ruinosas ciudades, no pueden dejar de estremecerse cuando ven a los ojos vidriosos de niñas y niños con uniforme escolar; pero, lejos de las aulas y de la educación, buscando algo que les deje plata, lo que sea y como sea. Un fuerte olor a cerveza y mariguana se esparce de los grupos de jóvenes en las plazuelas.

Sólo viendo ese drama terrible es posible concebir los niveles de degradación del ser humano auspiciado por los poderes fácticos que se benefician con la precarización del trabajo y la explotación irracional de los recursos naturales; el alcohol y las drogas son el alivió a una vida de penuria y desaliento, cuya redención viene con la muerte, que, quizá por ello, es tan familiar.

El drama de la migración

Cuando hay una luz de esperanza, imposible dejar de ir. El 13 de este mes, una caravana de al menos 2 mil 500 ciudadanos centroamericanos partió de San Pedro Sula, Honduras, rumbo a Estados Unidos. La llamada caravana migrante es conformada en su mayoría por hondureños que salieron de madrugada de la Gran Central Metropolitana, al norte del país, para cruzar por Guatemala y México a fin de llegar a la nación gobernada por Donald Trump. Al cuarto días ingresaron al territorio guatemalteco para pernoctar. Ahí fueron entrevistados por diversos medios.

Fanny Rodríguez, de 21 años, de Santa Bárbara, Honduras, va con su esposo, Edil Moscoso, y sus dos hijas, Daily Edith y Yarice. Declara “Estamos viajando para darles un mejor futuro a mis hijas. No vamos porque queremos cosas lujosas; no tengo por qué darles lujos, solo lo necesario: que no les falte comida, que tengan ropa. Cosas así”. En el camino, la familia fue acogida por guatemaltecos; les dieron alimento y pañales.

Por su parte, Jénnifer Paola López, una trabajadora del campo, viaja con unas amigas de su vecindario. Ya habían hablado sobre viajar a Estados Unidos, pero no tenían dinero para pagar el costo de la travesía o a los coyotes. Un vecino les contó de la caravana; por lo que López y sus amigas decidieron unirse. Aunque dejó atrás a su familia, ella sabe que es la esperanza de todos para tener una mejor vida. Asegura que: “No hay trabajo ni nada. No hay cómo vivir en Honduras. No hay dinero. No hay nada”.

Quizá una idea precisa de lo que ocurre en Centroamérica y países del Caribe, la den las palabras de José María Tojeira, rector de la Universidad Centroamericana de Nicaragua, quien explica que: “Los sistemas políticos de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua son hoy el resultado de elecciones aceptadas, pero descansan sobre un precario soporte económico y social debilitado por los ajustes impuestos por la apertura económica y la herencia de los conflictos bélicos: una desigualdad escandalosa, paro, escasos servicios sociales y el aumento de la marginalidad. Estos factores, fomentan el crecimiento de la delincuencia y fortalecen las viejas estructuras de poder surgidas al amparo de los recientes regímenes autoritarios”. América Central dejó ya de guerrear, pero las catástrofes naturales, los yerros económicos, políticos y sociales, parece que tienen de rodillas a la mayoría de sus 34 millones de habitantes.

Agrega Tojeira: “La institucionalidad de Centroamérica progresa lentamente. Para nosotros, que las instituciones funcionen es una de las luchas más importantes que hay que dar. Hoy la ley del más fuerte es más importante que la igual dignidad de las personas. El funcionamiento de las instituciones, especialmente aquellas de defensa del ciudadano, es el único camino posible para lograr no solamente una convivencia pacífica, sino un desarrollo económico. Con una desigualdad grave, y la ley del más fuerte, se nos conduce a una situación de poca gobernabilidad en el mediano y largo plazo. Acabamos de salir de unas guerras que son una muestra de falta de gobernabilidad, y nadie quiere volver a la guerra. Si no se resuelve el problema de fondo, la nueva estructuración social, a través de las instituciones, esto revienta por algún lado”. Faltó muy poco para que las palabras del recto se convirtieran en augurio.

En Honduras concretamente, los problemas surgidos tras la destitución, vía golpe de estado civil, del presidente Manuel Zelaya, se ha generado una inmensa exclusión social incrementada por las barreras políticas, económicas y culturales; con grandes y marcados problemas para dar cabida en el sector formal a la mano de obra que constituye un gran porcentaje de la fuerza laboral centroamericana, lo que a su vez dificulta su inclusión en los programas sociales de los estados. Un círculo perverso.

Por si eso fuera poco, los migrantes se han convertido en objeto de presiones políticas de países ajenos a sus problemas, como sería el caso de algunos partidos que, con las elecciones en puerta, buscan llevar agua a su molino, creando un conflicto de serias dimensiones, que asuste a los votantes y, como siempre, busquen refugio en lo seguro.

Acaso por ello, Felipe González, relator especial sobre los Derechos Humanos de los Migrantes de la ONU, pidió que: “Estas cosas no suceden por casualidad; se debe tener en cuenta los factores que llevan a los migrantes a escapar de sus países”. Exigió, además: “No hacer política con la caravana migrante”.