El macho mexicano

Dijese del mexicano muchas cosas, pero su cualidad manada de las películas mexicanas de la época de oro del cine, solo se le define como un macho. Vestido de charro, pistola en la cintura y gran sombrero enmarcando su tupido bigote. Gran macho, montando a caballo, cantando románticas canciones a su dama desde la calle hacia su ventana. Luego las balas surcan de un lado a otro en las cantinas entre botellas de tequila que explotan, mesas que ruedan y sillas voladoras.
Nos gusta a los mexicanos retratarnos como los adalides del machismo. Mujeres sumisas, obedientes, dóciles, que guardan silencio cuando el hombre habla, amorosas con los hijos, atentas con el marido y sobre todo hacendosas y atadas al quehacer del hogar. El hombre provee y ellas sumisamente aceptan de él todo aquello bueno o malo con callada devoción. No importa que el macho llegue borracho y pintarrajeado por los besos de otras mujeres, su siempre fiel y sumisa mujer todo lo acepta con humilde resignación.
Por mi edad, no es mucha, pero tampoco poca, he conocido a esa generación de mexicanos, hoy muchos fallecidos, y otras generaciones posteriores. He conocido matrimonios de más de 50 años y otros de unos cuantos días. Amores eternos y efímeros, trágicos y nobles, difíciles y suaves. He visto y convivido con muy diferentes parejas de todas las edades. Déjeme decirle algo amigo lector, salvo una muy penosa excepción, no existen las mexicanas sumisas, punto.
Puede ser muy macho el tipo, como aquella canción; “Ay Jalisco no te rajes”, dónde una estrofa dice; “y echarme un tequila con los valentones”. Yo preferiría echarme ese tequila acompañado de una bella dama, eso sí, el mariachi puede acompañar. Pero, si alguien verdaderamente le tiene miedo a su mujer; es el mexicano. Talvez en la época prehispánica, los hombres dominaban completamente a la mujer como esas historias del cine, o quizá durante la colonia, pero no al menos en el siglo XX y XXI. Por lo tanto, queda totalmente probada la teoría de la evolución de Darwin, a partir de este momento la convierto en ley universal, la mujer mexicana evolucionó para sobrevivir y se adaptó mejor, convirtiéndose en una fiera. Aclaro, por temor obviamente, la mía ¡NO! Debo hacer esta aclaración para que usted amigo lector pueda leer mi columna de la próxima semana. Estar vivo es importante.
Como le decía; el macho mexicano es un ser mítico, como el minotauro o el Pegaso. No existe más que en las películas. La que manda en la casa, y fuera de ella, es la mujer. Cuando los hombres con el debido paso del tiempo lo entendemos aprendemos a ser más felices. Se acaban las parrandas, las salidas con los amigotes y otras cosas que atendíamos durante nuestra soltería. Obedecer es más fácil, sencillo, pacífico y saludable. Eso sí, en público, ella siempre hace de sumisa y calladita, pero con la mirada te están conteniendo, con ese reojo que te pone la piel de gallina. La mujer es tan lista, por supuesto mucha más que los hombres, que solo nos regimos por tres neuronas, la de la comida, la dormida y la del sexo, por lo tanto, te domina con suavidad y elegancia, claro y obviamente, cuando entiendes con sutilezas, porque cuando eres torpe o cuando la hormona del hambre te atrofia las otras dos y andas, pues, ¿Cómo lo diré? Pues, apendejado, entonces su deber es reaccionar con fiereza para dominar las bestialidades hombrunas.
Esto me hace recordar un caso en mi tierra, allá por Tampico. No diré el nombre por no quemar a mi amigo político, a quien estimo y si lee esta columna sabrá de mi aprecio por no quemarlo, priista, por cierto de esos de toda la vida, algún defecto debía sobresalir. Bueno pues, resulta, se va de parranda con sus amigos, llega a las 6 de la mañana vestido en traje de tequila, ron y botana, saca sus llaves, no atina al cerrojo de la puerta de su casa, cuando de repente de golpe se abre la puerta y está su mujer en bata, con grandes ojeras por no haber dormido toda la noche, con los cabellos erizados, los ojos enrojecidos con una mezcla de furia y sueño, y le suelta un grito: ¿Dónde andabas? Mi amigo perplejo ante aquella imagen demoniaca, abre los ojos de susto, aclaro, no por la estampa de su esposa, o quien sabe, pero él me dijo que por la sorpresa de la apertura de la puerta. Cuenta; en segundos su emborrachada mente hizo un recorrido por todos los lugares a donde había ido de parranda y ninguno de ellos era ni biblioteca y menos iglesia, por lo que cualquier respuesta sería desastrosa. ¿Dónde andabas? Volvió a preguntar, a lo que él respondió como buen jaibo huasteco: “Pérame, pérame que nos soy huapanguero para improvisar”. Con eso de nuestras tres neuronas, necesitaba más tiempo para buscar una respuesta mejor.
Con esto de ninguna manera quiero parecer misógino, por el contrario, la realidad es; la mujer mexicana en general es mucho más responsable que el hombre. Son quienes al mismo tiempo atienden el hogar, muchas de ellas trabajan y las hay profesionales. Son un gran ejemplo para nuestros hijos, pero no cabe duda cargan en su ADN una mutación de mando, ganada a través de los siglos para combatir el machismo del mexicano.
Solo piense usted amigo lector, ¿Qué pasa cuando usted le dice a su mujer, cálmate, cuando está discutiendo con usted? Eso es como decir; ¡Satanás aparécete! Grave error. Así hay muchos ejemplos. También hay frases que le son irresistibles a una mujer, caen rendidas. En realidad solo hay dos mortíferas para debilitarlas; “Estas más delgada” y “El dinero no es problema”. Esas dos frases son criptonita para la mujer.
Pero se preguntará usted; ¿A dónde quiere llegar el columnista? ¿Quizá como en otras ocasiones, no le cruzaba idea alguna para este lunes? Pues no. Lo que en realidad quiero, es hacer notar a usted mexicano lector, o a usted amiga lectora, que dentro de nuestra cultura está muy arraigado ese mito del macho mexicano que manda y que no es más que una falacia. Un invento de los sueños inmaduros del mexicano, de ese que evade su realidad. De tal manera y dejando claro que el mexicano no controla a su esposa, sino al revés, entonces entenderá usted lo que ocurre en la familia presidencial es lo mismo que ocurre en la gran mayoría de los hogares mexicanos.
Cuando adquieren la Casa Blanca y la otra adyacente, fue por complacer a su esposa, aún antes de que Enrique Peña Nieto asumiera la Presidencia de la República. Ya siendo Presidente a su esposa se le ocurrió era buena idea dar una entrevista en su lujosa residencia a una revista internacional de sociedad, también fue su idea modelar en palacio nacional, junto a su hija para otra revista, y últimamente salir nuevamente en la portada de la primera revista, dónde cubre su viaje a Gran Bretaña, como también fue su idea salir de compras a un elegante centro comercial de California. Por supuesto, ella está en su derecho de tener propiedades ganadas con el sudor de su esfuerzo y como miles de mexicanas tiene derecho de ir de compras a donde su presupuesto se lo permita.
Desde la perspectiva de la primera dama, está haciendo algo que cualquier mexicana hace normalmente. La diferencia única son las capacidades económicas. El hecho, la primera dama pose en Palacio Nacional o en su moderna casa blanca, nada tienen de malo y además es algo que por su profesión como actriz es natural y hasta común. Incluso ir de compras o paseo al extranjero es algo que hacen muchas actrices. El problema es que ella es la esposa del Presidente, y los cargos del Presidente en el pasado no cuadran las cuentas para llevar ese estilo de vida.
Ahora, solo póngase unos minutos en los zapatos del ciudadano Presidente, su vieja insistiéndole para que lleve a su hermana e hijos de gira por Inglaterra. De día y de noche diciéndole que ya no tiene las libertades de antaño, que todo le critican en los medios, que antes hacía lo que quería y ahora está atada a las responsabilidades de su marido. Que ella nada de culpa tiene de los desastres nacionales o las devaluaciones. Tampoco fue responsable de la desaparición de 43 normalistas y mucho menos de las reformas estructurales. De hecho, ella es una víctima más del mismo gobierno al perder sus libertades y granjearse el odio del pueblo. Antes nadie la criticaba, más bien adoraban sus trabajos tele novelescos. Ahora es el centro de burlas, memes y falsedades desde los periódicos y sobre todo en las redes sociales. En medio de estos reclamos en la suite presidencial, el llanto y los argumentos angustiosos. Entonces el Presidente comete un grave error; Le dice: “Cálmate”. ¡Satanás hazte Presente” Y usted amigo lector, tiene la osadía de preguntar ¿Qué estaba pensando el Presidente cuando su esposa hace todo aquello que parece dañar su imagen? Ahí tiene usted la respuesta. El Presidente controla su gabinete, a su partido, tiene a raya a la oposición, sacó reformas que nadie pudo, enfrentó enemigos de todos tamaños para llegar a la Presidencia, pero no puede contra su naturaleza de macho mexicano. Ahí, amigo lector perdemos todos. El Presidente prefiere enfrentarse al pueblo mexicano y a la opinión pública que a la ferocidad de una esposa mexicana.
Como colofón; De ante mano preparo presupuesto para sobornar el enojo de mi mujer a consecuencia de la presente columna. Y a mis lectores espero les quede claro mi compromiso con ustedes al correr este tipo de riesgos, no por gobernación, el Sr. Osorio es casado y mexicano, sabe de lo que hablo, sino del riesgo marital que estoy corriendo.




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