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El fracaso del otro López

Las pruebas fueron cruciales para que países como Corea del Sur mantuvieran abierta su economía

Hugo López-Gatell perdió la batalla. Por más que el zar del coronavirus se burle, de lecciones de periodismo, trate con desprecio a sus maestros y pares, y soberbia al resto, la realidad lo aplastó. Su estrategia de aplanar la curva de contagios de covid-19 para no saturar los hospitales, sin medidas que la acompañaran, le estalló en las manos y ha metido a su jefe, el presidente Andrés Manuel López Obrador, en problemas para explicar con sustento que lo que se hizo, estuvo bien hecho.

La Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins en Maryland, donde estudió su posgrado, muestran que el índice de letalidad de México -el número de fallecimientos por cada 100 personas contagiadas-, es de 9.8%, el mayor del mundo. El segundo lugar lo ocupa Irán, con 5.4%, mientras que los países europeos más afectados por el coronavirus en sus dos olas, tienen, o menos de la mitad, o una tercera parte del radio mexicano: Italia, 3.8%; el Reino Unido, 3.7%; España, 2.8%. Estados Unidos, donde se concentra el 30% de los contagios en la segunda ola de la pandemia, es de 2.2%.

El fracaso del otro López

Entre más pruebas se hacen, más cae el índice de letalidad, según los expertos. México, al 9 de noviembre pasado, según Our World in Data, realizaba 17.15 pruebas por cada 100 mil habitantes, que lo ubica en el lugar 85 de 104 países a los cuales da seguimiento, lo que se explica en la creencia de López-Gatell de que las pruebas no son necesarias para controlar la pandemia, ni hay evidencia científica que diga lo contrario, cuando en realidad, expertos en todo el mundo y la Organización Mundial de la Salud, señalan lo opuesto.

Las pruebas fueron cruciales para que países como Corea del Sur mantuvieran abierta su economía. La ausencia de ellas en México, como política de gobierno, provocó la peor crisis económica que ha vivido en el país. En un interesante hilo en Twitter, Eugenio Sánchez mostró que México, junto con Omán, tienen la peor tasa de positividad en el mundo, que es la métrica para saber si la cantidad de pruebas es apropiada con respecto al tamaño del brote epidemiológico.

El porcentaje de positividad de México es de 56% cuando la OMS recomienda un índice menor a 9%. Sánchez agregó que pese al tamaño de la economía, aquí se hacen menos pruebas que Guatemala –a quien duplica en PIB-, Chile o Colombia -con menos del 40% del producto mexicano-. También se refiere al tema del equipamiento del personal de salud, recordando que Amnistía Internacional y la publicación especializada The Lancet clasificaron en septiembre a México como el cuarto país con más muertos por covid-19 en ese sector.

La política sobre pruebas que diseñó López-Gatell es que sólo se aplicarían a personas con síntomas y personas en los grupos vulnerables. En países tan disímbolos como Estados Unidos y Venezuela, se realizan pruebas a todos, incluidos los asintomáticos. La política mexicana es similar a la de la mayoría de los países africanos, aunque ninguno de ellos tiene los grados de mortalidad de este país, medido en número de decesos por cada 100 mil habitantes, donde ocupa el décimo lugar, con 78.34 fallecimientos, contra 127.96 que tiene Bélgica, y que se encuentra en el primer lugar. En números de muertes absolutas, que no consideran los índices de letalidad o mortalidad, México está en el undécimo lugar, donde Estados Unidos, India y Brasil ocupan los tres primeros.

Jugar con números para medir en tablas de clasificación si estamos mejor o peor que otras naciones es bastante ocioso en estos momentos. Pero si nos enfocamos al índice de letalidad, podemos observar si la estrategia funcionó o no. Hay estudios científicos que demuestran que la efectividad de las políticas de un gobierno para enfrentar la pandemia está asociada a la reducción de las tasas de mortalidad, al mostrar su capacidad para formular e implementar políticas sólidas, como reflejo de un buen gobierno. Entre esas políticas se incluye la rápida instrumentación de una cuarentena efectiva, políticas de muestreo y seguimiento de casos, así como proveer de equipo suficiente y de calidad al personal de salud. 

López Obrador afirmó ayer que el objetivo de su gobierno es que pese a que haya un mayor número de contagios, se salven vidas. Interpretándolo, el Presidente quiso decir que es más importante que quienes se enfermen se recuperen, lo que es correcto. Lo que es impreciso es cuando señaló que la estrategia de su zar impidió que México fuera rebasado por la pandemia, porque se aplanó la curva y se evitó la saturación de las camas de hospital. 

Fincar la estrategia únicamente en ello, con el llamado inicial de López-Gatell a que las personas con síntomas no acudieran al hospital para evitar contagios, y que sortearan la enfermedad en su casa, provocó que 7 de cada 10 decesos se registraran fuera de las instituciones de salud. Todavía hay instituciones que rechazan a pacientes de covid-19 para no elevar el porcentaje de camas ocupadas, ante las presiones de autoridades, y se está forzando al personal médico que fue contagiado, a reincorporarse a los 15 días de haber enfermado ante las carencias. Esto equivale a maquillar las cifras y ocultar la verdad.

Al Presidente le está contando una historia épica López-Gatell, que olvida el pronóstico de su consejero: el 4 de mayo iba a haber máximo seis mil muertos; una semana serían 30 mil, y como escenario “catastrófico”, 60 mil. Esta semana probablemente alcancemos los 100 muertos y seguirán subiendo. Es muy tarde para que el Presidente lo despida, pero aún es tiempo para que se allegue de expertos que le ayuden a modular la política contra el coronavirus, sin que un aventurero decida por él, por su gobierno y por el país. Pruebas de la incompetencia de López-Gatell existen en racimo.