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Difícil fin de sexenio

El país que entregará EPN en 2018 enfrenta ingentes riesgos en la economía, la política y la seguridad que se agravan con el tiempo

¿Qué hacer cuando el titular del Ejecutivo es insensible a la crisis nacional? El hartazgo social ya rebasó el aumento del precio de las gasolinas y apunta a la clase política misma.

A partir del año 2000 nos preciamos de haber dejado atrás las crisis sexenales. Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón no pueden jactarse de haber entregado un país más fuerte, más justo y más próspero, pero tampoco dejaron como legado el caos generalizado.

Difícil fin de sexenio

En contraste, la situación del país en 2016 es crítica. El país que entregará EPN a quien asuma la titularidad del Poder Ejecutivo el 1 de diciembre de 2018 enfrenta ingentes riesgos en la economía, la política, la seguridad pública y la seguridad nacional, que se agravan con el paso del tiempo.

A partir del inicio del gobierno de EPN el 1 de diciembre de 2012, el peso se ha devaluado 65%, pasando de 12.93 a 21.38 pesos por dólar el 5 de enero de 2017. El bajo crecimiento no provee los empleos necesarios para renovar la fuerza de trabajo, mientras que el enorme déficit social de pobreza y desigualdad abonan a la irritación ciudadana.

El sistema político ya no da para más. El Pacto por México, en principio una buena idea, acabó naufragando porque se entendió como una componenda al interior de la clase política, no como la renovación del pacto social entre gobierno y sociedad.

Tras la aprobación de sus reformas constitucionales en los primeros dos años de su administración, al Presidente se le acabó su narrativa. No es capaz de generar acuerdos ni de procesar desacuerdos.

Los homicidios violentos, la inseguridad y el secuestro van de nuevo al alza, en un Estado donde el Ejército y la Marina se convirtieron en la policía.

Faltó la reforma más importante: la reforma del poder. La clase política mexicana es hoy parte del problema, no de la solución. Sólo se sirven a sí mismos, no a los ciudadanos. Está distante, alejada de los ciudadanos de a pie, a quienes ignora.

El gobierno confunde la indignación social con el costo de las reformas. La ira ciudadana apunta a la corrupción, la impunidad y los privilegios de la Casa Blanca, de la casa de Malinalco, de los Duarte, de los Borge, de los Padrés, de los Aguirre, de los Yarrington y Hernández.

EPN ha dicho que el gasolinazo es “doloroso, pero necesario”. Yo no veo que a él le duela.

Se agotó el expediente de esperar que Cantarell, las remesas, y el crecimiento de la producción industrial en Estados Unidos nos sacaran de problemas. Ahora Trump nos dice: obligo a las empresas estadounidenses a retirarse de México, construyo el muro, deporto migrantes mexicanos y, además, no quiero ser tu socio.

La clase política debe renunciar a sus privilegios o será arrasada por la ira popular. No es demagogia: es una forma de atenuar apenas el insulto cotidiano y la afrenta a la población mayoritaria a la que una vez más se le exige que se apriete el cinturón sin que los encumbrados pongan de su parte.

Sin embargo, no tengo esperanzas de que la administración de EPN recapacite. Ya está desatada la pugna interna por la sucesión de 2018, mientras muchos mexicanos nos quedamos con la sensación de que el capitán de la nave no es capaz de responder a los nuevos retos y en los hechos abdica de sus responsabilidades.

No hay de otra: nos toca a los ciudadanos emprender la transformación del poder. Nadie nos puede salvar, tenemos que salvarnos nosotros mismos. Organizarnos aquí y allá. Exigir nuestros derechos y cumplir con nuestros deberes cívicos. No a la depredación desde el gobierno. No al saqueo con el pretexto del gasolinazo. No a provocaciones que buscan manotazos de fuerza que terminan convirtiéndose en una salida falsa. No le echen gasolina al fuego.

(Profesor asociado en el CIDE)