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Desarraigados

Quizá mi única noción de patria sea esta urgencia de decir nosotros

Mario Benedetti  

Desarraigados

Confieso: amo mi patria. La amo con amor carnal, para decirlo con palabras de poeta. La amo, como bien dice Neruda, con los altibajos de la pasión: quemadura y embeleso. Nada de lo que pasa aquí me deja fría y a menudo me hieren sus dolores, me perturban sus errores y comparto cada una de sus victorias. Tomo las palabras del Nobel chileno pues creo expresan a cabalidad lo que siento desde niña. Un sentimiento en la piel, pero también en el alma y en la mente: se aprende a amar a México en sus dulzuras y en sus asperezas. Así he aprendido yo: cantándolo y sufriéndolo, como dice el poeta.

Un amor aprendido sin duda. Porque nadie nace amando su patria, eso se aprende, se cultiva como todo amor. En mi caso, fueron mis padres los primeros maestros de ese sentimiento. Libros, viajes, días de campo, ceremonias cívicas, conversaciones en familia. El aroma del maíz recién cocido a una orilla de la carretera, los vivos colores de las miles de flores silvestres contempladas en los valles nacionales, los mercados fascinantes y diversos, las pirámides monumentales y misteriosas, los rostros de nuestra gente, las miradas, las sonrisas, las lágrimas. Todo eso y más fue mi sustento cotidiano de amor patrio. 

Y luego fue la escuela, mis maestros que hablaban de la patria con profundo respeto afirmando identidades, pertenencia, orgullo. Los poemas que aprendí de memoria y declamé con fervor infantil en un patio de escuela rodeado de históricos murales: "México creo en ti porque escribes tu nombre con la X que algo tiene de cruz y de calvario". De esos calvarios me vine enterando mientras crecía, más cuando aprendí en el estudio de la historia, de las tormentas, las heridas y los problemas nacionales; cuando grandes historiadores me enseñaron con la crítica a tener otra noción de patria, a dolerme con las guerras fratricidas, con la corrupción, la insidia, la ambición. Pero nunca he dejado de amar la patria. 

Conocer la historia para más amar la patria. No para desconocer las flaquezas de los héroes, ni para esgrimir nacionalismos dañinos, como diría el gran historiador Edmundo O Gorman. Amarla como es y como ha sido: "una historia de atrevidos vuelos y siempre en vilo como nuestros amores". En vilo. Porque ninguna patria es paraíso. En vilo, porque hay pobreza, desigualdad, depredación, violencia, diferencia e indiferencia. Problemas que requieren amor y también la urgencia de decir "nosotros". 

Pienso la patria y el amor que inspira, después de escuchar las palabras de alguien quien nacido acá, decidió partir y establecer su casa en el país vecino: México es un país de ladrones, dijo, de gente mediocre y sin valores. Por eso quiso que sus hijos nacieran y estudiaran allá. Para evitarles la pena, dice. Para formarles de otra manera. Y lo ha logrado. Sus hijos apenas hablan español, no conocen ni les interesa nada que huela a México. Pero siguen viviendo de sus propiedades mexicanas, de sus heredados ranchos y otras empresas en la franja fronteriza mexicana Su padre era patriota, dice, cantaba orgulloso el Himno a Tamaulipas, pero enfatiza: esos eran otros tiempos: "Ahora tal vez estamos desarraigados, pero vivimos bien".

"Desarraigados", lo escucho decir. Sin raíz que los sostenga, sin identidad, ni pertenencia. No parecen ser de aquí ni de allá, porque reniegan de este país y aquel  no termina de recibirlos bien. Pese a tener buenas cuentas de banco, estudiar allá y vivir el estilo. Tal vez haya muchos en su circunstancia, gente quien por diversas razones emigró y viven "bien" en el país vecino. Pero duele mucho escucharlos hablar mal de México, más cuando sus ganancias salen de acá. Desarraigados. Interesados en el precio del dólar, en su capacidad de consumo, en los nombres y la clase socioeconómica; pero ajenos al acorde de una jarana, al verso de un huapango, al aroma de las chochas, al alma de un pueblo.

Tema complejo y con muchos matices. Porque hay de migrantes a migrantes y aunque casi todos se van buscando bienestar, no todos se dicen desarraigados. Quienes se van por puritita necesidad y quienes se van buscando status, aun cuando admitan que allá no son tratados como acá. Por eso muchos viven a medias entre ambos países y otros quieren volver. Buscando el calor de nuestra cultura,  la calidez y el reconocimiento. Me lo dijo Enrique hace unos días, quien vive allá hace 30 años y siempre arraigado a su país natal, hace planes para volver,

Mientras escribo, pienso en mis amados que también son mi patria y creo, aun en tiempos globalizados: el amor a la patria es necesario. Nadie que bien ama a su patria podría dañarla. Eso creo. ¿Usted qué piensa?