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De rascacielos a enjambres

El siguiente paso fue aumentar el tamaño de los edificios y dedicar los lugares preferentes a la élite, dejando al resto para quien pudiera pagarlo, aunque no tuviera blasones

Enormes extensiones de tierra agreste se observan por los cuatro confines del planeta, mientras las grandes metrópolis, las ciudades medias y las poblaciones pequeñas presentan un irresponsable abigarramiento de seres humanos que padecen una larga serie de problemas de muy diversas tesitura; pero, especialmente de salud. La carencia de servicios básicos en la mayoría de las urbes y aldeas de cualquier país, es el resultado de la acumulación de carencias y necesidades que nada más se soslayan.

La mercadotecnia, conjunto de técnicas y estrategias que tienen como objetivo busca nuevas formas de aumentar la demanda de un producto dentro del mercado, llevó a las clases altas de Nueva York a vivir en edificios de departamentos que fueron convertidos en suites lujosas con servicio de hotel, en la que los inquilinos no tenían más que manifestar sus deseos para que fueran cumplidos por un ejército de servidores profesionales debidamente entrenados. Eso la convirtió en la Ciudad de los Rascacielos.

De rascacielos a enjambres

El siguiente paso fue aumentar el tamaño de los edificios y dedicar los lugares preferentes a la élite, dejando al resto para quien pudiera pagarlo, aunque no tuviera blasones. Desde luego, había ciertas distinciones en cuanto a los sitios comunes de convivencia, los accesos y el servicio. Se inventaron los clubes de condóminos, para que cada quien pudiera asistir al lugar que le correspondía, sin perturbar a los otros. De cualquier manera, por su ubicación, eran lugares preferentes reservados para muy pocos.

Como los servicios debían ser de primera, se requería de una cantidad considerable de personal bien entrenado, con salarios arriba del promedio, que debían estar prestos y puntuales para atender las tareas de mantenimiento y limpieza del edificio, de las necesidades de los inquilinos y cualquier prestación inherente. Por tanto, se construyeron nuevos conjuntos habitacionales de gran capacidad, en los que se alojaron los administradores, jefes, capataces, empleados, trabajadores, obreros, peones y mozos; pero, ya sin lujos y con espacios muy reducidos. Dos mundos muy diferentes habitando en espacios contiguos.

En México se copió la idea y los primeros conjuntos habitacionales fueron edificio de varios pisos en zonas próximas a los centros laborales, comerciales o recreativos; pero, desde la modificación del Artículo 27 constitucional que permitió la privatización de la propiedad social, los ejidos, comprados a precios de ganga, se han convertido en condominios horizontales, construidos en los lugares más insólitos, en los que sus habitantes demandan servicios urbanos y reclaman derechos que la Constitución les reconoce.

No pueden los gobiernos atender la problemática urbana; sin embargo, cada día se autoriza la creación de nuevos asentamientos irregulares en sitios absurdos. Las aguas de alcantarilla, con grandes tiburones, se observan por doquier, dejando un terrible hedor que cuando se secan son llevados al interior de las viviendas en las suela de los zapatos o por efectos del aire. Y, ni quien se inmute. Los que ya están, no tienen forma de escapar y los que van llegando son tan escépticos que no creen que algo así pueda ocurrir.

La pandemia ha venido a magnificar la situación: los dueños de las suites lujosas en los rascacielos neoyorkinos no necesitan salir a la calle para tener a la mano todo lo que requieren, incluyendo las piscinas climatizadas, los asoleaderos, los saunas, los bares y restaurantes de postín. No hay nada que les pueda quitar el sueño o el apetito, porque su dinero, invertido en países del Tercer Mundo, aumenta. No así los tercermundistas, que no han podido dejar de trabajar porque persisten en la idea de comer.

No hay fondos para llevar el agua potable a las nuevas colonias ubicadas alláaaaa; tampoco para poner remedio a la fuga de aguas negras. Por tanto, la salud de sus habitantes está en grave riesgo, con el agravante de que tampoco habrá dinero para proporcionarles asistencia médica. Con la pandemia, los vicios ocultos han salido a la luz pública; ya no es posible tapar el sol con un dedo, menos si está sucio.

Según el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, ONU-Habitat, se estima que, al menos, 38.4 % de la población de México habita en una vivienda no adecuada; es decir, en condiciones de hacinamiento, o hecha sin materiales duraderos, o que carece de servicios mejorados de agua o saneamiento. Estas estimaciones no reflejan con suficiente claridad los problemas que ha venido a alumbrar la crisis sanitaria del Covid 19. No contempla, por ejemplo, los derrames de aguas negras.

Ese fenómeno que es el pie para que aparezcan nuevos y más severos padecimientos en las ciudades.