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Amor con amor se paga

Los tiempos difíciles extraen del ser humano sus mejores y sus peores cualidades

Los tiempos difíciles extraen del ser humano sus mejores y sus peores cualidades. Casi poética fue la escena del pequeño de dos años que fue corriendo a traer de la mano a su madre para que consolara a otro niño que lloraba, aun cuando su propia mama estaba presente. Dramática y cruel, en cambio, fue aquella del villano que destrozó la cabeza de un automovilista que sufrió un accidente y salió de su unidad para pedir auxilio, a fin de poder dar rienda suelta a la rapiña.

Ante la crisis inducida, unos países han adoptado fuertes medidas para paliar los efectos en la población y han reforzado las instituciones de salubridad y asistencia, así como los sistemas de protección al empleo, de tal manera que los más vulnerables puedan resistir los estragos del caos. Otros, por el contrario, han seguido el socorrido camino de proteger a las grandes empresas para que las estratosféricas utilidades de socios e inversionistas no sean mermadas.

Amor con amor se paga

A ras de suelo, cómo olvidar la crueldad de las empresas que durante la crisis del 2008, que quizá fue un aviso, largaron a sus empleados sin ninguna consideración y, lo que es peor, en contubernio con autoridades y sindicatos, sin las indemnizaciones que estaban contempladas tanto en la ley como en los contratos colectivos. Pasado el temporal los llamaron de nuevo; pero, ahora ofreciendo menos salarios, sin prestaciones y con horarios extendidos. ¡Pues, no!

Típico es el caso de una señora entrevistada por la radio que dijo que ni loca volvería, pues cuando la despidieron se puso a hacer tamales y le ha ido tan bien que ahora no se da a basto para atender tantos pedidos que le hacen sus clientes de la colonia donde vive. Todo fue perderle el miedo para volver a ser dueña de su propio destino y no depender de la mezquindad de los empresarios que no se tientan el corazón para quitar a los niños la comida de la boca.

Bueno es aclarar que se habla de los inversionistas adoradores del becerro de oro, no de los pequeños empresarios que se la juegan cotidianamente, y más ahora, para mantener a flote sus negocios y para crear fuentes de empleo. Esos para quienes el obrero es don Juan o don Pedro y no un objeto desechable que se usa y se tira como cosa inservible. Esos que se han llenado de ampollas las manos y conocen bien el cansancio sobre sus castigados omoplatos.

Muchos de los grandes negocios, de las grande empresas, se han forjado con el esfuerzo conjunto de inversionistas, ejecutivos y trabajadores, que han aguantado juntos, y juntos han salido adelante. Icónicos son los casos de Rockefeller y Ford. Ambos, en pleno crack del 29, en lugar de parar la construcción del ambicioso proyecto del Rockefeller Center, una auténtica maravilla del mundo moderno, o de la producción de autos de bajo costo y alto rendimiento, le dieron para adelante, duplicando el salario de sus trabajadores a costa de su bolsillo personal.

Los resultados fueron magníficos y han quedado en la historia del planeta como ejemplo de personajes que conjugaron su talento para los negocios con el sentido humano de la vida. Caso muy contrario el de los banqueros que se han hinchado los bolsillos con las transas ahijadas por los gobiernos ineptos y corruptos que ‘nacionalizaron’ la banca para ponerla a disposición de víboras prietas y sabandijas que las saquearon a placer, hasta tronarla para que fuera rescatada con dinero público y luego vendida a bancos extranjeros metidos en el juego.

Ahora, de lo que se trata es de que los empresarios asuman los costos de la crisis y apoyen a sus trabajadores evitando despidos o recorte de sueldos y prestaciones, y juntos puedan ver el amanecer de una nueva época. No es mucho pedir y los resultados serán mejores que al revés.

En unos meses, cuando se aquieten las aguas revueltas, quienes conservaron a su personal podrán hacer frente a las elevadas demandas que se esperan. Los que optaron por los despidos, andarán buscando gente y no la hallarán. Lloraran quizá su mezquindad y mal corazón, porque, amor con amor se paga.