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Se habla mucho de paz y amor en la época de Navidad, año con año. Los saludos y abrazos, así como las felicitaciones no son iguales al resto del año, ya que el espíritu se impregna de ese sentimiento humano tan especial en esta temporada.

Pero ¿por qué es así? Si el ser humano, gregario por naturaleza y, por tanto, proclive a la sociabilidad, que implica amistad, fraternidad, solidaridad, todos los días, no solamente hacia el fin de cada año.

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Es temporada de vacaciones, cuando hay oportunidad de visitar a los seres queridos, intercambiar regalos, compartir la tradicional cena navideña o de fin de año, acercarse a familiares o amistades o, por lo menos, si no es posible esto, intercambiar mensajes o llamadas por teléfono.

Se trata de un alto en el camino, en el viaje de la vida, para hacer lo que no es factible por el trabajo cotidiano, por las prisas diarias, el estudio, los quehaceres hogareños y tantas otras actividades del día a día.

También es ocasión para reflexionar, dirigir una mirada hacia el interior de uno mismo, pensar en quiénes somos y a dónde vamos, qué hemos hecho o dejado de hacer y, sobre todo, si ya omitimos algo o a alguien, corregir y atender lo que se podría hacer en el futuro.

Se supone que la idea es mejorar, crecer en todos los aspectos, como persona, trabajador, empleado, profesionista, técnico, funcionario público, mujer u hombre dedicado a cualquier religión, etc.

Y aquí es donde llama poderosamente la atención la preocupante situación que vive nuestro país y gran parte de las naciones del mundo entero: la violencia y la criminalidad.

Ya nadie está seguro y tranquilo ni en su propio hogar, ya no digamos en la vía pública.

Empero, la violencia no solamente se concreta a la consumación de asesinatos, asaltos, latrocinios, violaciones, sino también atropellos y abusos, que van desde un simple paso de alto en un crucero, que toma por sorpresa al conductor precavido y que en algunas ocasiones origina lamentables accidentes fatales, desmanes e injusticias en algunos centros de trabajo, etc.

Se habla mucho de la pérdida de valores y principios morales, de la mala educación, ésta que solamente se inicia y depende mucho del hogar, de la familia, si bien es en la escuela donde se aprenden los conocimientos que, aunados a la primera, contribuyen a la formación integral de las personas de bien.

Sin embargo, la esperanza nunca debe perderse. Mientras haya padres conscientes de su responsabilidad, que sepan educar a sus hijos, pendientes siempre de ellos, hasta su mayoría de edad y, a veces, aún después; maestros que enseñen con el ejemplo, autoridades que cumplan real y verdaderamente con su elemental deber, que para eso fueron elegidos, nuestra nación y el mundo entero serán mejores en todos los aspectos.

Y que esto no sean solamente buenas intenciones, sino verdades absolutas.

Entonces sí serán unas Navidades llenas de Paz y Amor.