Columnas > ERNESTO SALAYANDIA GARCÍA

Narrativa de una manera inútil y mediocre de vivir

Los viejos moldes

El adicto a la marihuana, al cristal, al sexo, a la pornografía, al alcohol, a la comida, a las pastillas, a las personas, al juego, a las mentiras, a matar, al engaño, el adicto en general, no se recupera por arte de magia, no es un resfriado, se trata de una enfermedad sumamente compleja, hay quienes se fijan buenos propósitos para el año y no pueden cumplir.- Bajar de peso, dejar las pastillas, dejar de tomar, dejar la droga, dejar una relación toxica, en fin, son muy contadas las personas que logran cumplir sus objetivos, la mayoría no sale del pantano porque no rompen con los viejos moldes, no pueden o no quieren, hace un par de semanas, conocí a Agustín, 49 años,  un adicto que consume 300 pesos de cristal inhalado, pudo llorar y llorar por las secuelas que el consumo le ha provocado, como sus delirios de persecución.- Me estoy volviendo loco.- Le di una serie de sugerencias para bajar la ansiedad, le recomendé que fuera a una sesión diaria  un grupo de 24 horas de Alcohólicos Anónimos, le di todo un manual para la desintoxicación y le regale mi libro, La Saliva del Diablo, el buen amigo, no regreso a mi estudio, su adicción, es de vida o muerte, son pensamientos patológicos, psicóticos, recurrentes, están poniendo en riesgo su vida y la de sus familiares, es de alto peligro, el regalo que me da Agustín, es recordarme de dónde vengo, de mis delirios y de mis perdidas, llegue a pesar menos de 50 kilos, una vez, mi mujer me llevo a ver un medio internista en la Clínica del Centro, en la ciudad de Chihuahua, ella iba embarazada de mi hijo Gabriel que ahora tiene 24 años, cuando el doctor me vio, le pidió a mi mujer que pasara al privado, yo me quede en la recepción y le dijo a mi mujer.- Señora, no se espante, su marido tiene SIDA.- Así me vio el galeno, todo fregado, mi aspecto físico, no era para menos, mi esposa entro en show, el diagnóstico fue por demás impactante, me reprocho con llanto, fuera, dolor y miedo, la corrí del consultorio y desde la ventana, la veía llorando como loca en la calle, junto con una de mis hermanas que nos había acompañado, ella estaba incontrolable  por el impactante diagnóstico, Gracias a Dios no tengo SIDA, ni ella, ni mi hijo Gabos, pero esa era la fotografía que el doctor había interpretado  y de una manera sumamente irresponsable le había dicho a mi mujer.- 

Narrativa de una manera inútil y mediocre de vivir