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El sistema nos odia

Cuando en México hacemos alusión al sistema es generalmente para expresar resignación ante una fuerza mayor e incomprensible. “Se nos cayó el sistema”. Anónimo

Cuando en México hacemos alusión al sistema es generalmente para expresar resignación ante una fuerza mayor e incomprensible.

“Se nos cayó el sistema”. Anónimo

El sistema nos odia

Varias experiencias recientes me obligan a llegar a la conclusión de la existencia de una fuerza oculta, pero omnipresente en México reconocida por el cúmulo de la sociedad bajo el nombre de “el sistema”. Intentar realizar una recarga de teléfono en una tienda de autoservicio, pedir el código de internet inalámbrico en un establecimiento o incluso crear un movimiento social, conduce irremediablemente a la constatación de la existencia de un ente ambiguo al que nos referimos como “sistema”. ¿De dónde viene nuestra obsesión con este concepto? 

Nombrar las cosas nos permite apropiárnoslas; traspasarlas del campo de lo desconocido —y peligroso— al de la posesión y el dominio. Nombrar algo es domesticarlo. A finales de la década de los sesentas con la irrupción de la revolución digital, surgió una nueva forma de entender al mundo a través de organizaciones y redes. Fue en esa década que el biólogo austriaco Ludwig Von Bertalanffy notó un crecimiento exponencial en el uso de la palabra “sistema” e intentó construir una teoría general en torno a él. 

Sin embargo, fuera del rigor de la academia, el término se popularizó como una forma elocuente de definir lo incomprensible. Ante el advenimiento de un flujo abrumador de avances tecnológicos, “el sistema” sintetizó en un concepto todo el universo de las redes digitales y físicas. Por ello se convirtió en una forma rimbombante y pretenciosa de la ambigüedad. A los mercadólogos la moda no les pasó inadvertida, pronto surgieron carreras universitarias y trabajos en “sistemas”. La rama adquirió el prestigio prematuro de lo que se desconoce, pero parece complejo. Nadie sabe qué es, pero suena impresionante. 

La idiosincrasia mexicana fue rápida en adoptar el concepto. En el país que André Breton llamó “el lugar surrealista por excelencia” la palabra “sistema” se transformó en una forma de nombrar redes que no entendemos del todo, pero sospechamos algo tiene que ver con nuestras desgracias. En México el “sistema” se convirtió en la maraña digital o humana que debería crearnos facilidades, pero que en realidad nos entorpece. 

El concepto, además, cumple una función social importante: la excusa o la auto-justificación. El “sistema” se contrapone al “yo” como una noción negativa y cegadora que nos impide realizarnos. “Lo haría, pero el sistema no me lo permite” o “No se puede porque se cayó el sistema”. “El sistema” se resiste a la voluntad heroica, generosa y positiva del “yo”. Si no fuera por él, todo en México marcharía a la perfección. En política “el sistema nos reprime”, en deportes “el sistema falla”, en la democracia “el sistema se cae”, en los comercios “el sistema no nos los permite” y en los Oxxos el sistema siempre está caído. 

El filósofo Bruno Latour sugiere que los seres humanos tendemos a olvidar que los sistemas suelen poseer redes mucho más extensas y complejas de lo que creemos. Algunas veces los sistemas que asumimos no son ajenos; en realidad nos incluyen. Para explicarlo Latour usa el ejemplo del trasbordador Columbia. Cuando el Columbia cayó en 2002 no fue por una falla técnica sino por una burocrática. “Uno pensaba que el transbordador Columbia era un objeto listo para volar y de pronto, tras la dramática explosión de 2002, uno se da cuenta que necesitaba a la NASA y su complejo sistema organizacional para volar seguro en el aire… la acción de volar este objeto ha sido redistribuida a través de una red compuesta en la cual las rutinas burocráticas son tan importantes como las ecuaciones y la resistencia del material”. 

Cuando en México hacemos alusión al sistema es generalmente para expresar resignación ante una fuerza mayor e incomprensible. El “sistema” es el mal necesario que nos permite el confort de no tener que ser exitosos sin tampoco parecer apáticos. Pero al invocarlo con tanta vehemencia acabamos inconscientemente formando parte de él y el problema del sistema se vuelve un círculo vicioso. Si el sistema nunca funciona ¿por qué nadie lo repara? Porque quienes lo podrían reparar creen que no son parte de él. Esa es la gran tragedia del sistema mexicano, vemos las naves y los transbordadores explotar alrededor de nosotros, pero nunca relacionamos nuestras acciones con ello. 

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