Concentrar el poder para cambiar un régimen
En sus respuestas aborda, entre otros temas, la concentración del poder del actual mandatario
Ciudad de México.
Si el presidente Andrés Manuel López Obrador pretende un cambio de régimen político, es necesario que concentre el poder y centralice las decisiones clave, pues detonar una transformación social sustantiva y desmontar un sistema de privilegios para una élite corrupta sólo puede realizarse desde la restauración de un presidencialismo fuerte, sostiene el historiador y analista Lorenzo Meyer.
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Ahora bien, aclara: “Hay de presidencialismos a presidencialismos. No es lo mismo uno autoritario en un sistema concentrador de privilegios –como el de Miguel Alemán o el de Carlos Salinas de Gortari–, que el actual, afincado en una base electoral amplia y real, a la que se movilizó hacia las urnas en pos de un proyecto colectivo que implicaría rupturas con el pasado”.
En el contexto del segundo año de gobierno de López Obrador, Meyer, doctor en historia y relaciones internacionales y profesor emérito de El Colegio de México, contestó por escrito un cuestionario que le envió Proceso.
En sus respuestas aborda, entre otros temas, la concentración del poder del actual mandatario, su estilo sui géneris de gobernar, su “estrecha relación” con las Fuerzas Armadas y el “logro” diplomático de haber evitado un choque frontal con el presidente estadunidense, Donald Trump.
–Después de dos años de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, ¿México vive un cambio de régimen o un cambio de gobierno con un Ejecutivo que tiene mayoría en el Congreso?
–Eso no se puede responder cabalmente ahora. México vive una coyuntura crítica en materia política, pero aún es imposible predecir si efectivamente el desenlace será o no un cambio de régimen que, en todo caso, es uno de los procesos políticos más difíciles de llevar a cabo en cualquier época y circunstancia.
–¿Cómo se entiende ese cambio con la centralización del Ejecutivo en la toma de decisiones?
–Históricamente todo cambio de régimen político –y eso es efectivamente lo que pretende llevar a cabo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador– implica un mayor grado de concentración del poder y centralización de las decisiones políticas clave.
–¿Existe la tendencia a la restauración de un presidencialismo fuerte?
–Sí, pero hay de presidencialismo a presidencialismos. No se pretende, hasta donde entiendo, restaurar presidencialismos fuertes al estilo de Miguel Alemán, Gustavo Díaz Ordaz o Carlos Salinas. Un presidencialismo autoritario en un sistema concentrador de privilegios en una élite del poder.
“El presidencialismo actual tiene una base electoral amplia y real, a la que se movilizó hacia las urnas anunciándole que el propósito final era detonar un cambio social sustantivo, un proyecto colectivo que implicaría rupturas con el pasado. Y ese tipo de ruptura no lo puede llevar a cabo una presidencia débil.”
–¿Qué logros destaca de estos dos años?
–Por un lado, los primeros efectos de un esfuerzo contra la enorme, a veces increíble, corrupción que caracterizó a México desde tiempo atrás, pero, sobre todo, en las últimas décadas.
“Por el otro, el esfuerzo de avanzar en un empeño que, igual que el anterior, sólo se logrará en un tiempo largo, y eso suponiendo que tenga continuidad: el hacer sentir a los grupos socialmente menos favorecidos y demográficamente mayoritarios que el gobierno no es un aparato ajeno, sino uno que realmente es suyo y representa sus intereses.”
–¿Cómo valora la actuación de los poderes Legislativo y Judicial en este periodo de gobierno?
–Les falta mucho para estar a la altura de la coyuntura histórica, tanto al partido del presidente como a los de oposición. El Poder Judicial sí se ha renovado en su cúpula, pero no es gratuita la desconfianza popular respecto del sistema de justicia en su conjunto.
–¿Hay bases para pensar que vivimos un gobierno de izquierda en lo social y conservador en lo económico?
–Por ahora sí. Los intereses económicos creados, los de la derecha, son muy fuertes y como no se intenta, porque no se puede ni se quiere, dar forma a una alternativa al sistema capitalista, pues entonces no se puede prescindir de los capitalistas, ni siquiera del T-MEC, que une a la parte moderna de la economía mexicana a lo que es el centro del capitalismo: la economía norteamericana.
–¿Es correcto hablar de un nuevo populismo a partir de sus programas de Bienestar?
–No hay una definición de populismo universalmente aceptada, pero en general el concepto de “populismo de izquierda”, también lo hay de derecha, implica movilizar políticamente a sectores amplios de las clases subordinadas e históricamente con poca representación, no para proceder a la abolición del sistema capitalista, sino para algo más modesto, más factible: moderar la brutalidad social propia del mercado.
“Se trata de enfrentar con apoyo popular y desde el gobierno a una élite muy excluyente, a una oligarquía montada sobre una estructura de poder claramente percibida como corrupta y extractiva en exceso, y que se ha convertido ya en un obstáculo a un desarrollo económico y social que distribuya de manera más equitativa las cargas y las recompensas de los esfuerzos colectivos y que dé sentido al concepto de nación.”
–¿Cómo caracteriza el estilo de gobernar del presidente Andrés Manuel López Obrador?
–Es el estilo de un político sui géneris, que desde que abandonó al PRI de Tabasco en 1983 y empezó a construirse una carrera como líder político opositor, incluso a contracorriente dentro de la oposición, recorriendo varias veces todos los municipios del país y a ras del suelo social, proponiendo una transformación no revolucionaria, pacífica, en un país dominado por el autoritarismo. Como esa biografía política no la tiene ninguno de los líderes en el gobierno o fuera del gobierno, el estilo de gobernar del presidente es, en efecto, muy personal.
–¿La revocación del mandato y la consulta popular contribuyen o afectan la estabilidad política del país?
–En principio, la revocación del mandato es una manera inédita de intentar la renovación de ese mandato que se consiguió de forma tan contundente en 2018. Hay en ello un riesgo, y no menor, para el gobierno y para el sistema político en su conjunto: si el proceso no se realiza de manera creíble o si el resultado es negativo para el presidente, México sí puede entrar en un periodo de turbulencia política.
“Por otro lado, tratar de mantener seis años un proyecto de cambio político que perdió su base de apoyo –un proyecto fallido– y sostenido sólo por la inercia, también abre la puerta a la inestabilidad.”
–¿Cómo explica la estrecha relación del presidente con las Fuerzas Armadas, en particular con el Ejército? ¿Es adecuada para la democracia?
–México está, en este aspecto, en una situación muy peculiar. El grueso de los ejércitos, desde aquellos de las grandes potencias hasta países muy pequeños y militarmente débiles, se forman y preparan en función de un enfrentamiento con otra fuerza armada profesional.
“Sin embargo, en el caso mexicano esto es prácticamente un imposible, pues la única amenaza externa real es Estados Unidos, y frente a esa potencia la defensa militar no tiene sentido. El último combate del Ejército mexicano con tropas extranjeras fue breve y tuvo lugar en El Carrizal, en 1916. Desde entonces, y hasta ahora, la función central de las Fuerzas Armadas en México tiene que ver con el orden interno y la defensa del régimen frente a sus adversarios.