Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

Concha Pacheco y su tamarindo

Cuando estaba en primero de primaria, estaba un día sentado en el patio a la hora del recreo, faltaban pocos minutos para que sonara el timbre para regresar a clases.

De repente llega corriendo Concha Pacheco, una niña unos dos años mayor que yo y me dice "¿me cuidas mi tamarindo?", me da una bolsita con la golosina y sale corriendo para el baño. A los pocos minutos sonó el timbre, yo volteaba a ver si Concha regresaba por su tamarindo pero no, así que me fui a mi salón de clases. El resto del turno estuve con dos deditos sosteniendo la bolsita para que no se derramara la pulpa del tamarindo.

Concha Pacheco y su tamarindo

Yo me iba a mi casa en el transporte escolar, así que mientras hacía fila para subir al camión volteaba y volteaba esperando ver aparecer a Concha Pacheco pero nada. Ahí voy por todo el camino sosteniendo la bolsita con mis dos deditos. ¿Ustedes se imaginan la tremenda tentación que eso representaba para un niño de 6 años?

A medio camino volteo a ver la bolsita y pienso "yo creo que si me como una bolita de tamarindo Concha Pacheco no lo va a notar". Y zás, pa´ dentro la bolita de tamarindo (obviamente escupí la semilla). Más adelante dije "pues una no es ninguna" y pa´ dentro la segunda bolita. Más adelante mi lógica infantil me dijo "yo creo que Concha Pacheco ya no quería el tamarindo, si no, hubiera venido por él". Y seguí empacando. Para no hacerles el cuento largo, la última bolita de tamarindo me la comí de postre y sin remordimientos después de la comida, seguro de que Concha Pacheco ya ni se acordaba de su tamarindo. Pero anda vete, no contaba yo con que la multicitada niñita vivía cerca de mi casa.

Amarga experiencia

Ese mismo día, más tarde, estaba en mi cuarto muy tranquilo haciendo mi tarea. De pronto escucho unos pasitos que subían la escalera hacia el departamento donde vivíamos. Tocan a la puerta, va mi mamá a abrir y escucho la última voz que yo quería escuchar: la de Concha Pacheco. Se me erizaron los vellos hasta de donde no sabía que tenía.

Momentos después entra mi mamá a mi cuarto y me dice "ahí está una niña que dice que viene por un tamarindo que te pidió que le cuidaras". Acto seguido, a mí me dieron unas ganas tremendas de ir al baño, no sé si por nervios, para tratar de evadir la situación o por tanto tamarindo que me había tragado.

El colofón de esta trágico – cómica experiencia es que mi mamá le tuvo que pagar a Concha Pacheco el tostón (50 centavos) que le había costado su dichoso tamarindo y yo, además de quedar con un oneroso cargo de conciencia, aprendí – ciertamente, a la mala – la importancia de no agarrar lo que no es mío.

Y sobre ese punto quisiera ahora reflexionar un poco.

No lo hagan

Carlos Kasuga, fundador de la empresa Yakult, comentaba en un video que él le insistía mucho a sus trabajadores la importancia de la honestidad y les mencionaba este ejemplo: "si tú vas caminando por el pasillo de la oficina y te encuentras en el piso una pluma que no es tuya, es de alguien; si llegas a la cocineta y ahí te encuentras una calculadora que no es tuya, es de alguien; y si en una fiesta te encuentras una señora que no es tuya, pues es de alguien."

El problema surge cuando nuestro cerebrito, como me ocurrió a mí en aquella ocasión, empieza a racionalizar, que es ese proceso en el que, ante un proceder inadecuado, tratamos de encontrar argumentos para convencernos a nosotros mismos de que lo que estamos haciendo no está tan mal. "Nadie lo va a notar", "la empresa no lo necesita", "realmente lo necesito", o la clásica, cuando andan ahí tratando de pegar su chicle donde no deben, "es que mi esposa no me entiende como ella". Pero no, lo que está mal, está mal, independientemente de racionalizaciones, por muy justificables que parezcan. Y recordemos que todos nuestros actos tienen consecuencias.

Así que, Concha Pacheco, dos cosas: Número uno, perdón por haberme comido tu tamarindo (todavía me remuerde la conciencia). Y número dos, muchas gracias por enseñarme la importancia de no agarrar lo que no me pertenece.

Y si ustedes, amigos, alguna vez están ante una tentación así y están a punto de ceder, no lo hagan. Tarde o temprano puede llegar Concha Pacheco hasta su casa, y créanme, la van a pasar muy mal.