Tijuana negra
Son apenas 10 calles las que cruza la avenida Coahuila, pero en ese limitado territorio se finca una buena parte de la leyenda de la Tijuana negra: ahí se encuentra sexo, droga y alcohol. Hace casi 90 años, vender droga era legal, hasta que el gobierno mexicano dijo "no más" y nació el crimen organizado, el mismo que en el siglo XXI se encarga del tráfico de drogas y la trata de personas en la zona norte, la zona de tolerancia, cuya arteria central es la Coahuila, el verdadero corazón de Tijuana.
Es probable que Tijuana sea la frontera más boyante del planeta.
Finalmente es uno de los extremos del corredor más rico de Norteamérica, donde se alinean San Diego, Los Ángeles y San Francisco.
Nueve décadas atrás esto era apenas un ejido, pero la era de la prohibición en Estados Unidos cambió su destino, duplicando su población cada 10 años, un ritmo equiparable sólo al registrado por Ciudad Juárez, el otro municipio fronterizo que acusó el impacto de la Ley Volstead.
La Tijuana de hoy es cuna de una de las revoluciones culturales más reseñadas de occidente.
Sin embargo, todo ello no ha bastado para sacudirse el estigma adquirido gracias a su zona norte, en donde La Coahuila es la parte medular.
"Hablar de la Coahuila es hablar de una calle que ha traspasado la importancia histórica -dice Gabriel Rivera Delgado, coordinador del Archivo Histórico de Tijuana-.
En el imaginario local es una calle de bares, cantinas y prostíbulos, y así ha trascendido también en el imaginario de películas y reportajes que han hecho de la zona norte reducto de lo malo, lo prohibido, todo lo cual va dejando una huella y una percepción de cómo es la ciudad.
Así que mucha gente piensa que Tijuana es el Adelita Bar, o que la Coahuila es la síntesis más precisa de lo que somos".
La fama de la calle, en efecto, es trascendental.
Los turistas y residentes que se atreven a ir -y lo hacen masivamente- parecen tocados por el don de la ubicuidad.
Saben perfectamente a dónde ir, a qué cantina, a qué prostíbulo, con cuál dealer.
Es la misma idea que provoca, para quien observa, la nutrida cantidad de migrantes que se confunden entre los compradores de sexo que entran y salen de los hoteles.
Aparecen de noche, en busca del pollero, como si conocieran su destino.
"Cuando hablas de la Coahuila, seas tijuanense o no -se resigna Gabriel Rivera-, ya sabes de qué se trata: es el foco rojo de las cantinas, de los prostíbulos, donde hay drogadicción y migrantes, aunque ya no tanto como antes de que construyeran el muro".
LA PROSTITUCIÓN
CON GUIÑO CHIC
El policía de la esquina ha dicho que las mujeres más guapas están en el Adelita ("Ahí sí valen lo que cobran").
Adentro, una mujer realiza su performance tomada del tubo: una secuencia de movimientos sin gracia y rostro inexpresivo que, sin embargo, enajena a la audiencia, concentrada en el vaivén del cuerpo semidesnudo.
Hay tantos clientes como bailarinas en oferta.
Cobran en dólares, 60 por 20 minutos, más otros 20 por el alquiler del cuarto que se localiza en una segunda planta.
Se supone -ellas juran- que nadie las explota.
No hay padrote de por medio.
Puede ser.
Lo que es cierto es que entre ellas y las mujeres que se venden en la calle hay diferencias.
La primera es que las de afuera provienen de Oaxaca, Puebla o Tlaxcala, no de Sonora, Sinaloa o Jalisco.
La segunda es el precio: de 60 dólares cae a 200 pesos por media hora.
En México la prostitución no es delito, pero sí el lenocinio.
Si en el Adelita existe pero no se ve, en las calles es más que evidente.
Pero nadie interfiere con el negocio.
La Coahuila corre a través de 10 calles, del río Tijuana hacia el poniente, a unos cuantos metros del muro fronterizo.
El terreno que ocupa es un bajío que antes de la Segunda Guerra Mundial se utilizaba para el cultivo de hortalizas.
El refuego de entonces estaba en la Revolución, hasta ahora la avenida más famosa de la ciudad.
Concluida la guerra, el centro se expandió hacia la zona de cultivos.
Fueron construidas viviendas para los nuevos migrantes, en su mayoría empleados de bares y cantinas del área, y hoteles de paso concebidos esencialmente para quienes buscaban cruzarse hacia California.
Y poco a poco, sin que nadie tenga registro preciso de ello, la pequeña manzana que comprende la Coahuila y su primer callejón, entre Constitución y Niños Héroes, fue consolidándose como el punto neurálgico de la venta carnal.
"Tan presente se tiene eso -cuenta el historiador Josué Beltrán para referir el efecto alegre que provoca la calle, como droga en el organismo- que la Coahuila se conoce popularmente como la Cagüila.
Está tan presente que uno de los burdeles de la zona se anuncia en espectaculares y hasta tiene su tienda de souvenirs, en donde se valen de iconos locales como el burro-cebra para potenciar sus ventas.
Y la gente lo acepta".
Se refiere al Adelita, cuya tienda se localiza en la esquina de Coahuila y Constitución y sus espectaculares pueden verse por cualquier carretera que da entrada y salida a Tijuana.
En el local venden afiches y camisetas con logos alterados de Starbucks o Sabritas con el nombre del bar.
La prostitución con guiño chic.
Pero desde sus ventanales, al otro lado de la calle, decenas de mujeres son dispuestas como mercancía sobre los muros de cada establecimiento comercial, sin más artificio que sus diminutos vestidos y maquillaje sobrecargado para disfrazarles edad.
El mundo avezado de la zona les colgó el calificativo descarnado de "las paraditas".
Son quienes cobran 200 pesos por 30 minutos de sexo forzado.
Del secuestro de jóvenes en estados del sur mexicano con propósitos de explotación sexual se ha escrito tanto que las instituciones encargadas de perseguir el delito caen en el fastidio más que en la preocupación.
Hasta ahora, Marisa Ugarte, directora del Corredor de Seguridad Binacional Tijuana-San Diego, una organización que durante dos décadas ha trabajado en el rescate y asesoramiento de víctimas de tráfico y explotación humana, sostiene que ninguna de las 5 mil células que operan el negocio en Baja California ha sido tocada por la autoridad.
Y si en un espacio público eso es tangible, es justo aquí, donde la policía municipal previene cualquier atentado en contra de la red de trata y distribución de droga, y nadie castiga la flagrancia del crimen.
ATMÓSFERA
CORRUPTA
Los alcaldes dejaron de lado la farsa de clausurar prostíbulos hace 40 años.
Pero ello ha suscitado un movimiento cada vez mayor de tijuanenses de alcurnia para censurar lo que allí ocurre.
O mejor dicho, para desligarse de la realidad existente en su zona roja.
Sobre ello escribió Josué Beltrán en su tesis doctoral.
"Me llegaron a comentar -dice sobre los personajes que entrevistó- que desde sus abuelos persiste la conseja de nunca ir a la Coahuila.
Y esa es una recomendación que ellos transmiten a sus hijos hoy en día.
Hasta los historiadores han llegado a hablar de una especie de 'Tijuana de los tijuanenses y el Tijuana de los turistas', como si fueran dos mundos, cuando en realidad es una sola ciudad, económica y políticamente hablando.
Al final los tijuanenses saben que esto existe, y tan lo saben que lo niegan.
Les da vergüenza".
No sólo a los tijuanenses de abolengo les provoca resquemor la atmósfera corrupta de la calle.
En julio de 2008, Jaime Martínez Veloz, actual director de la Comisión para el Diálogo con Pueblos Indígenas de México, hizo pública una carta en la que solicitaban al cabildo de Tijuana sustituir el nombre de Coahuila en esa zona donde cientos de descendientes de indígenas son forzadas a prostituirse.
Martínez era portavoz de un grupo de coahuilenses, como él, radicados en esa frontera.
"Coahuila contrasta notablemente con el estatus, actividad e historia de la calle que lleva este nombre en Tijuana", escribió.
"(.) Estoy convencido que esta preocupación de los coahuilenses radicados o visitantes en nuestra ciudad, no es un asunto menor.
Quienes queremos a Tijuana -al tiempo que respetamos nuestros orígenes y nuestros pueblos- compartimos el anhelo de disociar el nombre de Coahuila de las actividades que se desarrollan en la calle del mismo nombre".
No hubo respuesta positiva.
La solicitud se realizó a mitad del gobierno de Humberto Moreira en Coahuila, antes de conocerse el endeudamiento público que desató el mayor escándalo de corrupción en años recientes y mucho antes de que el estado mismo se convirtiera en escenario de ejecuciones extrajudiciales y de que células de la delincuencia organizada se atrevieran a asesinar a uno de los hijos del mismo ex gobernador.
La Coahuila, dijo bien el director del Archivo Histórico de Tijuana, es reflejo de nuestro tiempo.
"Es innegable -reflexiona Josué Beltrán sobre la calle y el ejercicio de corrupción y simulación que allí se concentra- que Tijuana es la ciudad que es debido a la actividad de las industrias que crecieron al calor de las prohibiciones, primero del alcohol y después de las drogas".
En Tijuana era permitida la venta de las drogas, su importación.
"Hablo de 1926.
Y, de pronto, el gobierno las prohíbe y nace el crimen organizado.
Los comerciantes le pedían al gobierno que les permitiera quedarse en el conductode la legalidad.
En el momento en el que les dicen 'no', se organizan para establecer un mundo ilegal.
Es lo que ha pasado con la prostitución.
Aunque no nos guste escucharlo, la ciudad creció gracias a la economía de esas actividades prohibitivas".
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