Temían militares a 'El Principito'
Durante la dictadura argentina se vivieron muchas prohibiciones en todos los ámbitos.
Pero existió un espacio inimaginable en el que hubo una vigilancia rígida: el de la literatura infantil.
Los militares se sentían en la obligación moral de preservar a la niñez de aquellos libros que -a su entender- ponían en cuestión valores sagrados como la familia, la religión o la patria.
Gran parte de ese control era ejercido a través de la escuela, tal como demuestran las instrucciones de la "Operación Claridad", ideadas para detectar y retirar bibliografía marxista e identificar a los docentes que aconsejaban libros considerados como subversivos.
"La literatura infanto-juvenil no es inocente. Los militares que firmaron los decretos de prohibición de circulación de esos textos los leyeron bien. Justamente porque sabían que los libros eran y son fabulosos vehículos de transmisión de ideologías, de pensamientos, valores y de libertad, es que los perseguían", comentó la periodista cultural Judith Gociol al periódico El Tiempo Argentino.
"No por descalificarlos sino porque, al contrario, los ponderaban en su justa medida. El microcosmos infantil era y es un terreno especialmente fértil", agregó.
Para conocer y reivindicar los libros prohibidos en esa época, se creó la muestra itinerante Libros que muerden, que se montó en el Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata, Buenos Aires.
La exhibición es organizada por el Grupo La Grieta, formado por expertos en lenguaje e investigadores que en 2006 comenzaron a construir un archivo de todo el material censurado.
Además, se publicó un libro con dicha investigación a cargo de la escritora y docente de la Universidad Nacional de La Plata, Gabriela Pesclevi, quien fue la curadora de la muestra.
"En 2006, a 30 años del golpe, decidimos reunir una colección de libros censurados. O, de manera más específica, reunir una constelación de textos que buscaban relevar la historia política pero también, el modo en que autores, editores e ilustradores establecieron vínculos resistentes. Esa colección se llamóLibros que muerden y de ahí salió ese libro", contó Pesclevi al diario argentino.
"Esta es una historia de la dictadura, de la infancias, de las literaturas, hecha con materiales heterogéneos. Es decir, relatos de lo censurado pero también, la resistencia a lo censurado, desde el autor a las editoriales. Tras conocer el proyecto, la Biblioteca decidió publicarlo porque es una historia de los escritores, de los lectores, de las editoriales pero también, una historia del presente", añadió al medio local Sebastián Scolnik, coordinador del área de publicaciones de la Biblioteca Nacional.
En la recopilación hay obras de autores internacionales como El Principito, de Saint-Exupéry; La niña que iluminó la noche, de Ray Bradbury, o Cuentos para chicos traviesos, del poeta francés Jacques Prevert.
En el caso de la obra de Saint-Exupéry, según explicó la escritora Ernestina Martínez Gravino a la BBC, lo prohibieron porque es una obra que relata las aventuras de un niño en busca de amigos, de la compañía de otras personas, lo cual iba en contra de los mecanismos específicos de control social utilizados por el Gobierno militar.
"Cuando El Principito se refiere a la libertad, lo hace a su favor y con un ejemplo en el que participa un dictador. Es decir, que cualquiera podría haber asociado al dictador turco con los dictadores argentinos", resaltó.
Pesclevi añadió al medio inglés que otra posible razón pudo haber sido que fue encontrado en muchas de las casas allanadas por los militares, debido a que fue un libro muy popular en los años 60 y principios de los 70, por lo que los militares pudieron haberlo asociado con los supuestos subversivos.
Respecto a la obra de Prévert, Cuentos para chicos traviesos, es una antología de cuentos en la que los animales padecen el atropello de los humanos.
Ellos denuncian el mundo de los cazadores, la petulancia y todas las formas de la ambición humana, incluyendo la esclavitud.
Al parecer, a los militares les incomodó que los animales evidencien la explotación que sufren por parte de los humanos y que se muestren como una fuerza contrapuesta a ese abuso.
Además, se llaman entre sí "camaradas", algo que aumentó su incomodidad.
Según Pesclevi, estos personajes desafían el orden y transgreden normas impuestas de la sociedad, lo cual era considerado subversivo.
También se censuró Érase una vez... el hombre, historieta de origen francés -basada en la serie de televisión animada del mismo nombre-, creada por Albert Barillé en 1978.
La serie explica la evolución humana y la historia del hombre desde un perfil científico, por ello incomodó a la Iglesia católica.
Los militares ordenaron a Argentina Televisora Color quitar la serie luego de que el Episcopado se quejara de que el programa había puesto en tela de juicio el concepto de la creación divina como origen del mundo.
Además de molestarles un capítulo en el que se denunciaba la contaminación ambiental.
En cuanto a la historieta gráfica, los militares hicieron colocar calcomanías de la agrupación española Los Parchís -muy popular en América Latina en esa época-, sobre una página de uno de los tomos que contenía una referencia a la Iglesia considerada ofensiva.
A parte de los autores conocidos internacionalmente, la investigación trata de reivindicar a autores argentinos como Alvaro Yunque, José Murillo, Javier Villafañe, Enrique Medina o Laura Devetach.
Pero también a ilustradores y editores que vieron mermado y marcado su trabajo.
"(Esto) es una reafirmación, una huella, una obstinación, una certeza de que es necesario insistir en que todo niño tiene derecho a comer y también tiene derecho a leer, a la fantasía irreverente, indispensable, imprescindible, inigualable, definitivamente, a una fantasía ilimitada" reza el texto introductorio en Libros que muerden escrito por la bibliotecaria e integrante del proyecto, Florencia Bossié.
Follow us: @elnortecom on Twitter