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Una mirada al pasado

Así eran los alumnos de la escuela primaria Miguel Hidalgo durante la primera mitad del siglo XX

MUCHACHOS jugando enfrente de la escuela Miguel Hidalgo por la calle Porfirio Díaz. A lado derecho de la fotografía se aprecia la barda de ladrillo y valla de madera de la escuela.Una mirada al pasado

Recientemente recolectamos algunos datos de alumnos que recibieron su educación primaria hace 70 a 87 años en la escuela primaria Miguel Hidalgo, reconocido plantel de Reynosa inaugurado en 1910.

Ángel “El Nene” González de los Santos Coy, Jorge “El Yorgo” Orfanos Faraklas, Juan Francisco Ríos Salinas y Arnoldo Gárate Chapa asistieron a esta escuela durante los años de las décadas de 1930 y 1940.

De sus memorias rescatamos algunos detalles sobre las vivencias estudiantiles de aquel austero Reynosa de la primera parte del siglo XX.

LA ENSEÑANZA QUE SE IMPARTÍA EN LA ÉPOCA

El edificio que se había construido desde el Centenario de la Independencia de México, estaba a unos cuantos metros hacia adentro de las calles Porfirio Díaz y Guerrero, en la esquina sur poniente. Los salones para los alumnos, para entonces, estaban colocados de tal forma que dibujaban una “u”. Dos salones se encontraban por el frente de la escuela y colindaban por el oriente con la calle Porfirio Díaz, donde se encontraba la entrada principal al plantel.

Por el lado sur de la propiedad se extendía hacia el poniente solamente un salón de clase, mientras que por la parte norte se extendían tres aulas donde se impartían los años avanzados. Las dos últimas, al fondo por la calle Guerrero, estaban separadas del resto del edificio por un pasillo. Enfrente de estas dos aulas se encontraba un piso de cemento que era utilizado como cancha de volibol o basquetbol. Esta se encontraba en el patio que formaba la “u” que hacían los salones. El patio de la escuela en su mayoría era de tierra.

Las aulas del edificio estaban construidas con muros de ladrillo y enjarradas con mortero, con techos y ventanales muy altos. Los techos era un entablado con piedra, los cuales eran enjarrados y preparados para que no se mojaran con las lluvias. Según documentos de tesorería del Archivo Histórico de Reynosa, durante el mantenimiento sus paredes eran pintadas de blanco con cal. Inicialmente, tanto el ladrillo como la cal eran productos sacados del propio entorno de Reynosa. El edificio era típico de la arquitectura ribereña de nuestra región. 

El Yorgo” cuenta que las ventanas se encontraban tan elevadas, que ellos de niños no podían ver hacia afuera del salón. También recordaba que nunca vio que los techos se mojaran en la escuela. Sabemos por fotografías de la época, que el perímetro del plantel estuvo delimitado por una cerca de madera con una malla de alambre. Posteriormente se le sustituyó con una barda de ladrillo, la cual tenía una valla de estacas de madera en la parte superior. 

Los servicios sanitarios se encontraban al fondo de la propiedad por el lado sur poniente, un tipo de letrina con varios agujeros. Concuerda el grupo de amigos que estas estructuras eran conocidas en esos tiempos como las casitas aquí en Reynosa. No existían los rollos de papel higiénico, tan sólo se colgaba en un gancho improvisado de cable o alambre pedazos cortados de papel estraza o de periódico. El papel estraza era utilizado para envolver mercancías en las tiendas, pues todavía no se utilizaban las bolsas de papel y menos las de plástico. Cuando se llenaba el pozo de la casita se le echaba cal y se tapaba con tierra. Entonces se abría otro agujero en la tierra y se le cambiaba de lugar dentro del mismo patio.

LOS ALUMNOS

El Yorgo” y “El Nene” estudiaron desde niños en las mismas aulas de la Hidalgo. Otro compañero inseparable era Rubén Leal. Ellos recuerdan en cuarto año a su profesor Antonio Hernández Huerta y al profesor Elías Robledo Pérez en el sexto año. Otros profesores a los que recuerdan fueron Vicente García Ortiz, Medardo Pérez, Leonor Reséndez, Miguel de Luna y una maestra de apellido Munguía. 

Don Juan F. Ríos Salinas cursó sus estudios de primaria en la escuela Miguel Hidalgo, entre los años de 1937 y 1943. Don Juan recuerda que su profesor de sexto año fue don Agapito Cepeda, quien cumplía también el trabajo de director en esta escuela. El profesor enseñaba en el salón de la esquina, que quedaba por la parte norte de la escuela, colindante a la calle Guerrero.

El salón de enseguida era el del educador Antonio Hernández Huerta, quien impartía en cuarto año. El quinto año estaba al cruzar el pasillo quien lo dirigía una profesora de la que no recuerda su nombre. Otro profesor que menciona era Gustavo H. Quintanilla, el hermano mayor de los dueños de la farmacia Quintanilla por la calle Hidalgo. Las clases eran en dos turnos: matutino y vespertino.

Don Arnoldo de Garate Chapa había estudiado el primero y el segundo año en su pueblo natal, en San Fernando, Tamaulipas. En Reynosa ingresó al tercero y cuarto año en el colegio Allende con las maestras Estela y Elisa Barrera, durante los años de 1943 y 1945. En ese colegio, donde todos iban uniformados de blanco, no existían los últimos años de la educación primaria, por lo que se pasó a la escuela Miguel Hidalgo. Ahí recuerda que su maestra de sexto año fue Georgina Cantú Peña, pero no recuerda a su maestro de quinto. Entre los años de 1945 a 1947, Agapito Cepeda era el director de la escuela. 

Los maestros en esos años eran muy estrictos. En la entrada a la escuela existía un granado de donde los profesores arrancaban varas para amonestar a los muchachos. La reprimenda del profesor no representaba gran cosa, comparada con la tunda cuando se enteraban los padres. Si te llegaban a ver fumando o que cometieras un daño, el maestro te daba una cachetada. Cuentan que el director Vicente García era el primero en dártela. “Era muy bueno para eso”, comenta “El Yorgo”.

EL PASATIEMPO

Los juegos en el recreo eran las canicas y el trompo. No se contaba con dinero para conseguir una pelota y practicar volibol o basquetbol. Había una cancha en el centro del mercado Zaragoza donde se jugaban, por el lado de la calle Porfirio Díaz. Eran sólo los muchachos mayores que jugaban ahí. Lo más que traía un muchacho en el bolsillo eran 20 centavos. 

Los entrevistados coincidieron que los alumnos no utilizaban uniformes y que sólo algunos utilizaban zapatos. Todos traían un paño amarrado en el dedo gordo para protegerlo de los constantes golpes en los pies. “El Yorgo” mencionó que era común el pantalón de pechera, como esos que utilizan los menonitas. Los útiles escolares, como cuadernos y lápices, se compraban en la Casa Isassi o en la Casa Lupito, por la calle Porfirio Díaz y la calle Hidalgo respectivamente. En ese entonces no daban los libros gratuitamente, por lo que tenían que comprarlos.

El Yorgo” y “El Nene” cuentan que había un dulcero de nombre Pilar que se ponía enfrente de la escuela. Este personaje, alto y delgado, vendía solamente pirulís, los cuales estaban encajados en una tabla. Los vendía a un centavo, pero algunos de estos dulces traían premio. Si la punta del pirulí contaba con un grano de arroz, no te cobraba el centavo. 

“El Nene” y su familia vivían en la esquina de las calles Zaragoza e Hidalgo, enfrente de la plaza, mientras que “El Yorgo” vivía en la esquina de Juárez y Morelos, también enfrente de la plaza principal. Ambos desde esos años de su niñez regresaban de la escuela juntos. En su trayecto siempre cruzaban diagonalmente el mercado Zaragoza. En otros años, Juan Ríos y Arnoldo hacían un recorrido parecido atravesando el mercado. Juan vivía hacia el río por la calle Juárez, mientras que Arnoldo vivía al fondo por la Matamoros, hacia el poniente. 

Según Juan Ríos, la competencia o apuesta entre sus compañeros de escuela era cruzar lentamente la plaza principal descalzos, en diagonal pasando por el quiosco. Esto lo hacían cuando el sol de mediodía se ponía ardiendo el cemento de la banqueta. En esas décadas del siglo XX, la vida cotidiana de un niño de primeras letras estaba concentrada en las enseñanzas que le impartían sus profesores en la escuela y en sus frecuentes e inocentes pasatiempos en el centro de esta ciudad.

A sus 93, 88 y 84 años, los entrevistados concuerdan que a pesar de su austera niñez en Reynosa, la ciudad les recompensó con una vida próspera y holgada a ellos y a sus familias.




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