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Viaje al arte colonial de América

Una muestra refleja el interés por recuperar la producción americana de los siglos XVII y XVIII, ignorada durante años en el discurso estético de los grandes museos

Quizás sea cierto que la visibilización del arte producido en América Latina ha sido un curioso rebobinar del relato de delante hacia detrás. De hecho, en los años 90 del siglo XX el arte contemporáneo producido en ese área geográfica empezaba a desplegarse con fuerza en Nueva York, entonces el lugar de producción y transacción por antonomasia en el panorama internacional.

“Virgen de los Dolores” (1750).Viaje al arte colonial de América

LLEGARON PARA QUEDARSE

Los jóvenes artistas brasileños o cubanos se convertían en presencia recurrente y la escena artística neoyorquina se tambaleaba como el que presiente cambios radicales. Los artistas latinoamericanos habían llegado para quedarse: de una presencia al principio tímida en algunas Bienales del Whitney, se pasaba a un interés creciente en galerías, salas de subastas o instituciones como The New Museum.

Luego las cosas fueron ocurriendo lenta, pero inexorablemente y tras el boom de los jóvenes y su supuesto “factor diferencial”, los críticos latinoamericanos llegaron a los foros de debate internacionales y trajeron consigo sus contundentes dudas teóricas respecto a la denominación misma del término, las que siempre asaltan a los discursos construidos desde la subalternidad: si la denominación “latinoamericano” era una fórmula de visibilización, podía también llegar a parecerse a un “estereotipo”.

Han pasado muchas cosas desde entonces. Lejos quedan los años en los cuales los únicos artistas latinoamericanos que todos recordaban eran Diego y Frida. La lista se ha ampliado y la curiosidad hacia esos jóvenes que en la década de 1990 fascinaban al voraz mercado neoyorquino ha animado la atracción hacia las vanguardias y la modernidad en los diferentes países. Recientemente, Oiticica ha llegado al Whitney y Lygia Clark o Torres García al MoMA.

Pese a los cambios indiscutibles quedaba tal vez por “recuperar” de una forma sostenida la producción americana de los siglos XVII y XVIII. Si bien estos últimos años instituciones como el Museo de Bellas Artes de Boston han hecho un ejercicio de revisión histórica espléndida al “construir” un relato de la producción colonial de las Américas, incluyendo los Estados Unidos.

Esta ausencia reiterada de interés hacia el arte colonial y republicano se ha debido tal vez a una cuestión tan básica como el absurdo concepto de “calidad” que gobierna el discurso estético en Occidente y a partir del cual se establece lo que está “bien” o “mal” pintado. ¿Cómo puede el arte colonial lleno de “imperfecciones” convivir en un museo como el Prado con los “grandes maestros”? Pero, ¿y si ese arte colonial no fuera de “peor calidad”, sino que buscara modos alternativos de representar respuestas a las miradas peninsulares, tal y como apuntó Serge Gruzinski en Pensamiento mestizo de 1999?

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‘PINTADO EN MÉXICO’

Hace escasas semanas el soberbio arte del siglo XVIII mexicano ha llegado al Metropolitan y no parece en absoluto casual.

“Pintado en México, 1700-1790: Pinxit Mexici”, donde el retrato convive con la pintura religiosa o las pinturas de castas, habla del mencionado interés por la producción americana que ha pasado del arte contemporáneo a las vanguardias y la modernidad y de ahí al arte colonial, durante demasiado tiempo olvidado en tantos “grandes museos”.

“Pintado en México” es una exposición dedicada a un período en la historia de la pintura mexicana especialmente vibrante, marcado por importantes cambios estilísticos y la invención de nuevas y fascinantes iconografías.

Al reunir más de un centenar de obras, muchas de ellas inéditas o restauradas para la exposición, este proyecto ofrece una perspectiva más amplia de las conexiones de la pintura novohispana con las tendencias artísticas transatlánticas durante el siglo XVIII.

La exposición se organiza en siete núcleos temáticos titulados “grandes maestros”, “maestros del arte de narrar y expresar”, “la nobleza de la pintura y la academia”, “pinturas de la tierra”, “el discurso del retrato”, “el mundo de la alegoría” e “imaginando lo sagrado”, mismos que exploran el ingenio de los pintores y los variados contextos en los que desarrollaron sus obras.

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LA MUESTRA

La exposición representa la primera revalorización en profundidad de la pintura novohispana del siglo XVIII y está acompañada por una publicación enteramente ilustrada a color escrita por reconocidos especialistas en el campo.

Reúne 111 obras: 105 óleos y seis grabados, muchas inéditas o restauradas, 26 de ellas con una inversión de poco más de dos millones de pesos provenientes de colecciones públicas y privadas de México, Estados Unidos, España, Malta y Portugal.

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LAS OBRAS

Entre las piezas exhibidas destacan pinturas de Juan Rodríguez Juárez, Francisco Aguilera, Antonio de Torres, José de Ibarra, Miguel Cabrera, Juan Patricio Morlete Ruiz, Francisco Antonio Vallejo, Nicolás Enríquez y Miguel Jerónimo Zendejas, entre otros, así como dibujos, ediciones originales de libros y otros documentos de la época.

La muestra está acompañará de una publicación bilingüe, coeditada por Los Angeles County Museum of Art y Fomento Cultural Banamex. 

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La exposición ofrece una perspectiva más extensa de las conexiones de la pintura novohispana con las tendencias artísticas transatlánticas.

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“Retrato del virrey Fernando de Alencastre Noroña y Silva” (1711-1716).

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La muestra se presenta en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York hasta el 22 de julio.

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El MET revela el esplendor del arte "Pintado en México" en el siglo XVIII.




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