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Tove Ditlevsen, una flor de barrio

Se editan en español las memorias hipnóticas de la autora danesa, cuya prosa macabra, irónica y dolorosamente verdadera vive ahora una segunda juventud

“La infancia es larga y estrecha como un ataúd, y no se puede escapar de ella sin ayuda”. Con esta frase asombrosa, que bien podría formar parte de los primeros versos de un poema, comienza uno de los capítulos del libro Infancia, el primer tomo de la Trilogía de Copenhague, una suerte de memorias de la escritora danesa Tove Ditlevsen que originalmente fueron publicadas por separado: los dos primeros tomos, Infancia y Juventud, en 1967, y el tercero, Dependencia, en 1971. En España, con buen criterio, Seix Barral nos lo ofrece en un solo volumen. 

La escritora danesa Tove Ditlevsen, en una imagen de 1972, cuatro años antes de su suicidio.Tove Ditlevsen, una flor de barrio

El segundo tomo, Juventud, comienza con el ascenso de Hitler al poder; el eco de lo que acontece en Europa aparece de fondo, con la presencia ineludible de la ocupación, aunque no en primer plano. No es Tove Ditlevsen un personaje político en sentido estricto, su penetrante inteligencia está tan encaminada a granjearse un futuro, como le ha inculcado su madre, en subir siquiera ese escalón que evita la miseria, que su presencia en el avatar político se nos antoja como la de una sonámbula. La joven Tove encontraría en un viejo judío bibliófilo, el señor Krogh, a la primera persona que la considera como escritora, permitiéndola hurgar en su abarrotada biblioteca y creyéndola capaz de ambicionar un futuro literario. Un día, cuando se dirige a ver a su viejo amigo, descubre con estupor que la casa donde éste vive ha sido derruida. No volverá a verlo, pero en su memoria resonará un extraño consejo: las personas siempre quieren algo unas de otras, no existe la amistad desinteresada.

Tove se coloca en trabajos precarios, cumple desganadamente con su obligación de aportar dinero a casa y sueña con ser independiente. Sufriendo esa vida ingrata, conoce paralelamente a jóvenes soñadores como ella, que escriben, charlan, beben, bailan, se aproximan a la vida bohemia. Publica sus primeros versos en una revista alternativa y se casa con el editor, Viggo F. Moller. Aunque asciende socialmente, jamás podrá librarse de una permanente insatisfacción que vertebra su forma de ser.

Es inaudito que en todas las biografías que dan cuenta de la vida de Ditlevsen se recuerde que se casó y divorció cuatro veces, como si eso sumara atractivo a su obra literaria. Lo cierto es que estas memorias están plagadas de vaivenes sentimentales, pero no podríamos describirla como una mujer apasionada, ni tan siquiera con los hijos que va criando. En el tercer libro, Dependencia, da cuenta de su extraña relación con un médico trastornado que le proporciona demerol para calmarle los dolores de un aborto y que acaba convertido en marido y camello. A pesar de zanjar esa relación patológica, nunca se librará del todo de su dependencia de sustancias adictivas, que la arrojarán al suicidio en 1976.



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