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Salida de emergencia: los cuidados en el arte contemporáneo

Una política de la atención mutua y la apuesta por una mirada social resultan cruciales para que el sistema del arte evite el peligro del colapso

Hay un pájaro en la mitología de los akanes (grupo étnico en Ghana, Costa de Marfil y Togo) llamado Sankofa que siempre vuela mirando hacia atrás, para saber de dónde viene, pero con las patas hacia delante, para saber adónde va. Es un ave acróbata y nómada, acostumbrada a vivir en la diáspora, a la que le gusta encontrar tantos comienzos como desvíos. Un pájaro que se parece mucho al sistema del arte: otro cuerpo volátil, de difícil equilibrio postural y que también corteja la anarquía. Digo esto como un elogio, consciente de que el arte es un lugar de límites prosaicos que amenaza con convertirse en una plegaria apoteósica y vulgar al mismo tiempo. Un lugar inseguro por naturaleza que tiene el poder de crear nuevas ideas fruto del esfuerzo colectivo, pero también un lugar hostil y estrecho, incómodo para dar vuelo a todas las especies que acoge.

Una de las imágenes de ‘Evangelio mayor’ (2021), de Javier Codesal,.Salida de emergencia: los cuidados en el arte contemporáneo

Sabemos lo que falla, aunque dando vueltas alrededor de todo esto, contemplándolo desde arriba y desde abajo, parece como si en el ­mundo del arte nos siguiéramos perdiendo algo, algo que no puede decirse ni enseñarse, sino sólo “practicarse”. He ahí la idea de cuidado, que el vocabulario de la pandemia ha puesto de nuevo en circulación, pero que no es nueva. Llevamos años pensando cómo vivir juntos, teorizando sobre lo afectivo y la idea de comunidad, obedeciendo al dictado de los sentimientos tal cual vienen y van, deambulando por el mundo del arte como si uno buscara guijarros en la playa, a sabiendas de que, con toda probabilidad, acabaremos en caminos trillados. Cuidar está muy cerca del mimo, la curiosidad, el ojo avizor. Tiene que ver con la educación, la atención y la prudencia. También con esmerarse, ocuparse y velar por el otro. Y, especialmente, por las otras.

Los cuidados son una de las cuestiones clave de los feminismos, también en el arte contemporáneo, y empujan a pensar en la idea de género, raza y clase social, en los diversos modelos de familia y de maternidad, y en la gestión del tiempo y de las responsabilidades en las tareas de la vida cotidiana. Urge pensar cómo dar respuesta concreta desde las prácticas artísticas a los límites entre el trabajo y la vida. Ver de qué manera los procesos de globalización del mundo son una excusa perfecta para esa trampa llamada productividad y eficiencia. Esa idea de estar, de figurar, de dejarse ver, el postureo que la pandemia también ha puesto en jaque.

Aunque, por encima de todo, los cuidados tienen que ver con la política, con una mirada social que priorice el bienestar general frente al interés particular, con desmontar la trampa de las becas, con mejorar las condiciones laborales de quienes ejercen trabajos de proximidad, con desmontar imaginarios consumistas y reconstruir una comunidad cooperativa real. Una política de los cuidados que confíe en la transitividad de las ideas, en la efectividad de la acción, en la validez de la experiencia y en la valía de la intuición. Que apueste por lo sencillo.

“El museo deberá cuidar como un hospital sin dejar de ser crítico”, dice Manuel Borja-Villel, que impulsa una reflexión sobre los cuidados en el Reina Sofía.



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