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Partituras contra el olvido

Algunas grandes obras musicales han permanecido silenciadas durante siglos solo por el hecho de que fueron creadas por mujeres. Voces críticas reinvidican su espacio en los conciertos

¿Puede una obra musical clásica revelar el sexo de su compositor? Esta pregunta, que hoy podríamos tildar de ridícula, obtuvo en el pasado rotundas aseveraciones. Según el inconsciente androcéntrico, una mujer no podía componer música con la misma hondura e individualidad que un hombre. Cualquier fémina con inquietudes musicales creativas se vio sometida a un severo escrutinio social.

Elizabeth Maconchy, fotografiada por Howard coster en 1938.Partituras contra el olvido

Dejando a un lado a otra monja, la española Gracia Baptista, que fue la primera mujer en ver publicada su música, en 1557, otro prototipo de compositora fue la esposa sacrificada, como Maddalena Casulana. Su Primer libro de madrigales fue en 1568 la primera publicación en solitario de una compositora que incluye, además, una reivindicativa dedicatoria en contra del “vano error de los hombres, que se creen patronos de los altos dones del intelecto, que según ellos no pueden ser compartidos en igual medida por las mujeres”.

El breve “Morir non puo il mio cuore” (“No puede morir mi corazón”) es un perfecto corolario de esas palabras. Publicó un segundo libro, en 1570, pero su posterior matrimonio la obligó a cambiar de apellido y dejar de escribir música.

CUATRO SIGLOS DE PREJUICIOS, DESIGUALDAD Y SUPERACIÓN

Son dos ejemplos de las múltiples vidas de compositoras que salpican el libro de Anna Beer, titulado “Armonías y suaves cantos. Las mujeres olvidadas de la música clásica”, de 2016, que ahora publica Acantilado en una cuidada traducción de Francisco López Martín y Vicent Minguet. Cuatro siglos de supervivencia y renuncias, que abarcan desde la Florencia del siglo XVII hasta el Londres del siglo XX.

La historiadora cultural británica Anna Beer, autora de una importante biografía del poeta John Milton, centra su libro en las ocho compositoras europeas más relevantes durante ese período. Una secuencia cronológica que parte de las italianas Francesca Caccini y Barbara Strozzi y desemboca en la angloirlandesa Elisabeth Maconchy, pasando por la francesa Elisabeth Jacques de la Guerre, la austriaca Marianna Martines, las alemanas Fanny Hensel y Clara Schumann y la parisina Lili Boulanger.

Beer no elude esbozar otras historias similares de compositoras truncadas en la introducción, que titula con elocuencia “Notas desde el silencio’” Caso de Johanna Kinkel, cuyos Seis Lieder op. 7, de 1838, fueron admirados por el círculo de Schumann. El poeta y crítico Ludwig Rellstab alabó la originalidad del último, “Die Zigeuner” (“Los cíngaros”), que ubicó a medio camino entre Spohr y Weber.

Poco después, Kinkel abandonó a un marido maltratador junto a sus cuatro hijos y se casó con un revolucionario. Terminó afincada en Londres sin poder componer y sumida en la desesperación que le condujo al suicidio. También se comenta el caso de Rebecca Clarke, cuya “Sonata para viola y piano” (y no para violín como se afirma en el libro) desconcertó, en 1919, al jurado de un premio de composición. La calidad de la composición hizo pensar que se trataba en realidad de una obra firmada con seudónimo por un hombre. Clarke compaginó su labor compositiva con la de instrumentista de viola, hasta 1944, año en que se casó y optó por abandonar la creación musical.

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Fanny Mendelssohn-Hensel.

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La compositora española Rosa García Ascot, con su marido Jesús Bal y Gay.

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Portada de “Armonías y suaves cantos”, de Anna Beer.

OTRAS BIOGRAFÍAS

Pero surgen también otras biografías donde los logros de una compositora trascienden el ámbito privado de la música de cámara y el mundo conventual para alcanzar la dimensión pública de la sala de conciertos y el teatro de ópera. Quizá el caso más significativo sea la norteamericana Amy Beach, que nunca recibió formación reglada por temor a alterar su talento excepcional. Y cuya producción incluye, aparte de música de cámara y abundantes canciones, la “Sinfonía Gaélica”, de 1896, la primera escrita por una compositora estadounidense. Está claro que no estamos ante un catálogo exhaustivo de compositoras, si bien sorprende la omisión de la doctora eclesiástica del siglo XII Hildegarda de Binden, quizá la compositora hoy más famosa y la hermana ursulina Isabella Leonarda, una de las más prolíficas, con 20 libros de música religiosa e instrumental publicados durante el último tercio del siglo XVIIV que suman casi dos centenares de composiciones.

Para escribir este libro, Beer se apoya en cuatro décadas de estudios de musicología feminista. Un movimiento crítico y académico surgido en los 70 para rescatar del olvido a las compositoras y sus obras y reivindicar su presencia en la programación de conciertos de música clásica. La autora cita los estudios pioneros de Marcia Citron junto a la International Encyclopedia of Women Composers (1981). Pero también reconoce el desconcierto de estos estudios, que a pesar de todo, no han conseguido alterar la programación habitual de clásica formada exclusivamente por compositores masculinos.

“Del entusiasmo que había entre historiadoras y musicólogas feministas a principios de los 90 hemos pasado a una cierta decepción ante la realidad que vivimos hoy, aunque dudo que estemos ante una regresión”, asegura Pilar Ramos López, profesora del máster en Musicología de la Universidad de La Rioja y autora del libro “Feminismo y música” (Narcea).

OBRAS MUSICALES RECUPERADAS

Para esta musicóloga persisten sombras, como la discriminación actual de la mujer en ciertas profesiones musicales, también el peso marginal de la etiqueta “música de mujeres” junto al habitual juicio comparativo con los compositores varones. Pero vislumbra luces importantes, como la cantidad de obras musicales recuperadas que están ejerciendo una poderosa influencia sobre la creación actual y la consideración de músicas vinculadas a espacios olvidados, ya sean ambientes domésticos o conventuales.

Estos dos ingredientes también han sido determinantes en este libro, junto a una brillante labor divulgativa. Beer perfila ocho fascinantes retratos de compositoras e incide en breves y amenos comentarios de sus principales composiciones. Esto último es también decisivo. La asimilación de la música clásica escrita por mujeres no pasa por buscar paralelismos con sus colegas masculinos, sino por valorar esta música por su propia calidad. Y las ocho compositoras aquí estudiadas redactaron obras francamente fabulosas que todo melómano debería conocer.

Para cada una de ellas se utilizan las referencias bibliográficas más autorizadas y actuales, como la monografía de Suzanne Cusick sobre Francesca Caccini, de R. Larry Todd sobre Fanny Hensel o de Caroline Potter sobre Boulanger, aunque se echa en falta un aparato crítico un poco más detallado para identificar con precisión muchas de las citas utilizadas. En todo caso, la autora compensa esa carencia agregando a su relato pequeños cuadernos acerca de la situación actual de los principales lugares asociados a cada compositora.

CONSIDERACIONES SOCIALES Y CULTURALES EN CADA UNA DE LAS BIOGRAFÍAS

Francesca Caccini, hija del compositor y cantante Giulio Caccini, desarrolló una sólida carrera en la corte de los Medici controlada por mujeres regentes. Ello le facilitó convertirse en la primera compositora de la que conservamos una ópera, “La liberazione di Ruggiero dall’isola d’Alcina” (“La liberación de Ruggiero de la isla de Alcina)”, de 1625. Caccini se casó con un hombre que la apoyaba, aunque pospuso todo lo posible su maternidad.

Beer propone escuchar como muestra de su expresividad “Rendi alle mie speranze” (“Devuélveme mis esperanzas”), una arieta de 1618. Con Barbara Strozzi pasa de Florencia a Venecia para relatar la trayectoria de una mujer valiente en una ciudad libertina. Hija ilegítima que su mentor entregó a un influyente conde ya casado con el que tuvo varios hijos. Una prolífica compositora que sorteó la difamación social y terminó viviendo como inversora y prestamista. Publicó abundantes composiciones durante toda su vida y este año celebra su 400 aniversario.

De ella destaca Beer su intensa cantata “Che si può fare” (“Qué se puede hacer”), de 1664. Con Elisabeth Jacques de la Guerre introduce el angelical arquetipo de la niña prodigio, a finales del siglo XVII y en la corte del Rey Sol. Una superviviente del opresivo Versalles posterior a Lully, cuyo matrimonio le permitió desarrollar una prolífica carrera como compositora que combinó la tradición francesa sin desdeñar el estilo italiano, tal como escuchamos en su cantata “Le sommeil d’Ulisse” (“El sueño de Ulises”), de 1715.




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