Familia 2.0: hiperconectadas e incomunicadas
La experta estadounidense del MIT subraya la necesidad de que las familias conversen
A primera vista, la vida familiar actual es igual que en el pasado: hemos conservado la forma de los rituales. Hay cenas, viajes escolares, reuniones familiares.
Pero si la observamos más atentamente, veremos una vida familiar al cuadrado. Compartimos mucho más con nuestra familia: vídeos, fotografías, juegos, el mundo entero. Y podemos estar con nuestra familia de maneras distintas; en cierto modo, es posible no separarnos de ella jamás. Aún recuerdo la primera noche que pasé lejos de mi hija, cuando ella tenía un año. Recuerdo que estaba sentada, sola, en la habitación de un hotel en Washington, y que hablaba con ella, que estaba en Massachusetts, por teléfono. Agarraba el auricular del teléfono mientras mi marido, en casa, lo sostenía a la altura de la oreja de la niña, y así yo fingía que mi hija comprendía que era yo la que hablaba desde el otro lado de la línea. Cuando colgamos, me puse a llorar porque en realidad no creía que lo hubiera entendido en absoluto. Ahora, mi hija y yo nos llamaríamos por Skype. O por FaceTime. Si estuviéramos separadas, podría verla jugar durante horas.
Y si lo analizamos con un poco más de detalle, veremos que el papel que la tecnología juega en la vida familiar es muy complicado. Del mismo modo que en muchos otros aspectos de la vida, nos tienta estar juntos, pero también separados. Durante la cena y en el parque, padres e hijos encienden sus móviles y tabletas. Las conversaciones que solían producirse cara a cara ahora se mantienen en línea. Las familias me dicen que les gusta discutir mediante mensajes de texto, correos electrónicos y conversaciones de chat, porque eso les ayuda a expresarse con más precisión. Algunos lo llaman “pelea por el mensaje”.
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En las familias, la progresiva ausencia de conversaciones se suma a una crisis de educación. Las conversaciones familiares son útiles porque cumplen una función: para empezar, enseñan a los niños cosas sobre sí mismos y también cómo comportarse en sociedad. Conversar es imaginar otra mente, empatizar, disfrutar de los gestos, del humor y de la ironía del medio de comunicarse que constituye el intercambio de palabras. De la misma manera que ocurre con el lenguaje, la capacidad para aprender estas sutilezas humanas es innata, pero su desarrollo depende del entorno del niño. Por supuesto, las conversaciones en la escuela y durante el tiempo de juego son también esenciales. No obstante, es la familia quien cuida del niño durante los primeros años, durante mucho tiempo, y en el contexto de las relaciones emocionales más vitales para su desarrollo. Cuando los adultos se escuchan durante una conversación, muestran a los niños cómo se hace. Son las conversaciones en familia las que enseñan a los niños que sentirse escuchado y comprendido es agradable y reconfortante.
Gracias a la conversación familiar, los niños aprenden por primera vez a ver a los demás como seres individuales, distintos de sí mismos y dignos de ser escuchados y comprendidos. Es el momento en el que aprenden a ponerse en el lugar de los demás, a menudo de un hermano o una hermana. Si tu hijo está enfadado con un compañero de clase, se le puede sugerir que trate de comprender el punto de vista del otro niño.
Es en las conversaciones familiares donde los niños tienen mayores oportunidades de aprender que lo que otras personas dicen (y cómo lo dicen) es clave para saber cómo se sienten. Y que eso es importante. Así pues, las conversaciones en el seno de la familia son el campo de entrenamiento de la empatía. La conversación familiar brinda la oportunidad de aprender a hablar las cosas en lugar de actuar según nos dicten nuestros sentimientos. De esta forma, la conversación familiar sirve para vacunar a los niños contra el acoso escolar. No hay mejor manera de desincentivar el bullying que dotar a los niños de la capacidad de ponerse en el lugar del otro y reflexionar sobre el impacto de sus acciones. La privacidad de la conversación familiar enseña a los niños que podemos vivir parte de nuestra vida en un círculo cerrado y protegido. Eso siempre constituye una pequeña ficción, pero la idea de un espacio familiar protegido nos aporta muchos beneficios. Significa que las relaciones tienen límites en los que puedes confiar.
Así, la conversación familiar nos permite desarrollar nuestras ideas sin autocensurarnos. En contraposición al mundo basado en la actuación del “comparto, luego existo”, la conversación familiar es un espacio en el que ser auténtico. La conversación familiar también nos enseña que hay cosas que lleva tiempo desentrañar… bastante tiempo. Y que es posible encontrar el tiempo, porque hay gente dispuesta a tomarse ese tiempo. Un teléfono sobre la mesa durante la comida puede interferir en todo esto. Una vez aparece un teléfono, te conviertes, como todos los demás, en el competidor de todo lo demás.
El círculo privilegiado de la conversación familiar es delicado. Roberta, de 21 años, se queja de que su madre ha empezado a publicar fotos de las comidas familiares en Facebook. Para Roberta, algo se ha roto. Ahora nunca siente que está a solas con su familia: “No puedo estar tranquila y ponerme los pantalones del chándal cuando me relajo con mi familia. Mi madre podría colgar una foto”. Roberta lo dice medio en broma, pero lo que le molesta va mucho más allá de la oportunidad de relajarse vestida con el pantalón de chándal. Quiere tiempo en el que se pueda sentir “ella misma” y no preocuparse por la impresión que esté dando.
Cuando dispones de un espacio protegido no necesitas vigilar todas las palabras que pronuncias. Pero hoy en día, buena parte de lo que oigo hablar a padres e hijos es sobre que desean decirse las cosas “adecuadas” unos a otros. Idealmente, el círculo familiar es un lugar donde no tienes que estar constantemente preocupado por que todo esté perfecto. Es un entorno en el que sientes el apoyo de tu familia. Sientes confianza y seguridad. Para ofrecer a los niños estos dones, los adultos deben estar presentes, guardar el teléfono, mirar a sus hijos y escucharlos. Y después, repetir desde el principio.
Sí, repetir el proceso. En las conversaciones familiares, la mayor parte de los beneficios se producen a medida que los niños descubren que están en un lugar seguro al que pueden volver mañana, y también al día siguiente, y al otro. Cuando los medios digitales nos animan a editarnos a nosotros mismos hasta conseguir decir las cosas “bien”, es muy posible que perdamos de vista algo muy importante: las relaciones no se fortalecen porque digamos necesariamente algo en concreto, sino porque estamos lo bastante implicados en ellas como para presentarnos y mantener otra conversación.
En las conversaciones familiares, los niños aprenden que lo más importante no es compartir información, sino nutrir la propia relación.
Roberta, de 21 años, se queja de que su madre publica en Facebook fotos de las comidas en casa: “No puedo estar tranquila y relajarme”