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El comunismo, en tres palabras para los escritores y artistas: censura, represión, muerte

El periodista y editor Manuel Florentín publica una gran crónica de la persecución que los regímenes totalitarios han perpetrado contra intelectuales y creadores, desde la Unión Soviética de Lenin a la Nicaragua de Ortega

El periodista y editor Manuel Florentín, delante del CaixaForum de Madrid, el 12 de diciembre.El comunismo, en tres palabras para los escritores y artistas: censura, represión, muerte

"Lo que recibe el nombre de comunismo no es otra cosa que fascismo con bandera roja" (Valentín González, El Campesino, comunista español, teniente coronel en la Guerra Civil y antiestalinista).

El sueño del comunismo de una sociedad justa e igualitaria se convirtió desde el primer momento en una pesadilla para aquellos pensadores, novelistas, poetas, dramaturgos, periodistas, artistas, cineastas o músicos que no comulgaban con un régimen totalitario, de partido único. El periodista, escritor y editor Manuel Florentín ha publicado "una gran crónica" que recorre esta particular historia del horror, desde el ascenso al poder de Vladímir Ilích Uliánov, Lenin, en Rusia, en 1917, hasta la Nicaragua de Daniel Ortega. "Yo soy una persona de izquierdas", advierte Florentín, "por eso creo que es fundamental denunciar desde la izquierda los crímenes del comunismo".

La idea de esta obra, Escritores y artistas bajo el comunismo (Arzalia), surgió de un trabajo anterior de Florentín en el que mostró el otro lado del mal, Guía de la Europa Negra (1994), sobre la extrema derecha. "Ahí me di cuenta de la cantidad de títulos que había sobre el nazismo y sus crímenes, pero no así de los del comunismo". El periódico ruso Izvestia cifró en 1997 en 100 millones el número de vidas que se había cobrado el comunismo en el mundo desde 1917.

Los círculos del descenso a los infiernos que afectaron a artistas e intelectuales iban desde la censura, la prohibición de publicar o escenificar sus obras, hasta la pérdida de empleo, de la casa; el exilio, la cárcel, torturas, la reclusión en campos de concentración y las ejecuciones. Florentín ha buceado en los libros y reportajes publicados, y ha aportado su experiencia periodística, que le permitió entrevistar a escritores del antiguo telón de acero y cubrir, entre otros conflictos, las guerras de la extinta Yugoslavia.

El grueso de las 912 páginas se centra en la Unión Soviética. Florentín sostiene que la persecución del intelectual considerado disidente o burgués fue un pecado original del comunismo. Lenin creó en diciembre de 1917 la Comisión para la Lucha frente a la Contrarrevolución y el Sabotaje, la siniestra Cheka. "La lista de libros que debían ser censurados y eliminados de Rusia la hizo su propia mujer". Se quemaron libros y se prohibieron autores. Para quitar algo del tono negrísimo de lo que cuenta en este volumen, su autor intercala chistes, humor negro surgido en los países comunistas, como el que decía: "Un preso pide un libro en la cárcel. A lo que el guarda le responde: ´No tenemos el libro, pero tenemos al escritor".

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Desde la izquierda, Kliment Voroshílov, el escritor Máximo Gorki y Josef Stalin, en 1931.

Lenin sembró Rusia de campos de concentración. "Estaban desde la época de los zares, pero bajo su mandato, en apenas tres años pasaron de 84 a 315". Un dato que pasan por alto quienes, como la ministra española de Juventud e Infancia, Sira Rego, se revuelven cuando a Lenin se le tacha de genocida, como se ha visto en un reciente vídeo viral durante su participación en un debate antes de ocupar su cartera en el Gobierno. Uno de los campos más crueles fue Kolimá, en época de Stalin. Un nombre que, según Florentín, debería figurar en la historia del horror al lado de Auschwitz.

Lenin había dejado claro "su postulado sobre lo que debía ser la literatura en 1905". "Los escritores y artistas debían ponerse al servicio de la revolución", continúa Florentín. Si en sus obras "exaltaban a los trabajadores y lo felices que eran no había problemas, de hecho, los amparados por el régimen vivían muy bien". Este fue el caso de Máximo Gorki, que había participado en la Revolución de Octubre, aunque después se enfrentó a Lenin, por lo que tuvo que salir del país. Stalin le rehabilitó. Un estatus que le hizo justificar las farsas de los procesos judiciales, publicar escritos contra los condenados y no mover un dedo por colegas defenestrados.

El dramaturgo Vsevolod Meyerhold fue un entusiasta de la revolución. Sin embargo, la puesta en escena en 1929 de una sátira social escrita por otro autor, criticada por la prensa oficial, propició su caída. Le cerraron su teatro y en 1939 fue detenido. Tenía 65 años, fue torturado siete meses, lloró de dolor hasta que le rompieron el brazo izquierdo. Sus torturadores le dejaron sano el derecho para poder firmar su confesión. Su esposa fue hallada muerta, con los ojos arrancados, un crimen cometido por el Comisariado para el Pueblo de Asuntos Internos (NKVD). Él fue ejecutado en febrero de 1940.

Otro entusiasta de la Revolución depurado fue Isaak Bábel, autor de Caballería roja o Cuentos de Odesa, libros que no gustaron al régimen. Fue detenido, torturado y ejecutado en enero de 1940. Se prohibieron sus obras. A su viuda, cuando preguntaba por el destino de su marido, le decían que estaba bien, en Siberia. Hasta 1954 no supo que lo habían matado. Borís Pasternak, que había escrito poemas elogiosos hacia Lenin y Stalin, acabó penando porque su obra más célebre, El doctor Zhivago, fue tildada de "apolítica". Pasternak estaba casado, pero inició una relación con una mujer 22 años más joven que fue detenida. En las torturas perdió un hijo que esperaba. Él fue hostigado el resto de su vida.

Luego está el caso de la pareja Osip Mandelstam, poeta, y su esposa, Nadiezhda, escritora. Él fue deportado y murió durante su traslado al gulag [acrónimo de Dirección General de Campos de Trabajo Correccional y Colonias]. Había sido detenido por recitar epigramas contra Stalin en los que decía que tenía "bigotes de cucaracha". Su viuda vagó por diferentes ciudades porque la orden era no darle trabajo. Por cierto, de Stalin se contaba este chiste: "A una persona le han caído 15 años de cárcel por decir que Stalin es imbécil: un año por sedición y 14 por revelar un secreto de Estado".

Con el sucesor de Stalin, Nikita Jruschov, comenzó "el deshielo" y las primeras críticas al genocidio estalinista, pero no fue un periodo incólume. "Se crearon las clínicas psiquiátricas. Cuando se mandaba a alguien a esos centros no sabía cuándo podría salir. Al menos en el gulag conocían su condena, aunque era posible que cuando iban a terminarla se les aumentara".

El escritor Vasili Grossman, en su monumental Vida y destino, cuenta un chiste sobre la Lubianka, el cuartel general de la KGB en Moscú, al que eran conducidos los detenidos. "Es el edificio más alto de la URSS. ¿Por qué? Porque incluso desde su sótano se ve Siberia". En el libro de Florentín aparecen otras víctimas, como Alexandr Solzhenitsin, comunista, que en Archipiélago Gulag (1973) relató hasta 31 métodos psíquicos de tortura durante los interrogatorios. Solzhenitsin contó de primera mano sus ocho años de cautiverio.



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