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Café de maguacata y galletas de mezquite

Invitados por la Sociedad Internacional de Historia denominada  “Los caminos del río”, fuimos el doctor Jesús Sifuentes, el antropólogo Martín Salinas y el autor de este artículo, los tres miembros de la Sociedad de Historia de Reynosa A.C., a una reunión a que convocaron el pasado sábado 23 de enero de 2010 en la ciudad de Río Grande City, Texas. 

Café de maguacata y galletas de mezquite

Dicha sociedad fue fundada hace varios años por Mario Sánchez como proyecto doctoral y tiene por finalidad principal investigar la historia de las comunidades en ambos lados de la frontera. Se preocupa en preservar su entorno, tanto de construcciones como el hábitat natural de la flora y la fauna del río Bravo o Grande del Norte.

La ciudad de Río Grande City aún conserva muchos de los edificios construidos durante los pasados siglos XIX y XX y es una bella población. Esto se debe principalmente al interés de sus autoridades para conservar el acervo histórico de las comunidades y al patrocinio económico tanto del gobierno estatal como de empresas particulares que han aportado recursos para su conservación.

La sociedad “Los caminos del río” se ha dado a la tarea de conseguir dichos recursos y administrarlos.

El punto de reunión fue el First National Bank que ha prestado una importante y elegante área de su edificio para las reuniones y administración de la sociedad. De ahí partimos, de acuerdo con el programa previamente establecido, al rancho “Lomitas” propiedad del botánico Benito Treviño y de su esposa americana Toni. 

Benito Treviño es un importante ranchero que se ha esmerado en el estudio de la botánica de la región, del semidesierto del noreste y que tiene en su rancho numerosos viveros donde siembra sobre todo plantas de la región.

Dice que uno de los árboles que más interesan tanto a particulares como al gobierno, es el ébano. Siembra la semilla en pequeñas macetas las cuales tardan entre tres y cinco años en germinar. Sin embargo, ha llegado a vender hasta diez mil plantas en un año, nada más del ébano.  

Llegando al rancho “Lomitas” nos subimos a una “traila” que en la caja tiene bancas por ambos lados y también en la parte del frente, jalada por una camioneta 4x4 transitamos por una brecha abierta entre los matorrales.

Benito nos iba explicando tanto en inglés como en español. Esta es la “pita”, nos dijo, también le llaman “palma de pita” y es una planta originaria de esta región y nuestros antepasados, los fundadores y antes los indios del rumbo le quitaban la corteza a las hojas puntiagudas y utilizaban las fibras para fabricar cordeles. Mi abuelo me platicaba -siguió comentando Benito- que él transportaba azúcar del puerto de Brownsville en guayines tirados por mulas y que procuraba, ya al anochecer, no quedar cerca de donde hubiera estas plantas, pues los trabajadores usaban los picos de las hojas para agujerear los costales y sacarles azúcar. 

Observen ustedes estos nopales, -dijo Benito-. Ahora vean aquellos que están atrás. ¿Qué diferencia notan? Y él mismo respondió: a los nopales que les da el sol les crecen las espinas más grandes que a los que están dentro del matorral y no les pega tanto, les crecen poco.  Las espinas grandes los defienden de los depredadores. Aquí está la Bisbirinda -señaló Benito a una planta a la vera del camino-. Así le llaman en México, nosotros la denominamos como “amargosa” y desde tiempos inmemoriales se ha usado hirviéndola con agua como medicina contra la amiba histolítica. Y esta es el “agave” o lechuguilla, con muchos usos caseros. 

Y así fue indicándonos la variedad de plantas del semidesierto norestense que él tan bien conoce hasta que llegamos a su casa en el rancho. 

¿Han probado alguna vez el café de maguacata? -preguntó Benito.- Nadie respondió, todos mudos. Bueno, pues mi esposa Toni les va a hacer lo suficiente para darles una probada a cada uno. La señora Treviño -ella americana- nos informó: toman ustedes -mientras hacía lo pertinente- varias vainas maduras de ébano, las rompen y las semillas se colocan en una sartén gruesa o comal y se dejan hasta que se calientan y se rompen como si fueran “palomitas de maíz”. Se separan las cáscaras de las almendras y se dejan tostar. Se juntan las almendras y se muelen en un molcajete, metate o licuadora, no muy finos, granulados. Se pone una cucharada grande por taza de agua y se colocan en la cafetera. Se puede endulzar, si gustan, con azúcar, miel o piloncillo y agregar leche según la costumbre de cada quien y se acompaña con galletas de mezquite. 

¿Con galletas de mezquite? -preguntó alguien-. Sí, dijo la señora Treviño. Así lo hacían nuestros antepasados. Se juntan varios manojos de vainas bien secas de mezquite, las que suenan al agitarlas junto al oído. Se lavan muy bien y se secan. Luego se muelen, machacan o pulverizan con todo y cáscara en un molcajete, metate o licuadora hasta que quede todo bien molido.

La receta para las galletas es la siguiente: 1 1/2  tazas de harina de trigo, 1/2 taza de harina de mezquite, 2 cucharadas de polvo de hornear, 1/2 cucharada de sal, 2 huevos, 2/3 de taza de aceite vegetal, 2 cucharadas de vainilla,

3/4 de taza de azúcar y canela.

Se calienta el horno hasta 400° F, se mezclan las harinas, el polvo de hornear y la sal en una vasija. En otra se baten los huevos con un tenedor hasta que estén bien mezclados. Se revuelven con aceite y vainilla. Se agrega azúcar y se revuelve hasta que la mezcla esté bien espesa.

Se agregan los ingredientes secos a la mezcla de los huevos y se revuelven  hasta que estén bien mezclados. Se deja caer la masa con una cuchara redonda sobre una lámina para galletas sin grasa. Se pone una pequeña cantidad de canela y azúcar en un plato pequeño, se humedece la boca de un vaso y se pone en la mezcla de azúcar y canela aplanando las galletas. Se meten las galletas en el horno de siete a nueve minutos y obtendremos tres docenas de galletas. ¡Buen provecho!

¡Ah, caray! Pensé yo, tantos años en San Fernando y luego en Reynosa y hasta aquí vine a conocer el café de maguacata y las galletas de mezquite.




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